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OPINIÓN

El poder absurdo

El poder absurdo

Por Gustavo Celedón

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Una orden emanada desde sus superiores, indicaba a este policía, así como a muchos otros, a hacer finalmente lo que deseara con las fotos que tomó durante las jornadas de manifestación contra la reforma de jubilación en Francia. Pensó primero subirlas a Facebook. Su primo menor le recomendó abrir un Flickr. Cayó en depresión: un germen de artista florecía en su corazón.

El poder absurdo
El poder absurdo

Un helicóptero recorría los cielos de Pantin la mañana del viernes. Alrededor de la gente que marchaba en las manifestaciones, podías ver y sentir los ojos, múltiples, policías civiles, multiplicados, anotando, registrando. Cámaras por todos lados, de eso ni hablar. Haciendo abstracción, concentrándonos, el sonido de sus movimientos podía inmiscuirse entre bocinas, gritos, humos, zapatos.

 

La fotografía se torna un elemento fundamental en estos acontecimientos. La gente la ocupa, pues a través de ella puede denunciar y mostrar lo que está sucediendo a la vez que delinear o esquematizar una imagen del poder, una imagen de la gente, construyendo un ojo discursivo e inteligente que estaría marchando en estas manifestaciones y, de manera más general, que estaría poblando también el mundo, errando. Y en cierta medida, de manera más concreta, a través de la fotografía se puede anular el devenir abusivo del poder. Pues el poder no es más abusivo precisamente porque tiene un compromiso con los medios, con las imágenes, con la publicidad, con los clientes. Pues después de todo, la gente no sólo es gente, sino que, entre ellos, casi todos, hay clientes a los cuales hay que mostrar una buena imagen. Y eso el poder lo sabe. Muy bien. Ahora: para la policía, agarrar y salir con cámaras fotográficas, ¿de qué se trata?

 

Perfectamente puede existir una especie de oficina, departamento o equipo que se dedique a descargar todas estas fotos, clasificarlas, buscar las identidades, revisar el historial de los involucrados, archivar. Y lo tenebroso es que no existe ninguna sensibilidad ni distinción del fotógrafo: no existe la capacidad de tomar una fotografía que detalle la posición del retratado: éste, simplemente, por el sólo hecho de aparecer en la fotografía, deviene agitador o algo por el estilo.

Existiendo todo un gigante aparato de vigilancia, mundial, las fotografías de la policía no están necesariamente al servicio del registro. Se trata más bien de un acto que intenta contrarrestar uno de los pocos medios que tiene la gente para defenderse y hacer justicia: el registro directo, que goza de cierto anonimato en la medida en que no es precisamente hecho por un individuo, sino por un colectivo, por un colectivo sin nombre. Esto es lo que el poder no puede evitar, aun identificándolos, a ellos, los individuos.

 

El policía toma esa foto y lanza un mensaje: “Usted, que cree estar haciendo justicia, no es sino un vándalo (“un casseur”) y mire, lo ve, lo tengo aquí archivado. Nótelo, no se le olvide. Sobre todo no se le olvide”. Claro, algo perverso: crear un ambiente en donde se culpa a los individuos, uno por uno, por esta supuesta “sublevación” de la gente. Hacer caer el peso del castigo a las personas por el sólo hecho de participar. Pues ese es el remedio más efectivo contra las manifestaciones populares (y de manera más general, contra toda opción que, como tal, cuestione los usos): la amenaza que en cada uno de nosotros cae: quedar fichado, tener problemas de trabajo, perder dinero, mal aventurarse. El acto de un policía tomando fotos es eso, una amenaza: un click y mire, su trabajo, su dinero y su futuro han quedado “archivadamente” comprometidos (insisto, los registros están siendo captados desde otra parte, son otras las cosas que interesa registrar).

 

La foto tomada a este policía no sólo lo muestra cumpliendo órdenes. Alguien debía captar el absurdo, el absurdo de sus movimientos, que nacen del simple hecho de hacer algo cuyo sentido no existe, de cargar con el vacío de la vigilancia, ese vacío que responde a un acto que no nace de ninguna intelligentsia, sino de la presión del efecto publicitario, televisivo y expositivo que tiene más poder que el mismo poder, que sus instituciones y sistemas de seguridad. “¡Vamos, toma una buena foto!”, le gritaban. El policía disparaba su artefacto, sintiendo que por primera vez alguien, un ser común y corriente, en frente de él, se para con mayor propiedad, con mayor sabiduría, con más conocimientos. “! Pero mira hombre, vamos, saca una buena foto…!”.

 

No hay registro para esto, pero se dice que el policía sufrió una conmoción. Que sus fotos eran realmente buenas, no sólo por el encuadre, sino por la captación de expresiones y sobre todo por el manejo de la luz. Prefiere incluso la fotografía analógica a la digital, pues no le convencen los números, prefiere acercarse a la realidad.

Imprimió todas sus fotos. Las colgó en una habitación desocupada de su casa. Quiso exponerlas en la comisaría y ahí se dio cuenta que, de seguir así, comenzarían a fotografiarlo a él. Poco a poco decidió abandonar la fotografía. Un tiempo fue músico, pero no se convenció. Deambuló por las calles hasta que, de una buena vez, decidió alistarse en las fuerzas policiales. Anduvo en helicóptero, practicó buceo, se lanzo en bungy… pero nuevamente se alistó a las fuerzas policiales. Un día le dijeron: “Hey, hay manifestaciones, toma una cámara y pon cara de rudo, aunque la cara difícilmente te la vean debido al gran casco oscuro que portarás”. Encantado, respondió: “gracias, se lo agradezco. ¿Qué cámara voy a ocupar? ¿Digital o analógica?”

“!De qué hablas!” le respondieron. “Vamos, alístate, aquí tu cámara”.

 

El día no era tan frío. El policía enfocaba el punto de fuga de una calle repleta de gente, por lo tanto, de colores, sonidos, movimientos. “Rostros, rostros”, le gritaba su sub-consciente. Se hizo prontamente de noche, una voz de repente le gritó: “¡Vamos, toma una buena foto!”. Se dio vuelta. En frente de él otra cámara, apuntándolo, “¡vamos, vamos, dispara!”…

¡CLICK!

Al otro día nuevamente decidió alistarse en las fuerzas policiales.

 

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