Rajoy asume el 'estilo Zapatero' y defiende ante la ONU su Alianza de Civilizaciones

Pero no lo hizo por convicción o por una repentina conversión, sino para allanar el camino al objetivo de que España obtenga un asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en el bienio 2014-2016.

Las hemerotecas, muchas veces, las carga el diablo. Y buena prueba de ello son las alusiones despectivas de Rajoy, cuando estaba en la oposición, a la Alianza de Civilizaciones impulsada por Zapatero, concebida como un mecanismo de diplomacia preventiva para combatir el radicalismo y el integrismo religioso. El presidente del Gobierno definió en una ocasión el proyecto como "cantos de sirena que no importan a nadie", y llegó a referirse a uno de los encuentros presididos por su antecesor como "una reunión a la que asisten mandatarios importantes: los presidentes de Eslovenia, de Malasia, de Argelia y el propio señor Rodríguez Zapatero".

Es más que probable que, si de él dependiera, España ya se habría desvinculado por completo de la Alianza de Civilizaciones. Pero Rajoy es consciente de que, si diera ese paso, estaría dando munición a Nueva Zelanda y, especialmente, a Turquía, sus principales rivales en la carrera para ocupar un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. No en vano, el primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, fue uno de los pocos dirigentes mundiales que apoyó con entusiasmo el proyecto de Zapatero y contribuyó al fondo que financia la Alianza de Civilizaciones, que en 2005 fue asumida como una iniciativa propia por el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan.

Varias horas antes de que Rajoy tomase la palabra ante los jefes de Estado y de Gobierno que asistieron en Nueva York a la cumbre anual de la ONU, Soraya Sáenz de Santamaría ya se había colocado la venda. La vicepresidenta del Gobierno justificó ayer la defensa de la Alianza de Civilizaciones con el argumento de que "no se puede cambiar de un día para otro de planteamiento", y que al llegar al poder "uno asume las posiciones institucionales del Gobierno anterior". En una entrevista concedida a la Cadena Ser, Sáenz de Santamaría añadió que en la ONU "la silla es España, y más vale que no mostremos discrepancias internas".

La misma idea de optar a un asiento en el órgano decisorio de la ONU fue una apuesta personal de Zapatero, cuyo desenlace no se conocerá hasta 2014. Será entonces cuando los 193 países miembros de Naciones Unidas deberán elegir en votación a los dos nuevos socios no permanentes del Consejo de Seguridad en representación del bloque occidental. Uno de los tres aspirantes -España, Turquía o Nueva Zelanda- quedará eliminado de la carrera, y tanto Rajoy como el jefe de la diplomacia española, José Manuel García-Margallo, pretenden poner toda la carne en el asador para evitar ese varapalo.

Un discurso 'naif'

Rajoy dibujó anoche ante el plenario de la ONU un retrato, si no idílico, sí al menos demasiado templado, casi naif, de los graves problemas que atenazan al mundo y los mecanismos diplomáticos para atajarlos. Y desmenuzó con cierta dosis de complacencia, no exenta de buenismo, el papel que desempeña España en la resolución de esos conflictos. Así, afirmó que "Afganistán sigue avanzando en el camino hacia la estabilidad, un camino que España ha recorrido junto al pueblo afgano durante más de una década"; aseguró que "seguimos preparados, a través de diferentes mecanismos, para acudir en ayuda de Siria"; y no dudó en señalar que "hemos avanzado en este año hacia un mundo más pacífico, justo y sostenible".

El presidente del Gobierno elogió, además, el "compromiso con el multilateralismo" de España y las "iniciativas lideradas por nuestro país en la búsqueda de la concordia y el desarrollo sostenible"; se refirió también a la primavera árabe, a la que comparó con la "difícil, pero exitosa, transición a la democracia" española; apostó, sin mayor concreción, por "la existencia de dos Estados, el israelí y el palestino", como solución al conflicto de Oriente Medio; expresó su apoyo a las negociaciones con Irán y Corea del Norte para frenar los planes nucleares de ambos países; y se comprometió a que España seguirá contribuyendo "dentro de sus posibilidades, a las operaciones de mantenimiento de la paz".

La monotonía de su discurso de guante blanco sólo se vio alterada ligeramente en dos ocasiones. Primero, cuando aludió al contencioso histórico que enfrenta a España y Gran Bretaña por la soberanía de Gibraltar. Tras afirmar que "hemos perdido ya demasiados años", Rajoy hizo "un llamamiento al Reino Unido" para reiniciar "el diálogo bilateral sobre la descolonización" del Peñón. Luego, el presidente del Gobierno se refirió a otra de las espinas que la diplomacia española lleva clavadas desde hace casi cuatro décadas: el Sáhara Occidental. Y lo hizo, frente a la política de hechos consumados de Marruecos, para respaldar la "libre determinación del pueblo saharaui de acuerdo con los principios de la Carta de Naciones Unidas".