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CUENTO

“El día anterior” (capítulos V y VI)

Por MAFER - Desde Santiago de Chile

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Capítulo V
En medio de la nada y en espera de algo.

Mientras en la ciudad, el telefonista que habló con Darío, prontamente había solicitado al anexo de Urgencias una ambulancia para ser enviada a socorrer a Esteban; pero ya a la altura de los acontecimientos acaecidos, su solicitud pasaba a ser sólo un detalle.
A pesar del pánico, insistía una vez más y su comunicación fue derivada al anexo de coordinación de movilización de ambulancias, en donde le atendió Inés; quien estaba próxima a completar su turno, ya que tenía la tarde libre a raíz de una reunión a la que debía concurrir. Fue así como esta enfermera, conocedora del dolor humano, a pesar de todas las emergencias suscitadas después del sismo, no podía dejar de pensar en que un joven yacía atropellado en la carretera, implorando por un esperado auxilio médico.

Pasaron otros largos 30 minutos en que se pudieron percibir nuevos movimientos sísmicos, pero de menor intensidad.

El cuadro no variaba mucho desde el accidente, sólo que ahora Esteban se veía un poco mejor, conforme se alejaba en el tiempo la imagen impactante del desgraciado incidente; además se sentía acompañado a pesar de la soledad del camino y el café algo lo había reconfortado.

En el hospital en tanto, Inés ya liberada de su turno, hizo una última gestión antes de abandonar el recinto; a pesar de la gran congestión en las comunicaciones logró telefonear a una sobrina que era secretaria del Comandante de un regimiento cercano al centro asistencial, para averiguar si algún jeep o camión se encontraría operando cerca de la carretera, para solicitar su cooperación por radio en el caso que fuera posible. Su sobrina, Isabel, notificó la situación al Comandante, quien ya tenía información acerca del corte del camino por el puente derrumbado. Además desgraciadamente todo estaba alborotado también en el regimiento, ya que el personal se encontraba evaluando algunos daños producidos en el lugar por el desplome de algunas panderetas interiores y muchos otros habían salido a socorrer a personas atrapadas en ascensores, metro, pasarelas peatonales, etc. Sin embargo existía una posibilidad… y el alto oficial tomó su citófono:
  • ¿Aló? ¿Suboficial Fuentes?
  • ¿Comandante Navarro?
  • Sí, él habla.
  • Diga mi Comandante (contestó Guillermo).
  • Se trata de una emergencia, pareciera que acá cerca en la carretera. No tenemos personal ni vehículos disponibles, pero recordé el vuelo de prueba que debemos hacerle al helicóptero. ¿Para qué hora está programado?
  • Pensaba hacerlo en la tarde mi Comandante, pero puedo obviar algunos detalles y completarlos después.
  • ¿Si es factible?... bueno; pero bajo su responsabilidad.
  • Trataré de hacerlo pronto. Lo mantendré al tanto.
Informada Isabel de la noticia; le devolvió el llamado a Inés; quien para ganar tiempo, se iría de inmediato al regimiento y así partir junto a Guillermo en el helicóptero.

Afuera, todo era un caos, pasada más de una hora del temblor recién se había repuesto el servicio eléctrico, las comunicaciones telefónicas se habían reestablecido sólo unos momentos antes.

Aparentemente no había grandes daños, pero sí muchas escenas de pánico, toda vez que era un día laboral. Muchos escolares deambulaban por las calles de vuelta a sus hogares; pero en general el quehacer de la ciudad hacía esfuerzos por asemejar una nerviosa normalidad.

En la carretera, todo hacía suponer que la ayuda tardaría en llegar. A lo lejos se sentían las sirenas de los carros de bomberos procedentes de un antiguo cuartel ubicado en un poblado próximo al norte del lugar donde ellos estaban. Pero el incendio de la industria y pastizales, aún no había podido ser sofocado; una cortina de humo tapaba el camino en el sitio del siniestro.

Así fueron pasando los próximos minutos, hasta que en el regimiento Isabel salía al encuentro de su tía Inés, a quien le informó que deberían esperar el llamado de Guillermo desde el angar de reparaciones, ubicado a unos 250 metros de donde ellas se encontraban.

La radio y la televisión ya comenzaban con el recuento de daños y reportajes en vivo; con las consabidas brillantes preguntas de algunos reporteros: “¿Y usted, qué sintió cuando vio desplomarse su casa, que tantos años de sacrificio le había tomado llegar a tener?”…

Una vez que se dieron cuenta que aparentemente hasta ahora no se informaba de muertes y sólo habían ocurrido derrumbes mayores en las proximidades del epicentro (grado 8 frente a las costas de la zona central), Isabel apagó el televisor de la sala de espera de su oficina y ambas quedaron aguardando por la llamada de Guillermo. Unos 15 minutos después, éste les comunicó que se juntaran en el patio central de la unidad.

Fue así, como a través de la ventana, vieron acercarse a un acalorado y cansado uniformado; con su buzo engrasado y su rostro bañado en sudor.
  • Guillermo, ella es la enfermera que viajará contigo; mi tía Inés (informó Isabel).
  • Mucho gusto (respondió Guillermo). Espero que lleguemos a tiempo. ¿En qué sector preciso se encuentran?
  • A poco andar por la carretera, en la salida norte de la ciudad (explicó Inés).

Unos cinco minutos después se elevaba la aeronave; llevando a una muy servicial enfermera en su interior, la que nunca imaginó siquiera que en esas condiciones iba a vivir por primera vez en su vida la experiencia de volar. Ansiosa sostenía en sus manos el maletín de primeros auxilios que llevaba.

Ya una vez en el aire, Guillermo comenzó a chequear una serie de relojitos y lucecitas que en rigor y por su responsabilidad habitual en otras condiciones lo habría hecho en tierra; pero él estaba seguro que la nave cumplía con las condiciones mínimas para volar; o al menos casi seguro. Claro está que todas sus maniobras las realizaba como si fueran prácticas rutinarias, porque no deseaba que Inés se sugestionara al saber que aquel era “un vuelo de prueba” después de las reparaciones. Hubo un par de agujas que permanecieron pegadas, a pesar de unos golpecillos que le dio al tablero; pero al menos en ese momento, no representaban peligro.

Sobrevolaron un sector de la ciudad, pero no se veía una gran destrucción, al menos desde lo alto; algunas panderetas en el suelo, cornisas destrozadas y una actividad que se comenzaba a normalizar en las calles. Eso sí, mucha gente regresando a sus hogares.

Ya en las inmediaciones del accidente, les llamó la atención la columna de humo que emergía desde la industria conservera, hicieron una aproximación a ella pero se tranquilizaron al ver la ardua labor de los pocos bomberos apostados allí tratando de controlar el fuego. También pudieron observar como se iba alargando rápidamente la hilera de vehículos detenidos por el incendio, como también lo habían visto en el sector del puente cortado; muchos conductores comenzaban a devolverse.

De pronto se sintió una ligera vibración en la base de la aeronave que preocupó a Guillermo, pero como ya estaban a pocos metros del lugar que había elegido para descender, optó por no darle importancia.

Efectivamente, una vez visualizada la camioneta semi volcada a un lado del camino, comenzaron el aterrizaje sobre el caliente y agrietado asfalto de la vía.

Mientras, en tierra, cuando Andrés y Darío habían advertido la presencia del helicóptero, dieron saltos de alegría. Francisca aún trémula pensaba en lo que había pasado y en su fallido viaje a la playa, además, si su prima ya venía atrasada, ahora con el corte del puente definitivamente no llegaría y ya lo único que deseaba a esa altura del día era regresar pronto a su casa en la ciudad.

Cuando la nave finalmente se posó en el suelo, ese solo hecho pareció haberlo solucionado todo. Sin embargo, esa resultaría ser una muy simple y liviana apreciación…

Capítulo VI
Una aparente y fugaz tranquilidad.

Inés se presentó al grupo, haciendo lo mismo con Guillermo y empezó de inmediato a
evaluar las condiciones en que se encontraba Esteban. Probable fractura de su pierna izquierda, contusión de muñeca derecha y numerosas equimosis en hombro, brazo y tobillo derechos. La situación ciertamente no revestía gravedad; pero sí, era realmente una emergencia.

Guillermo ayudó a Andrés y Darío, a volver a su posición normal la camioneta, la que había sufrido algunos desperfectos; el más complicado era la rotura del radiador, producto de la incrustación de las aspas de la hélice en él. Liberaron el vehículo de entre los matorrales y lo dejaron sobre un espacio más o menos parejo bajo la agrietada berma. Luego abrieron la puerta posterior por donde Darío procedió a guardar en forma casi paternal su triciclo. Inés y Francisca en tanto, comenzaban a inmovilizar la pierna lesionada de Esteban y a desinfectar algunas erosiones en sus brazos. Por momentos su dolor parecía ser más agudo, pese a unos medicamentos que le administró Inés luego de su evaluación inicial.

En eso estaban, cuando se sintió un segundo y fuerte sismo, era la primera gran réplica después del intenso temblor de la mañana. Andrés no dejaba de imaginar a su esposa Liza, que a esa hora debía estar muy asustada en casa con el bebé recién nacido. Sus pensamientos fueron interrumpidos por una segunda gran explosión en el lugar del incendio; no tan fuerte como la anterior, aunque pareció reavivar el siniestro. Pero esto no preocupó mucho al socialmente heterogéneo pero solidariamente hermanado grupo; quienes ante la ya nula posibilidad de recibir ayuda externa, empezaban a organizarse para enfrentar la solución del complejo momento en que el destino los había situado.

Volverían a la ciudad todos en el helicóptero y más tarde luego de comunicarse con sus familiares y suponiendo que el incendio ya hubiese sido controlado, regresaría Guillermo en la nave junto a Andrés y Darío aterrizando en el poblado más al norte solicitando ayuda para remolcar hasta allí la camioneta, donde poder dejarla por el tiempo que durara la reposición del puente y trasladarla posteriormente a la ciudad.

Fue así, como con sumo cuidado acomodaron a Esteban en el interior del helicóptero y sus cuatro acompañantes se ubicaron alrededor de él en el compartimiento de carga; mientras Guillermo se sentaba frente a los comandos para emprender regreso hasta el helipuerto del hospital.

Despegaba la aeronave ante emociones encontradas de sus ocupantes:
  • Ypensar que mi destino (dijo Andrés) igual era volar hoy día; porque cuando ocurrió el accidente yo me dirigía al aeropuerto en donde me esperaban en una avioneta para salir a observar desde lo alto un sector de la ciudad, pero ahora estoy aquí, volando en un helicóptero y muy lejos del lugar en donde realmente debería haberlo hecho.
  • Y yo que pensaba pasar un relajado y reponedor fin de semana junto a las olas y el sol, allá en la playa (replicó Francisca) y ahora estoy aquí, presa del pánico, suspendida en el aire en este aparato, porque no hay otra forma de volver a la ciudad a pesar de estar tan cerca.
  • En cambio yo aparte del accidente de este joven y del susto sentido con el temblor, estoy bien agradecido, porque me he sentido muy útil al poder ayudarlos y porque creo que nunca habría volado en mi vida, si no hubiera sido por este día tan especial, (comentó Darío, conocedor de tantas frustraciones humanas y acostumbrado a vibrar
con las pequeñas novedades que muy de vez en cuando le propiciaba el destino).
  • Para mí; este día me deparaba una agradable tarde libre, después de una reunión que tenía con mis colegas (dijo Inés), pero aquí estoy muerta de miedo regresando al hospital, hace un rato en el primer vuelo no tuve ocasión de pensar en mis temores, porque la preocupación y la ansiedad por llegar aquí eran mayores, pero ahora que todo está más tranquilo, le estoy tomando el peso a lo que estoy viviendo en este minuto.

De pronto ese intercambio de opiniones fue interrumpido por una exclamación de Guillermo:
  • ¡No, Dios! Nuevamente esa vibración… Efectivamente, percibía otra vez esa vibración extraña y anormal en la base del helicóptero.
  • ¡Malditas agujas, despéguense! (gritó Guillermo).

Ahora sí habían adquirido importancia esos pequeños detalles que él había advertido en el viaje de ida y todo hacía suponer que se acercaban grandes problemas.

Le costaba mantener el rumbo, a pesar que ya se había logrado estabilizar después de haberse elevado y pensaba que aparentemente las opciones eran sólo dos: volver a aterrizar inmediatamente después de cruzar el puente destruido, o bien, tratar de regresar lo más pronto posible a la pista del regimiento en donde podrían recibir asistencia desde tierra en caso de un aterrizaje de emergencia. Muy luego el hábil piloto se encontraba compartiendo sus aprehensiones con los otros pasajeros.
  • Dijo: tenemos una situación imprevista; será muy difícil hacer descender el aparato en forma bien controlada, a pesar de ello creo que aún hay dos alternativas: una sería bajar de inmediato, pero me parece que la más adecuada sería volver a como de lugar al regimiento, en caso de requerir ayuda de tierra.
Descompuestos anímicamente los integrantes del grupo, que ya por hartas habían pasado esa mañana, expresaban al unísono frases casi desesperadas.
  • No podemos correr riesgos ya que llevamos un herido de cuidado, yo creo que tendríamos que hacer lo que parezca más seguro (expresó Inés).
  • Lo más seguro en este momento, tal vez sería no entrar a la ciudad (acotó Andrés); porque cualquier desperfecto mayor que nos afectara, obligaría a un descenso urgente sobre calles, edificios, cables eléctricos. Yo pienso que lo mejor sería tratar de agotar
el combustible en este sector y luego intentar un aterrizaje en la carretera o en algún sembradío.

Las palabras de Andrés le parecieron bastante sensatas a Guillermo, quien al parecer ya estaba decidido a volver hasta la ciudad.
  • Es cierto (dijo Guillermo), mi intención de bajar en el regimiento era en el supuesto que tuviéramos una emergencia al aterrizar, pero también podrían surgir otros problemas en el trayecto. Voy a sobrevolar el sector del servicentro para llamar la atención de las personas que allí se encuentran.

Efectivamente, durante algunos minutos la nave cruzó repetidamente el cielo, sobre la mencionada estación de servicio, hasta que desde lo alto pudieron ver como algunas personas salían al exterior para observarlos.

Fue en ese momento cuando Esteban volvió a sentir fuertes dolores en su pierna izquierda y el pánico se apoderó de él. Murmuró en tono muy bajo:
  • En caso de una emergencia yo sé que no voy a resistir, no puedo saltar, no puedo correr; creo que voy a morir, no quiero dejar sola a mi madre. Dios mío. ¿Por qué me has puesto en esta pesadilla?
Inés; mujer muy religiosa y con una comprobada sensibilidad maternal, lo abrazó y
le dijo que nada debía temer, por el contrario, que Dios estaba con ellos y los
protegería.

Mientras, Darío observaba a los curiosos en tierra tuvo una idea. Había que comunicarse de alguna manera con esa gente. (El helicóptero no tenía conectada aún su
radio, ya que era una de las reparaciones pendientes, tampoco tenía en funcionamiento el sistema de altavoces) Fue así, como valiéndose de una cámara de neumático de su triciclo que guardaba entre sus ropas, procedió a inflarla con dificultad, luego le amarró un corto cable que encontró en el compartimento de herramientas de la aeronave y perforó su pañuelo el cual fijó al otro extremo del vínculo; Andrés escribió un mensaje en aquella improvisada pizarra flotante: “- Helicóptero con desperfectos. - Somos seis personas.
  • Trasladamos un herido. - Intentaremos aterrizaje”. Acto seguido, Darío abrió la puerta y lanzó la inflada goma mensajera. Ésta rebotó una vez que tocó el suelo y rodó cruzando de lado a lado la carretera, quedando detrás de la oficina de administración del servicentro. Desde el aire vieron cuando dos muchachos y un niño corrieron en busca del albo mensaje y desprendiendo el pañuelo, se volvieron mirando a lo alto haciendo señas con sus pulgares, como dando a entender que habían comprendido el mensaje.

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