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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

Mis Secretarias

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

viernes 19 de diciembre de 2014, 02:53h
Mis Secretarias

He tenido la suerte de tener secretarias. Las secretarias son algo más que amigas, son las personas con las que convives muchas horas al día todos los días. Las secretarias conocen tus conversaciones, mucho de tus familias, algunos de tus problemas, cuando entras al despacho ven como estás, como te encuentras, como has pasado la noche. La secretarias te pueden llegar a valorar desde luego, a estimar es otra cosa, a que querer gracias a Dios no lo he conocido.

Mi actividad laboral se redujo a 42 años – nada menos – en un Ministerio en el Paseo de La Castellana, en Madrid, quitando unas pocas semanas en el edificio de los antiguos Sindicatos, frente al Museo del Prado.

En mi calidad de letrado tuve la oportunidad de conocer muchas personas, generalmente bien educadas y cultas, gentes del antiguo régimen y gentes de la democracia, como hijo de empresario no es que tuviera durante muchos años que hacer ese trabajo para comer, pero daba un sentido a mi vida, una especie de rara estabilidad teniendo en cuenta que lo que siempre fui y sigo siendo es un escritor, un escritor de raza, de los antiguos, que jamás pagó por una publicación de un libro sino todo lo contrario, para ganar dinero. Un escritor profundo, invulnerable a las modas ni a los halagos. Pero hoy me toca hablarles de mis secretarias y si tuviera que definirlas de algún modo a simple vista les diría que aparentaban ser y eran más adineradas que yo.

La primera fue la del antiguo régimen, no voy a dar sus nombres para que no las identifiquen, pero llegaba al Ministerio impecablemente vestida de un modo digamos un poco ostentosa, con su abrigo de astracán y sus zapatos negros de alto tacón, vestía por lo tanto igual que doña Carmen (se pueden imaginar quien) o que mi propia madre o que mi abuela María.

Su amante era un antiguo juez instructor que de alguna manera se había enriquecido, tenía un Mercedes fabuloso en el que la iba a buscar. Como suponíamos que él estaba casado ella había días que estaba de morros y yo por la mañana nada mas entrar en el “pool” donde estaban todas ellas la miraba la cara y si me torcía el gesto sabía que no la podía dar ningún papel pues podía tirármelo a la cara.

Pronto aprendí que en que en aquel ministerio maravilloso las que en realidad mandaban eran las secretarias, sin ellas no podíamos hacer nada.

Al poco tiempo de llegar me nombraron juez instructor en este caso de la vivienda, nos nombraron a cinco a la vez, auténticos pipiolos recién salidos de la facultad, el objetivo según parece era que estábamos vírgenes en todo el sentido de la palabra y así tardaríamos años en prostituirnos.

Bien, de aquella secretaria guardo un recuerdo amablemente digamos que correcto, a veces me miraba con una sonrisa benévola, como diciendo que pena, tan joven, con esa carrera, y tan tonto aún.

Pero un buen día el almirante don Luis Carrero Blanco voló por los aires y en alguna radio de transistores comenzaron a poner música sacra, sobre todo el Réquiem de Mozart. Y otro día muerto también el Jefe del Estado se instauraron los nuevos tiempos y después de dar muchas vueltas vitales que no les voy a relatar porque me pongo muy pesado y muchos de ustedes ya las conocen, me encontré con mi nueva secretaria.

Mi nueva secretaria era espectacular, una mujer joven con un gran tipazo, melena rubia teñida, se parecía a Marilyn, sí, la Monroe. Cuando la vi me quedé estupefacto, no sabía qué hacer, un poco como Dustin Hoffman en aquel filme increíble titulado “El Graduado”. Y como el “graduado” me dispuse a convivir con aquella mujer.

¿Su característica más definitoria?. Bien. Llegaba al parking del Ministerio con un Mercedes rojo descapotable, otros días con el Volvo y si se cansaba de ellos con su Jaguar azul.

Yo siempre aparcaba cerca de ella con mi “Renault 5” cochambroso y después con el “Citroen Saxo” que me comprara mi mujer, pues todo hay que decirlo mi mujer es maravillosa y si ella no existiera yo estaría muerto, seguro.

Esta segunda secretaria estaba más cerca de mí, no estaba en el “pool” de las secretarias, horrible costumbre franquista, la tenía cerca en otra mesa, la veía de perfil o de frente con su melena rubia sus piernas preciosas, era muy fiel a su marido, ingeniero de caminos de la generación de mi hermano y que coyunturalmente se forró a lo bestia cuando fue nombrado por cinco años Consejero de la Vivienda de una Junta de una Comunidad Autónoma cercana a Madrid.

De vez en cuando la venía a ver y también compañeros míos alguno de los cuales se la quería ligar.

Pero ella, lectores, era otro tipo de secretaria, no marcaba las distancias como la primera, ahora era la democracia y todos nos tratábamos de tu a tu.

Así ella me perdió el respeto y me regañaba de forma contundente y pertinaz durante toda mi vida, casi iba a decir como mi mujer, pero no, de una forma más sagaz aún, más sarcástica, le gustaría quizá que fuera perfecto y aunque guardaba mis secretos intentaba mejorar mi conducta, de vez en cuando se emocionaba con algún artículo breve escrito que la pasaba, primero en papel pero rápidamente a través del ordenador.

Fui testigo de la muerte de su madre y la de su hermano caído cuando visitaba una obra, la animaba cuanto podía porque ella también conoció la muerte de mi madre y la de mi hermana y no recuerdo muy bien pero quizá también la de mi padre, y todos fueron al funeral por sus almas, todos en fila india, mis compañeros del Ministerio, las secretarias, ella y alguna amiga y el jefe o los jefes.

He de advertir que aquella época era muy distinta a la actual, no había crisis económicas, ni paros obreros, ni chorizos tan visibles, ni atentados terroríficos si exceptuamos claro está los de la ETA. Ni jueces y juezas estrellas. Las miserias no se refrotaban por la cara del ciudadano medio y no sé que es mejor… en fin era otro mundo.

El día que tocaba mi jubilación, al final de esa larga vida laboral en el fondo una vida de felicidad para mi familia, para mí, para España y para las Secretarias, dimos un vino en la Redacción y vino mucha gente que me conocía, que creo que me querían y la secretaria tan humana, tan buena, de melena rubia piernas preciosas que gustaba por cierto bailar sevillanas, preparó en su propia casa unas empanadas y unas medias noches, el resto lo encargamos del restaurante adjunto que era de la cadena “Arturo”. Al terminar del todo mi secretaria, un compañero auxiliar y yo fuimos a un pub elegante a tomar café, ella me miraba y sonreía después de tantos reproches, de tantas cariñosas reprimendas, de tantos años. Cuando pagué y entrando por la puerta lateral del edificio que daba a Raimundo Fernández Villaverde, allí por los pasillos, casi junto al enorme despacho, me cogió del brazo, me miró fijamente y me dio con sus labios pintados un beso en la boca.

Breves minutos más tarde salí del despacho con la misma sensación que se debe sentir cuando te mueres…. El largo e interminable pasillo majestuoso de toda la vida hasta llegar al patio exterior, hasta mi coche.

Han pasado más de tres años y no he vuelto jamás al Ministerio. Solo una vez llamé a la Redacción, a su teléfono que era el mío y oí su voz inconfundible, como pudiera ser la de mi madre o la de mi hermana. Hablamos brevemente.

Pienso que aquellos 42 años de mi vida se van alejando como un sueño inefable, pero nunca olvidaré a mis dos secretarias, la del abrigo de astracán y los tacones negros y la de la melena rubia y el tipo esplendoroso, las dos se merecen lo mejor de la vida. Ojalá podamos vernos algún día en otro imaginable planeta, en algún lugar imposible para no despedirnos jamás.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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