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OPINIÓN

Algo sobre los 33

Por Gustavo Celedón

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Platón nunca imaginó al hombre de la caverna ascendiendo con lentes oscuros. Menos recibido por un presidente millonario y una audiencia delirante. Platón no imaginó que la caverna podía extenderse, doblarse, reproducirse. No pensó que ella conocía ya su propio exterior, que había partido ya a su conquista: expediciones, ingenieros, satélites, astronautas y todo el imaginario de la conquista del espacio (creo no hablar tonteras: entremedio de todo, la NASA y una cápsula llamada “Fénix II”) que no es otra cosa que el sueño formateado y proteico de una caverna que se quiere extender infinitamente.

Platón nunca fue un pensador de la representación. Siempre estuvo al tanto de las manipulaciones, los vicios, las ficciones. En otras palabras, siempre estuvo al tanto de la relación entre la representación y el show, el show maldito, la manipulación de los corazones y la fragilidad humana. Pues efectivamente el caso “mineros” habla en todo momento de la fragilidad: la de la condición trabajadora, de la condición humana, la fragilidad de la tierra, de las relaciones, etc.

Es esta fragilidad la que los humanos remontan, viviendo con ella, en ella, asumiéndola. No obstante, emerge un personaje, humano también por excelencia, a saber, el cobarde, aquel que precisamente se ve frágil y se asusta, haciendo lo imposible para asegurarse, de inmediato, económica y corporalmente. Nace el “canallismo”, es decir, la explotación, los consorcios, las compañías de seguro, la ficción. Sí, la ficción. Pues si creen que en lo que va del mundo es el fuerte aquel que realmente domina, habría que decir que la cosa es al revés: quien sobrevive y domina es el más cobarde, el canalla, el que arranca. Y una vez que haya ascendido un mísero peldaño, sentirá el vértigo de la altura (aunque sólo esté a un decadente centímetro más arriba) a la vez que un valor y un orgullo que lo harán creerse fuerte, dominador, gigante.

Y en fin… ha comenzado la ficción.

Brevemente: no es extraño entonces que nuestro mundo actual sienta una predilección por ella, por la ficción, por las cápsulas Fénix I, II y III, representantes de la conquista: del suelo, de las profundidades, del aire, de las alturas, del miedo, de mujeres, hombres, lágrimas. No es extraño tampoco que Chile sea un país que ame la explotación de la fragilidad en la medida en que se siente él mismo tan frágil, tan delgado, tan pequeño, tan lejos de todo. No es extraño que ese personaje, Mario, Mario Kreutzberger, quien declaró que “jamás había presenciado un evento comunicacional tan grande desde el lanzamiento del Apollo XI” (no bromeo cuando digo que en todo esto está presente el imaginario de la conquista del espacio), haya aparecido cierto día por la mina, detectando con su máquina, su electroscopio o cómo se llame, cuánta fragilidad -ese otro mineral tan rentable como el cobre y el oro- habría a explotar. Y así, no es extraño tampoco que Piñera haya denunciado, bajo la máscara de Chilevisión, que la presencia del personaje anterior garantizaba a Canal 13 una mayor audiencia (es decir, el monopolio de la explotación de la fragilidad). Y no es extraño…

No es extraño que en el metro de París dos señoras conversen sobre los mineros, preocupadas finalmente de cuánto dinero iba cada uno de ellos a recibir, pues al final de todo está siempre el dinero, el único destino que existe, la única realidad, el objeto que, una vez conseguido, te otorga la fuerza, arregla tu espejo, tu imaginario, te devuelve por fin a la existencia.

Y no es extraño que Chile, como dice un amigo, esté a la vanguardia de lo peor. Ya no es la Teletón de Mario, ni el país reunido frente a la TV por una tragedia. Es ahora el mundo entero, rendido y ansioso, aburrido, tapando global y universalmente huelgas de hambre, huelgas por jubilaciones, cesantía ascendente, racismo aplicado, hambre, neocolonialismo… y la lista, lo saben, es larga y conocida. Precisamente los media tienen esa misión y ese poder: disolver lo conocido, suplantarlo por otra escena, más bien un escenario. Y es ahí que Chile ha logrado un conocimiento avanzado, convirtiéndose como siempre en un alumno obediente del capital.

Pues bien, tal fenómeno comunicacional marca ciertamente un hito y probablemente sociólogos, filósofos, historiadores y periodistas vayan a desenfundar sus plumas y engrosar sus curriculums. Esperamos, no obstante, que alguno de ellos sea serio y nos explique verdaderamente en qué consiste todo esto. Por mi cuenta, sólo reúno significantes y me tapo la cara por la vergüenza, no olvidando que efectivamente son seres humanos los que estaban atrapados, por condiciones horribles de trabajo debidas a la nula importancia que significa su presencia en la existencia. Y cierto, la tristeza en juego, familias, niños, en fin, es algo cierto, algo humano que deberían, señores telespectadores, aprender a separar del espectáculo levantado por el capital internacional. Una de las primeras revoluciones, una de las grandes resistencias, es la autonomía de los afectos.

Así las cosas, Platón se sienta en medio de la caverna. A los esclavos ya se les ha permitido soltar sus cadenas. De hecho, entran, salen, dictan incluso seminarios sobre Platón. La caverna, mientras, se ríe, demasiado. La caverna se toma la barriga, prende un puro con un dólar, un euro o un billete de diez mil pesos chilenos (ja). La caverna juega con un Play Station, the 33, y arroja sus cenizas candentes sobre la cabeza de algún sindicalista noble, de algún huelguista extraviado.

La caverna, no obstante, tener miedo. La caverna siempre constituirse por el miedo.

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