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OPINION

TIERRA QUEMADA

Por José Baena Reigal

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Fuente: Revista “El Dedo”-, 16 noviembre de 2011

El torbellino económico que amenaza con arrasarnos lo vengo anunciando hace mucho tiempo. Desde mis colaboraciones en estas páginas de “El Dedo” a mis artículos en periódicos, pasando por mis conversaciones privadas, no he dejado de manifestar la certeza de que ante el derrumbe de la credibilidad económica de España, resultado de la catastrófica gestión económica de nuestro Gobierno, cualquier shock de la economía internacional colocaría a nuestro país contra las cuerdas y que entonces los mercados serían mucho más reticentes para darnos otra oportunidad sin haber puesto medidas efectivas sobre la mesa.

 

Aunque no resulte original decirlo, "se puede engañar a algunos todo el tiempo y se puede engañar a todos algunas veces, pero es imposible engañar a todos todo el tiempo", que ha sido la táctica inveterada de nuestro hoy más que desaparecido Gobierno, reencarnados sus peores carencias y excesos en el esperpéntico candidato Rubalcaba.

Desde bastante antes de las últimas elecciones generales, vengo comparando el inexorable desmoronamiento de nuestra situación económica y política con el hundimiento del Titanic, concretamente con el trágico episodio, tantas veces llevado al cine, en el que la banda de música interpretaba valses mientras el navío iluminado comenzaba a ser engullido por las frías aguas del Atlántico norte. Pero el hundimiento al que ahora me refiero y que tenemos en puertas no es, precisamente, de índole marítima.

Era cuestión de tiempo que la realidad acabara filtrándose por las paredes, como pasa con los muertos de Don Juan Tenorio. Y en esta hora crucial para España, la única realidad palpable y atemorizante es la parálisis de nuestra economía. Todo lo demás son palabras, ignorancia supina o demagogia populista. La razón, por otra parte, es bien sencilla de entender: cualquier propuesta política, por nimia que parezca, tiene una inmediata traslación económica, que viene representada por su coste en euros. Así de simple son las cosas. Por eso, después de casi ocho años de despropósitos económicos de toda laya, desde la venta en 2007 de ciento treinta y tres toneladas de oro por el Banco de España, que representaron el 32% de unas reservas que hoy valdrían el doble, hasta las subvenciones a las energías renovables, que costaron a los españoles 7.200 millones de euros en 2010 (el 25% del recibo de la luz), podemos afirmar que la política llevada a cabo ha sido de pe a pa un penoso disparate que ahora nos está pasando la factura. Para mayor peligro,  no hace falta ser muy listo para saber que la deuda real generada por las comunidades autónomas y ayuntamientos es, como la de todas las instituciones del Estado en su conjunto, mucho mayor que la que oficialmente reconocen nuestros gobernantes. De ella y de su descontrol ha surgido una corrupción escandalosa que cada día nos indigna con noticias de nuevas tramas venenosas alimentadas por los caudales públicos, consecuencia directa de creer que, como afirmó la ministra Carmen Calvo, “el dinero público no es de nadie”. De este convencimiento surge el deporte nacional mejor practicado: la deriva millonaria de euros hacia organismos parasitarios en donde desaparecen por arte de birlibirloque, canalizados hacia redes clientelares, repartidos a través de subvenciones directas o como suministro a mecanismos mafiosos gracias a los cuales cada uno afana lo que puede y mientras puede.

La simple enumeración de las barbaridades que anteceden sirve para evidenciar que el infierno económico en el que nos encontramos no se debe tanto a las repercusiones de la crisis global o al derrumbamiento de la denominada economía del ladrillo como a los dislates perpetrados desde las páginas del Boletín Oficial del Estado y de las cuales es exclusivo responsable el Gobierno de Rodríguez Zapatero. A estas alturas, ¿cómo demonios cabe escudarse en la crisis mundial para justificar nuestros incomparables índices de paro, la inseguridad jurídica generada por la diarrea legislativa de nuestros diecisiete gobiernos autonómicos, la ineficacia productiva, el desastre educativo palpable en el fracaso escolar generalizado, el altísimo coste de nuestra energía o el arbitrismo desmesurado de nuestras decisiones económicas? Si en menos de ocho años, los mismos que lleva gobernando Zapatero, Alemania pasó de la devastación total ocasionada por la II Guerra Mundial al milagro económico, ¿cómo es posible sostener que nuestro hundimiento económico ha sido inevitable por efecto de una coyuntura exterior especialmente desfavorable?

En una conferencia pronunciada en el Casino de Madrid en marzo del pasado año, el doctor Juergen Donges, catedrático emérito de Ciencias Económicas de la Universidad de Colonia, director del Instituto de Política Económica de esa misma Universidad y reputado sabio internacional en el mundo de la Economía, citó la "teoría de la tierra quemada", táctica militar consistente en destruir todo lo que pueda ser de utilidad para el enemigo. Textualmente dijo: "Si Zapatero piensa que en las próximas elecciones no va a ganar, es perfectamente racional su política económica porque deja tal herencia al siguiente que no podrá hacer nada”.

Que ninguna propaganda interesada nos engañe. El crash que pende sobre nuestras cabezas no se debe a que los españoles hayamos pedido la cabeza gastando sin son ni son, ni por ningún contagio externo: la peor cualificación que tiene España para su crédito exterior es la gestión errática del Gobierno encabezado (o descabezado) por un presidente de tan escasa capacidad intelectual como iluminado visionario y su corte de las maravillas, en la que el Gobernador del Banco de España ha rivalizado en incompetencia y arrogancia con el ministro Solbes y la nulidad patética de la Sra. Salgado, actual titular de Economía y Hacienda.

Durante el último año transcurrido, ¡otro año entero perdido!, hemos visto cómo con mentirosa insistencia la Sra. Salgado nos ha dicho una y otra vez que al final del ejercicio cumpliríamos escrupulosamente con la tasa de déficit señalado por la Unión Europea. Hoy, a cinco días de las elecciones generales ha reconocido que eso es imposible, cuando estamos asistiendo a la debacle griega y al desmoronamiento en picado de Italia a causa de la ineficacia de sus respectivos gobiernos para atajar la crisis con la adopción de medidas reales que otorgaran alguna confianza a los mercados. Aquí, entre los “brotes verdes”, la perogrullesca afirmación de que “España no es Grecia”, las predicciones de inmediatas recuperaciones nunca acontecidas y el manejo de la propaganda habitual, coreada sectariamente por las cúpulas de los dos grandes sindicatos “de clase”, la ciudadanía sigue viviendo en la inopia, a pesar del permanente escándalo que suponen unas tasas de paro absolutamente inasumibles para cualquier país medianamente desarrollado.

Espero con ansia un titular informativo que alguna vez diga algo así como que “el Ibex cae porque las estimaciones de PIB y beneficios son incorrectas” o “la prima de riesgo sube porque las instituciones ya no pueden absorber más deuda de la que les han colocado”. Y es que la prima de riesgo no sube por ningún ataque misterioso. Lo hace porque los tenedores de bonos estatales, que ven nuestro estancamiento económico y cómo la deuda no para de aumentar, no pueden vender sus carteras de bonos soberanos y buscan protección porque no pueden vender por la baja liquidez, porque no hay compradores y, en cualquier caso, porque en en la próxima subasta de deuda se les pedirá que vuelvan a comprar. La deuda soberana que durante décadas nos han contado que no tenía riesgo no es más que una milonga parecida a la de que “las casas nunca bajan”. Con un problema añadido: la capacidad de compra de los mercados está mermada por saturación y porque las necesidades de refinanciación de los estados endeudados no cesan de aumentar.

La crisis de deuda soberana tiene muchas similitudes con la burbuja inmobiliaria. A un activo sobrepreciado (en este caso la deuda estatal, al haberse considerado injustificadamente como activo sin riesgo) y a un aumento brutal del inventario (todos los países emitiendo, utilizando los fondos de pensiones y la seguridad social para comprar más deuda) sigue inevitablemente un gran estallido cuando la capacidad de crédito se maximiza. El final en este caso, como en el de las hipotecas/basura, es el mismo: una devaluación del activo subyacente (la deuda soberana) acorde a la demanda real. En el caso español las fases son sobradamente conocidas: primero, sorpresa (“pero si nuestro sistema financiero es el más sólido del mundo”), luego enfado de dignidad ofendida (“España no es Portugal o Grecia”), luego negar la realidad (la prima sube por contagio externo o por oscuras conspiraciones de los mercados”) para, finalmente, acabar tirando la toalla y cometer el disparate postrero, o más bien “póstumo”, de convocar elecciones ¡a cuatro meses vista! Y encima, con Rubalcaba como candidato de un partido, todavía en el Gobierno aunque no lo parezca, vendiendo a los incautos crecepelos milagrosos, atizando rencores entre sus incondicionales y pregonando, como medidas para salir de la crisis, un impuesto “a los ricos” y plantarse en Bruselas para forzar a que las instituciones europeas nos concedan dos años más de despilfarro: ¡Qué espectáculo de bochorno! ¡Qué desvergüenza! ¡Como para generar confianza en nuestro futuro económico!

A pesar de lo vivido, debemos estar prevenidos porque lo peor está todavía por llegar. Mientras que los gobiernos griego e italiano estarán dentro de escasos días en condiciones de aprobar medidas de gobierno para atender sus perentorias necesidades (que lo consigan hacer es otro cantar), España sigue capeando el temporal a la deriva, sin presupuesto público para el año entrante y sin que, al menos en dos meses, seamos capaces de arbitrar decisión alguna para protegernos de la tempestad que descarga su furia sobre nuestras cabezas. Parafraseando a Churchill, y con exactitud verificable, podemos afirmar que nunca antes en la historia de nuestra democracia, tantos españoles se han visto tan gravemente perjudicados por tan pocos.

Sin las elecciones del domingo, Zapatero habría sido obligado a abandonar el poder a la fuerza, como ha ocurrido con los primeros ministros de Grecia e Italia y la situación todavía sería más desesperada de lo que ya lo es. Así pues, tomemos buena nota y preparémonos para lo que está por llegar. Y quien sea creyente, que rece: otra cosa no se me ocurre.

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