Tiempo de muestras o sacerdocio pagano.

Ando por ahí ensimismada en una férrea defensa de la juventud frente a la pereza creativa de “los de siempre”, una cierta amargura empapa mi saliva, ¿que hay de  la remontada de los fracasos de todos esos que un día caminamos de la mano? ¿Qué hay de aquellas búsquedas? ¿Qué hay de esa fuerza? ¿En donde se quedaron nuestras ganas? ¿Tenían esa potencia de los de hoy nuestras “muestras” de ayer?, creo que si, y… ¿Qué? ¿Dónde estáis? ¿Dónde estamos?

Mejor no pensar mas… abro mi correo, el primero es de una vieja amiga, Lola, ella es de esas, de “Las de siempre” Lola Otero.  Entre perezosa y tristona lo abro y encuentro exactamente esto:

“Sacerdocio pagano.
 
Yo soy actriz, y además escribo. Escribo para interpretar, es decir, me dedico al teatro. Es así, nadie me obligó, ni me animó, nadie me descubrió, yo elegí, hace mucho, mucho tiempo. Y eso soy, simplemente una actriz, nada más. Y nada menos. Yo me subo a un cajón de madera, miro el mundo y después hablo, yo me pongo una cara cualquiera en mi cara y miro el mundo. Y después hablo. 
 
Un actor o una actriz pueden ser cualquier cosa y tener cualquier rostro, no, no estoy inventándome nada, es así. Simplemente. Pero no es gratuito, requiere un titánico esfuerzo, proteger el deseo. el deseo se entrena, se cuida,  se alimenta, es como un fueguito pequeño que anida en el fondo del alma y que puede transformarse en un incendio, yo me siento verdad cuando llevo un incendio dentro, mi materia se inflama y se expande y mi voz se proyecta hasta la última grada y ahí se produce el milagro que no es más que expresión, expresión de lo que es la verdad, la esencia que somos y es común a la especie, aquello de lo que participamos a pesar  de nuestras diferencias. Los actores y actrices somos los únicos que no nos ponemos la máscara para ocultar nuestro rostro, sino para mostrarlo.  Y eso nos hace ser, además de parecer.
 
A menudo me preguntan si vivo del teatro, yo suelo matizar que "vivo para el teatro", le doy lo que soy y a cambio me da vida, emoción, conocimiento... yo quiero merecer mi sitio en este mundo por eso trabajo, me entreno sin parar, se que debo, en buena ley, entregarme; los ojos bien abiertos, alerta todo el tiempo y dispuesta para todo, para el grito o el lamento, para el sollozo o la risa, para el dolor, la tragedia, la farsa o el canto, dispuesta para ser (repito) cualquier cosa. Que los dioses se sirvan de mi para llegar a otros como en tiempos de Eurípides, porque nada ha cambiado, solamente  las formas. La esencia es la misma. Es como un sacerdocio pagano, siempre temes no estar a la altura, no llegar a lograr el milagro, siempre sabes que puedes morir en el intento, perder la razón, quedarte atrapado en la tierra de nadie, donde nada es verdad y no brotan las fuentes que alimentan el deseo, pero el dios de la escena no abandona a sus guerreros y después de una derrota se restauran las heridas y uno vuelve al escenario dispuesto  al sacrificio una vez más.
 
Así somos. Adictos al vértigo, al riesgo, a la vida.
 
Y después, cuando el público aplaude, uno piensa "caray, el teatro son ellos...”

Mi saliva ahora no es amarga. Ahora voy a la cama a dormir y a soñar y a seguir creyendo.