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Cuento: “Columna del Bárbaro Gentil...”

Dos muertes bajo sospecha

Por Carlos Morales Fredes (*)

domingo 21 de febrero de 2021, 15:10h
Dos muertes bajo sospecha

21FEB21.- El hombre colgaba de una viga. Quieto. Cumpliendo–de modo macabro– con la doctrina aristotélica que establece que el estado natural de un cuerpo es el reposo. Y seguiría así, a menos que alguien lo bajara. Suicidio, claro. Pero, ¿y las esposas inmovilizando sus manos a la espalda? ¿Y dónde estaba la silla o lo que fuera que utilizó para subir, ponerse la soga al cuello, y dejarse caer? Asesinato, entonces. No había nada más en el mísero cuarto. Desnuda la delgada madera de sus paredes y también el rústico piso de tablas. El individuo era operario en un frigorífico. Sueldo mínimo. ¿Quién querría matarlo?

El cincuentón inspector Palacios, veintiuno de ellos en la brigada de homicidios, casi no podía creer en su mala suerte. Era domingo, y lo habían sacado de la cama a las 08:45. Eso, tratándose de un fin de semana, equivalía a la madrugada de cualquier día hábil. La racha venía de un caso anterior, en apariencia resuelto, donde un sujeto con un amplio prontuario y muchos enemigos, había aparecido muerto. El calvo individuo, un ratero, de modales delicados y apariencia insulsa; que vivía del doble y arriesgado juego de ser mandadero de algunos mafiosos, y soplón de la policía, presentaba un disparo en la sien. Claramente un suicidio, de no ser por la cantidad de gente interesada en su desaparición. El lugar de los hechos estaba limpio, pero su muerte merecía tantas dudas que, Ramírez, su mano derecha dentro del cuartel, se refería al muerto, diciendo: “Se pegó un tiro, pero no se sabe quién”. Y ahora esto. Le asignaban a Mazuelos, un joven detective que se había desempeñado anteriormente en Policía Internacional. Y a pesar de que su expediente dejaba en claro que fue uno de los primeros de su promoción, ¿de qué le servía a su unidad un novato que durante los últimos tres años sólo había timbrado pasaportes y salvoconductos, en un puesto fronterizo? ¡Increíble!

Lo tenía citado el lunes a las ocho en su oficina, pero al llegar lo encontró adentro, revisando las fotografías del ratero muerto adheridas a la pizarra. “¡Buenos días, inspector, detective Mazuelos, presentándose!” Le devolvió el saludo con calculada gravedad y le ofreció asiento, tratando de no evidenciar su estado de ánimo. Luego de algunas formalidades propias de la institución, lo puso al tanto de los detalles del caso más reciente, comisionándolo para pesquisar el origen de las esposas que tenía puestas la víctima. Mazuelos pareció recibir el encargo con saludable disposición y hasta aparente agrado.

Antes de salir señaló, mostrando el pizarrón, “fue suicidio, claramente”. Palacios, recuperando su malhumor, lo instó a puntualizar sus dichos. “Las fotografías” –dijo, Mazuelos, mientras golpeaba con el dedo alternativamente, las imágenes– “el occiso tiene el disparo en la sien izquierda, y la uña del pulgar de la mano de ese lado está más desarrollada, indicando que es zurdo. Las mismas fotos confirman también –según el patrón de las salpicaduras de sangre– tanto en la pistola, como en la manga de esa extremidad, que el disparo fue realizado con esa arma y esa mano. Sí, suicidio, sin duda” –aseveró antes de retirarse. El inspector Palacios, permaneció en actitud reflexiva tras la salida del joven detective. La cabeza gacha, inmerso en un mutismo inescrutable, del que salió sólo para proferir un grito que hizo tremolar los vidrios: ¡¡¡Ramíííírez!!!

“¿Cómo le ha ido con su investigación Mazuelos?”, –le preguntó esa tarde. “Bien señor” –indicó el detective– “sólo me faltan algunos detalles, que quiero aclarar, y listo. Me interesa, eso sí, visitar la casa donde ocurrió la muerte”. “Mañana iremos con Ramírez. Así que se nos une” –indicó Palacios–. “A las ocho en punto”.

Ingresaron a la modesta vivienda, constituida por tres habitaciones y amoblada con lo estrictamente necesario, salvo la vacía pieza, donde su morador había muerto. Mazuelos se dedicó a observar, medir y palpar, con atenta curiosidad. Un momento después Palacios preguntó: “¿Qué piensan?, ¿se mató?, ¿lo mataron? Y, en cualquier caso, ¿cómo?” Ramírez se limitó a bajar la cabeza y a sacudirla con lentitud. Mazuelos, tras sacar una libreta, se concentró en entregar algunos resultados de su investigación. “Las esposas, fueron compradas por el difunto en una galería comercial. Un local donde venden estrellas ninjas, espadas, y otros elementos relacionados con artes marciales”.

“Hablé también con sus compañeros de trabajo, y me contaron que era un hombre afable, bueno para las bromas, pero que últimamente se le veía preocupado, deprimido” –mencionó, procediendo a guardar la agenda–. “La verdad es que nadie sabía mucho de él, ya que su mejor amigo recuerda que cuando le preguntó sobre su pasado, respondió que todo lo que recordaba de sí mismo era que alguna vez había sido joven y antes de eso, niño”. “¿Y?”, –vocalizó escuetamente Palacios. “Bueno, si me lo preguntan” –prosiguió el joven–, “yo diría que el tipo era un gran solitario, que se suicidó, y para hacerlo, planificó todo. Para matarse hay que tener mucha resolución, y el hombre, pese a estar deprimido, le tenía un apego natural a la vida. Por lo tanto, si tomó la decisión de ahorcarse, ¿cómo hacerlo sin arrepentirse? Inmovilizando las manos a la espalda. Podría habérselas atado, es cierto, pero eso sería trabajoso, y la demora, socavaría su presencia de ánimo. ¿Solución?: las esposas”. Y mientras Palacio y Ramírez guardaban expectante silencio, preguntó: “Al descolgar el cadáver, ¿notaron algo extraño en sus zapatos, o en su ropa, inspector? No me refiero sólo a la humectación originada en los fluidos corporales que los ahorcados liberan al relajar los esfínteres, sino a una humedad más... notoria”. “¡Claro, pues, hombre –se apresuró a contestar Ramírez–, pero tratándose de una muerte por estrangulación, y de un individuo que trabajaba en un ambiente tan saturado de humedad, ¿a quién le extrañaría?” “A mí, si me lo pregunta” –se apresuró a contestar Mazuelos–. “En su trabajo les dan botas de goma, y cuando lo hallaron tenía puestos zapatos de calle” –sentenció, con lógica irrefutable–. “Me fijé, además, en que las tablas del piso, bajo el cuerpo, presentaban una gran aureola opaca. Por lo que me tomé la libertad de desclavar una de ellas.” El inspector Palacios, encuclillado, observó un lodazal endurecido bajo el entablado. Mazuelos, esbozando una media sonrisa, y haciendo caso omiso de la furibunda mirada que su jefe le daba a Ramírez, concluyó diciendo: “Al parecer nuestro burlón finado decidió, a modo de despedida, hacerles una última broma a sus compañeros, a la sociedad, al mundo, en definitiva. El soporte en que subió para colgarse estaba hecho con barras de hielo

* Carlos Morales Fredes – Es un poeta, narrador, cronista, (1951) chileno, residente en la ciudad de Arica, en el extremo norte de Chile. Es socio fundador del Club de Lectura “Cuenta conmigo”. Columnista del periódico ariqueño “La Estrella De Arica", periódico en el que ha conseguido ser el columnistas más leído. Primer premio regional en poesía (1986). Premio especial prosa en concurso nacional de Empresas Denham (2008). Obtuvo en dos oportunidades el “Premio a la creación” del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes con sus obras “Ausenciando”, (cuentos, 2008) y “De Corín Tellado y otras novelas de bolsillo”, (novela, 2015). Es autor de “Crónicas de aeropuerto”, “El resucitador en serie”. Ha participado en numerosas Antologías: “Avisos desclasificados Vol. I”, “La Nueva Nortinidad”, “Catálogo de Escritores de Arica y Parinacota”, (Cinosargo). “Identidad y Pertenencia”, “Muestra Literaria de escritores de Arica y Parinacota”, (Cinosargo), “Antología De Los Extremos De Chile”, Arica–Parinacota, Magallanes–Antártica. Antología de escritores de Arica–Antofagasta, “Antología del Cuento Chileno vol. II”, (Mago Editores), 2016, “Los Diez Mejores Cuentos de Arica–Parinacota” (2018), Antología Binacional Arica–Parinacota, Chile. Madrid–Valencia, España. Su obra “De Corín Tellado y otras Novelas de Bolsillo”, ha sido incorporada por la Doctora Soledad Maldonado Zedano, a su cátedra en la Universidad San Agustín, Arequipa, Perú. (2019)

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