Ateos, librepensadores y “cristianos”

No sin cierta curiosidad y sorpresa algunos medios de comunicación alemanes han informado últimamente sobre la polémica que desató en España la propaganda tan controvertida en los autobuses urbanos de algunas ciudades españolas. “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida”, la frase que levantó los ánimos de instituciones religiosas, organizaciones de ciudadanos, políticos y publicitarios, es seguramente no sólo para la lógica germana una aseveración que deja mucha cabida a la duda. Se dice “probablemente”, con lo que no se niega la existencia de Dios sino que simplemente se cuestiona un hecho, haciendo uso de la libertad que todo ser humano tiene precisamente en base al libre albedrío que Dios mismo regaló a sus hijos. ¿Pero por qué tanta controversia? ¿Y por qué tales reacciones?

Precisamente las instituciones religiosas que se denominan cristianas han sido las que en el curso de la historia a menudo han demostrado inflexibilidad y poco respeto por la opinión ajena. Si en ellas se observan las ostentosas ceremonias, los trajes coloridos y suntuosos de sus celebrantes, los actos rituales, las tradiciones con tanta mezcla de paganismo, los enormes y normalmente vacíos templos de piedra con tanto olor a pasado y a tradición anquilosada, la estricta organización jerárquica y los preceptos y dogmas establecidos por sus dirigentes, es comprensible que algunas personas de otra –o ninguna– creencia, duden y se pregunten seriamente si todo aquello es lo que quiso el que dio su nombre al cristianismo: Jesucristo.

Por la historia sabemos que Jesús de Nazaret fue un hombre del pueblo, que se ganó el sustento con el trabajo de sus propias manos, que desde pequeño defendió ardua y claramente las leyes de su Padre, que se alimentaba de los frutos del campo, que respetaba toda expresión de vida, habiendo nacido tal vez no por casualidad precisamente entre animales, que fueron los que dieron cobijo a sus padres cuando los seres humanos de aquella región en que había de nacer se lo negaron. También se sabe que él trajo un nuevo mensaje a la humanidad, la de un Dios del amor, que ama a cada uno de sus hijos, y que, respetando el libre albedrío que él mismo otorgó, incluso en los momentos más cruciales de la vida de su hijo en la Tierra permitió al final el cruento sacrificio de su enviado.

Y si a alguien se le ocurriera leer algunas de las palabras del Antiguo Testamento, donde en boca de Dios se ponen expresiones increíblemente belicosas y destructivas, como las de muchos pasajes de los libros de Moisés, no cabe duda que la visión que el cristianismo ha dado al mundo ha sido más la de un Dios iracundo, vengativo y cruel que la que posteriormente corrigió su hijo. ¿Será que tal vez habrá dos Dioses, el uno del Antiguo Testamento, eternamente condenador, y el otro de Jesús, eternamente amante de sus hijos humanos y de su creación? ¿Y quién ha dado estas dos imágenes tan contradictorias de un ser que sólo puede ser Uno?

Por eso se puede comprender que ante hechos tan opuestos, aquellos que se califican de librepensadores y ateos, reaccionen de tal manera como lo están haciendo a través de la frase en los autobuses. Por otra parte, habría que preguntarse, si ésta no es una buena oportunidad para que los que dicen ser cristianos hagan también uso del libre albedrío e investiguen en sus biblias, en el comportamiento y vida de sus dirigentes y en su propio seguimiento de lo que enseñó el Nazareno, si lo que hasta ahora han creído y tal vez practicado corresponde realmente a lo que éste legó.