Espadaña

El secretario general de los socialistas españoles aseguró sobre la tribuna a los diputados que “no habían ganado ni izquierda ni derecha”. Coincido con el dirigente madrileño en que el mapa político esbozado en el Congreso es borroso. Ninguna propuesta de país ha vencido.

La derecha económica suma la mayoría absoluta. En cambio, las fuerzas que sostienen un cambio en la política territorial se han impuesto en el hemiciclo. Asimismo, la mayor parte de las poltronas defienden una renegociación del déficit con Europa.

Este tablero parece un lienzo de arte abstracto, en el que se trazan centelleantes, rápidas, sinuosas y multicolores líneas. El óleo no presenta nítida diferenciación cromática, como otrora. Pero no es caos ni apocalipsis. Es un mandato popular.

Una nueva cita electoral en los albores del estío sería un fracaso de nuestra clase política. La mayor parte de los votantes no se han equivocado al introducir su lista en la urna. Sin embargo, sus señorías sí se están confundiendo. Todos tienen culpa; en especial los cuatro fantásticos y sus adláteres.

Los populares han ganado el sufragio. No obstante, se han engastado en el dogma de la gobernabilidad del más votado. Aparcando los planteamientos de legitimidad, el parlamentarismo español permite otorgar el gobierno a quien no es la primera agrupación pero sí suma aliados. Los liberal-conservadores se han atrincherado en la ausencia de diálogo, en el aislamiento y en la quimérica gran coalición. Empero, este proceso ha agrietado un partido que creíamos rígido y monolítico: algunas voces reputadas han rogado a Mariano Rajoy que permita la renovación de sus filas.

Ciudadanos degusta un resultado agridulce. Es cierto que de cero escaños a cuarenta es una cifra excepcionalmente satisfactoria. Sin embargo, los liberales partían de unas encuestas que les aterrizaban en la segunda posición y con muchos más representantes. Se conforman con el cuarto puesto. Pero su influencia se extiende por izquierda y por derecha. Debido a su estratégica colocación, alberga la última palabra de varias vías de gobierno. Han sabido perfilar una imagen de actividad, departidora y árbitro de dos viejos niños —PP y PSOE—. La figura de Albert Rivera es una de las pocas que sale reforzada de este período.

El PSOE sufrió un descalabro electoral que lleva profetizándose desde el año 2008. Los resultados eran pésimos a todas luces: 89 asientos en el Congreso, su peor marca desde la instauración de la democracia. Aun así, Pedro Sánchez se postuló como presidente del gobierno; pero sus más fieros detractores yacen en su partido. Los socialistas han de solucionar su bicefalia. Los herederos de Pablo Iglesias Posse han de decidir en qué dirección caminar. Pese a su determinación y la loable consulta a la militancia, la población continúa desconfiando de los de la rosa. Su colocación es atenazada a ambos lados de su espectro. La guerra interna también sacude el exterior.

Los morados lograron 69 legados. Un gran número para la formación de Pablo Iglesias Turrión. Salieron a vencer; y casi lo logran. Después de burlar las encuestas, llegó el momento del pacto. Creyeron tener a los hermanos mayores de Ferraz a su disposición; y entre vicepresidencias y ministerios, apareció la amante naranja vestida de blanco. A partir de ahí, Podemos ensayó una fractura. Por un lado, Errejón, con el malogrado Pascual, intentaban acercarse al PSOE. Por otro, el secretario general, con su cohorte, optaba por atraer al PSOE, deseando unas nuevas elecciones que les beneficiara. Tiraron la pelota a Sánchez, y aguardan cautelosos.

El PCE se blindó en IU. En estos comicios, IU se ha abrigado de numerosas siglas en UP. En cualquier caso, UP-IU parecía un proyecto destinado al destierro político. Alberto Garzón, pese al exilio televisivo, consiguió asomar una pierna en la Carrera de san Jerónimo con dos delegados. Ha enarbolado la bandera de la unión de la izquierda y se ha proclamado motor del fracasado pacto a la valenciana. No sabemos si el malagueño quedará en un gurú, en un nuevo candidato o en un utópico más. Por el momento, todavía ha de apagar los fuegos de su organización en las elecciones a la coordinación federal.

Esta es la nueva etapa: la del pacto. Cualquiera podemos imaginar al PNV o a DiL votando igual que Montoro en cuestiones hacendarias; pero nuevos —o viejos pero recios— factores sitúan a estas formaciones más cerca de las izquierdas.

Reprochaba Iglesias a Sánchez que pactaba con quienes había tildado de “nueva derecha”. Sin entrar a valorar el pacto y el diestro giro, habría que recordar al vallecano que los pactos han de conjugar, precisamente, la campaña con el programa electoral en pro del bien común. ¿Serán capaces?

Nos tendremos que acostumbrar a debates sanos entre el partido, sin llegar a despreciar al propio líder, siguiendo el ejemplo norteamericano. Tenemos que olvidar de nuestro imaginario las mayorías absolutas. Tenemos que hablar por primera vez de coalición; extraño en el único país europeo junto a Malta que no ha tenido ese tipo de Gobierno. Tenemos… O quizás no; y esto es un experimento del pasado, simplemente.

Marcos Carrascal Castillo (@M_CarrascalC)