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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Cuando Dios desaparece

A Marta, mi nueva fuente de energía y de proyectos

sábado 27 de agosto de 2016, 14:53h
Cuando Dios desaparece

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

27AGO16.- Cuando Dios desaparece y queda la realidad que te circunda en una tarde cálida e interminable, ese verano árido e inclemente de una ciudad que se torna ajena e insensible a tu existencia y piensas que la vida carece de alicientes o de sentido o de motivación y brillo, y te sientes tan viejo como un dinosaurio que se arrastra penosamente por una planicie polvorienta de algo, de algún planeta que antes fue tu vivienda y tu hábitat donde creabas al amparo de seres maravillosos que te querían o así lo pensabas, y ahora compruebas que nada de lo que ves merece la pena y los clientes de la placita se han vuelto maniquíes sin alma.

Mujeres inquietas y deformadas por un alma que yace vacía y seca por haber perdido contacto con la realidad, una realidad que estaba más allá del horizonte en ese segundo plano de la vida, de tu vida, conservando la memoria de tus seres queridos y desaparecidos.

Cuando tu hija se ha largado con el coche, ese segundo hijo al que tanto estimas y amas, pues ha estado un mes en el taller de las reparaciones.

Y te han abandonado la inspiración y las ideas y la ilusión y las fuerzas por seguir haciendo algo útil y hasta el “Guajiro” que fumas exhala un humo seco, vacío, inane y te das cuenta que vives y vegetas en un mundo muerto, tan muerto como tú que estás ahí, tan yerto como un dinosaurio huérfano y triste que camina lenta y pesadamente sin saber a dónde encamina sus patas parkinsonianas. Y ha llegado esa hora de Getsemaní en la que Cristo, el maestro lleno de vida y de proyectos, ve que tiene que morir clavado en una cruz así a destiempo y sin sentido, en plena juventud. Y comprendes que le has perdido por tu abulia y tu pereza, y esa carcoma terrible del aburrimiento más atroz en un verano que jamás termina, en un calor que no es calor que es fuego y la placita, tu querida placita, es un inmenso epitafio de un cementerio esférico llamado la Tierra.

Y cuando te revuelves viendo ese decorado que se remonta setenta y tantos años atrás. Piensas y compruebas el abandono de Dios y de ti mismo, y el olvido de rezar y confesarte porque Satanás te ha cercado y te amenaza con destruirte y conducirte a la nada, a “la sombra de la nada”, a esa soledad insoportable de los hijos del eterno cuando te das cuenta que te han abandonado, vamos, que le has abandonado tú y sin esa referencia que está ahí más allá de ti mismo, más allá de las cosas es que has perdido aquello que más vale, es que has perdido a aquel cuyo reino no es de este mundo. Y así no se puede seguir sobreviviendo porque el mundo y las cosas han perdido su olor y su sabor y tú estás más perdido que Carracuca con todo el pasado que te has ido fabricando y que muchos admiran y otros envidian y que para ti supone nada más que la sucia mortaja con la que están esperado revestirte en ese sueño hacia más allá de Plutón y de nuestro Sistema y quisieras hablar con Stephen Hawking para que te explicara qué se puede hacer cuando has perdido todo, cuando has perdido a Dios y un calor tremebundo seca tu alma, ese alma humana que está gritando por hacerse notar.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, escritor, dramaturgo, ensayista y novelista

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