Hoy le comento a mi café
que tú me llamas “amor”,
y el permanece inerte
junto a mi alegre emoción.
En esta fría mañana de otoño
una sola prergunta me hago yo,
y me la hago desde el otro año
¿por qué me nombras diciendo “amor”?
Pienso que un dulce sentimiento
no sólo en mí ha crecido,
día tras día comprendo que es cierto
que también a ti te ha ocurrido.
Somos parecidos en el sentir
muy creyentes en el amor,
con muchas ganas de vivir
y con gran fuerza en el corazón.
No siempre dices que me amas
pero todos los días me dices “amor”,
siento que la palabra te sale del alma
y creo que me amas tanto... como te amo yo.