Irlanda tiene una personalidad propia. Y también una historia cargada de dolor, heredado de siglos de dominación inglesa, seguida de otro dominio quizás más sutil, pero no menos asfixiante, el de la Iglesia Católica, cuyo exponente más extremo lo encontramos en la represión de las mujeres y el abuso infantil en instituciones como los Conventos-Lavanderías de la Magdalena, las maternidades para madres solteras conocidas como Casas de Madres y Bebés, los orfelinatos, etc. La huella siempre presente de la Hambruna (1845-1852), causada por la peste de mildiú que arrasó las cosechas de patatas, alimento de la mayor parte de la población, y agravada por la desidia del gobierno británico y los grandes propietarios de las tierras, que tuvo como consecuencia la muerte de más de un millón de personas y la emigración de otras tantas. Sin olvidar, la lucha por la independencia, la sangrienta represión del levantamiento del Lunes de Pascua de 1916, la lucha contra Inglaterra que llevaría a la firma del Tratado Anglo-Irlandés, con la consecuente creación del Estado Libre Irlandés, a costa de que continuasen formando parte del Reino Unido los seis estados que conforman lo que conocemos como Irlanda del Norte, y la posterior guerra civil. En fechas mucho más cercanas, las tres décadas marcadas por enfrentamientos violentos conocidos como The Troubles («Los problemas») y, cuando tras el Acuerdo de Paz firmado en Belfast el 10 de abril de 1998, se había iniciado un lento proceso de normalización de la vida en Irlanda del Norte, vuelve en los últimos años con el Brexit la sombra de una frontera separando territorios y poblaciones hermanas. Ahora, en esta tercera década del siglo XXI, continúan los contrastes hirientes, fruto de la injustica y la desigualdad que engendra, en Irlanda, y en el resto del mundo, el sistema capitalista neoliberal en que vivimos inmersos, como el que representan las personas sin hogar durmiendo en los portales, frente al pujante crecimiento de la economía de la República de Irlanda, reflejada en los modernos edificios del área financiera de Dublín, a orillas del río Liffey. Y de todo ello una memoria fresca, inmediata, actualizada, a través de monumentos, cárceles y edificios emblemáticos convertidos en museos, estudios académicos, arte y literatura.
Pero Irlanda no es solo dolor. Irlanda es la suave belleza de sus tierras siempre verdes. La belleza feroz, casi brutal, de sus paisajes bajo la lluvia y el viento, de sus acantilados que se yerguen como gigantescas murallas entre el mar y la tierra. La alegría que transmite su música, en los pubs, en las iglesias, en las calles. Sus universidades, su arte y su literatura. No solo su poesía, obligado es mencionar a Seamus Heaney (1939-1013), Premio Nobel de Literatura en 1995 o a William Butler Yeats (1865-1939); o las obras de otros autores clásicos como Oscar Wilde (1854-1900), Samuel Beckett (1906-1989) o James Joyce (1882-1941), cuyo Ulises sigue recorriendo las calles de Dublín; sino también la literatura contemporánea actual, en la que destacan muchas autoras que están reescribiendo la historia y la vida de Irlanda con una mirada crítica feminista, como Claire Keegan, Anna Burns o Sally Rooney, entre otras muchas.
Por todo ello, y sus maravillosas cervezas, bien merecen la pena una y mil visitas a Irlanda, a uno y otro lado de la frontera que no debería existir.
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No(
