Este ha sido el caso de mi escritura apresurada e imperiosa de “El hombre en busca de sentido”, sobre la vida y la obra de Víctor Frankl.
Ha bastado atravesar el túnel de Guadarrama, subir una empinada carretera y hallarme en un paraje agreste, amplio, silencioso y singular, sin duda diferente de mis lugares acostumbrados de veraneo para sentir la inspiración.
Esta fue tan arrebatadora que no me supuso más esfuerzo que agarrarme al carro de Tespis o a la cuadriga de Ben-Hur para surcar en la pantalla gigante de la fantasía a todo color de mi mejor imaginación, que durante un cierto tiempo parecía dormida o muerta.
Y eso sin contar con otro tema terrible, inconfesable, por no haber podido llevarlo a buen término al escabullirse el objeto de ese otro tema complejo, que estoy a buen seguro queridos lectores, que hubiese dejado a Vladimir Nabokov en un pobre aprendiz y a su libro ”LOLITA” en un cuento de hadas.