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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

La Villa de Mombeltrán

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

miércoles 12 de agosto de 2015, 00:02h
La Villa de Mombeltrán

Hacía mucho calor y yo había pasado una noche horrible pues acababa de perder el texto casi entero de una pieza teatral que acababa de escribir tras muchos años de sequía.

Mi alma estaba “espesa” le dije a mi mujer utilizando este vocablo por primera vez en mi vida. Me divierte como a un prestidigitador sacar de la chistera del lenguaje nuevas palabras para definir cualquier situación y en general había terminando dando muy buen resultado.

Mi mujer me miró con ojos “glaucos” y se dispuso a sacarme de casa a toda costa, yo no quería pues algunos hombres somos tan tontos que a pesar del sufrimiento que provoca cualquier situación preferimos seguir en ella que explorar nuevos caminos.

Mi mujer peleó una batalla singular, como aquellas batallas que refiere la Biblia entre personajes insólitos y ángeles poderosos venidos del otro mundo.

Bien, un minuto antes de que arrancara el poderoso autobús mi mujer y yo estábamos subiendo por las escalerillas y todo lo que voy a contar fue maravilloso para ella y para mi, además sé que de no haber existido ella yo no estaría en este mundo o en el mejor de los casos sentado a la puertas de una iglesia canoso, sucio e irreconocible la mano extendida pidiendo limosna.

Pues bien, nada más arrancar y ver el panorama del campo y la ciudad a esas velocidades, me di cuenta que la felicidad o el bienestar moral pueden alimentarse de palpar la variedad del mundo, como asimismo se deduce de las breves páginas que Ernesto Hemingway dedica a sus años de pobreza y juventud en París cuando viajaba constantemente de un pueblo a otro en busca de pensión donde guarecerse con su mujer y con su hijo y por supuesto de inspiración pues no dejaba de escribir ni un día.

La felicidad, la nuestra, depende del estado de nuestro mundo interior, pero si esta se halla en mal estado puede tornarse en bienestar y equilibrio si utilizásemos cabeza y la sacáramos a pasear, a ver cosas nuevas y personas nuevas.

De hecho comenzar a deambular por esos picos nevados, por esa Laguna Grande, por esas calles llenas de puertas blasonadas de granito, antiguos palacios de señores feudales, gentes ricas de dinero y poder donde toma origen la villa que se retrotrae al Medioevo.

La casa de mi amigo es de nueva construcción o rehabilitada en su totalidad y se nota en ella un cambio cualitativo a mejor en sus modales.

Muebles exquisitos, techos de escayola bajados a propósito o subidos para crear espacios diferentes donde figuran detalles delicados, madonas, pinturas de una antigua novia, espadas y anclas, teléfonos antiguos, muebles muy modernos en mezcla con otros muy nobles y antiguos venidos en recuerdo de su casa en Madrid.

A Pedro José, así se llamaba mi anfitrión, le conozco desde hace unos cuarenta años, cuando ambos trabajábamos en el ahora Ministerio de Fomento y antes Dirección General de la Vivienda e Instituto Nacional de la Vivienda.

Allí le llaman Pepe, y es un hombre bueno en el sentido que la palabra tiene como gustaba decir Machado. Son muchos años juntos y muchos recuerdos de personas vivas y otras muchas ya fallecidas que poblarán el Valle de Josafat en su espera de entrar en ese otro mundo que yo imagino como un patio poligonal de ladrillos rojos donde todos de pie o de puntillas ansían ver a la Santísima Trinidad. Porque mi amigo es ferviente católico y en eso tenemos un tema más en común que hablar y meditar.

Granizado de limón, leche helada, que se parece a la merengada pero mucho más buena.

Yo saco puros casi prohibidos en esta democracia y él lleva cigarrillos de marca y fumamos a la salud de los vivos y de los muertos.

Mientras dormimos mi mujer y yo en el dormitorio de invitados escuchamos las campanadas del reloj de la parroquia catedral que muchos días no tiene misa y está cerrada y yo echo de menos algunas muchas cosas de este país ingrato y desagradecido, entre ellas las misas diarias y las iglesias abiertas siempre al pueblo y al que quiera rezar.

Porque este gran pueblo o pequeña ciudad o villa se halla enclavado en el Valle del Tiétar y goza de un clima excepcional y ves en el paisaje y por las calles y por los valles adjuntos palmeras y otras muchas plantas tropicales que hacen recordar que estás en las Islas Canarias.

En la cocina con tresillo y chimenea donde se puede dar al palique eso tan barato y tan hispano, hay una extensa biblioteca y mi mujer con júbilo y alegría va encontrando alguno de mis títulos con las dedicatorias de mi puño y letra vestigio de otras épocas, de otros años más mozos, y los va sacando y reuniendo esos libros tan variados y colocándolos muy juntitos.

Yo la miro y la veo y pienso lo bonito que es haber escrito tanto y tanto y seguir escribiendo mientras el Señor me lo permita. Le regalo a Pepe mi último libro, “El cuerpo humano” y mientras se lo estoy dedicando mi mujer come jamón serrano del mejor y chorizo y bebemos en vasitos pequeños orujo de hierbas y orujo de café, que según él es aún más fuerte pero sabe exquisito.

Caminamos lentamente por las cuestas, las subidas y bajadas hasta el parque y al final de la noche en la Plaza de la Corredera, enorme y ovalada, con casas y fachadas antiguas y hospitales y conventos e iglesias donde Pepe, mi amigo Pedro José va a dar un par de conferencias en fecha breve, sentados, seguimos platicando.

Hablamos de lo divino y de lo humano, de recuerdos y de personas, de proyectos y de sueños, el aire es fino y liviano y ha bajado la temperatura, bebemos coca cola muy fría e iluminada por farolas y luces indirectas cuanto se extiende hasta nuestra vista parece un inmenso decorado teatral, un plató de aquellos de Televisión Española donde se grabaran a Paul Heisse, a Stephan Zweig, a Tagore y a Thomas Mann. Un decorado veneciano o florentino para una ópera inmensa con Pavarotti, Domingo y José Carreras.

Estamos en el valle del Tietar, lo he dicho, es de noche, es agosto, el Puerto de Pico y el Parador de Gredos están ahí, muy cerquita y Unamuno y Ortega discutiendo y hablando y todos reunidos en este mundo donde vivos y muertos se quieren dar la mano, porque el futuro es de todos, lo hemos construido todos, y el presente no es más que un sueño que se escapa entre los dedos como el agua de nieve de esas montañas inmortales que me rodean, que nos rodean a todos.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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