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LAS COSAS DE LA INMIGRACIÓN

Nunca he podido aprender a comer  gambas a 'mano limpia'...
Nunca he podido aprender a comer gambas a "mano limpia"...

El “Contrato de Integración” que… (Felizmente), no fue

De los usos y costumbres de los españoles y la comparación de éstas, con las de inmigrantes.

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
El tema puede parecer espinoso pero no lo es y se me ha venido a la cabeza a propósito de que hace unos días, navegando por la red, me encontré con una página de opiniones referida a la propuesta que en las pasadas elecciones generales hizo el candidato que las perdió respecto de obligar a los inmigrantes a firmar un confuso y etéreo documento que el perdedor de las elecciones llamó sibilinamente, contrato de integración.
El llamado “contrato de integración –al decir del político que lo promovía- tenía su intención en el sentido de obligar a los inmigrantes y en especial a aquellos que provenimos de los llamados países pobres, a la firma de un documento según creo recordar, destinado a conseguir que los inmigrantes aprendiéramos los usos y costumbres de los españoles además de algunas normas básicas de comportamiento entre las que se incluían reglas de higiene y aseo personal. En aquellos días previos las elecciones generales, el conjunto de los inmigrantes éramos algo así como un grupo mimado para el partido político que las ganó aunque con el correr del tiempo, pasamos a ser casi la causa de todos los males que vienen aquejando al país lo que prueba que los políticos dan a cada cosa, el valor que en un momento determinado puede tener.

Me gustaría dejar claro que todo lo aquí expresado no tiene ningún intención ni propósito político ni señalar quienes son mejores o peores con los inmigrantes ya que mi única intención es reseñar las tremendas diferencias entre usos y costumbres que para un inmigrante, -venga de donde venga-, pueden resultar extrañas cuando no chocantes tanto al llegar, como al cabo de un tiempo de vivir como un ciudadano más.

En la ocasión en que se hablaba del contrato de integración para los inmigrantes pobres (y no para aquellos procedentes de otros países europeos como los alemanes, británicos, franceses, belgas u holandeses que por varios cientos de miles residen en las zonas costeras de España), se alegaba que aquellos inmigrantes sujetos al famoso contrato deberían entre otras cosas, -además de aprender a hablar bien el español- adoptar normas de higiene, aseo personal y costumbres de buena convivencia sin que se explicara de manera amplia que era exactamente, lo de buena convivencia todo lo cual comportaba una exigencia que bien mirada, lindaba lo inconstitucional ya que discriminaba a priori a los inmigrantes por el sólo hecho de serlo y es entonces cuando, a cualquier inmigrante, en cualquier ciudad o pueblo de España, nos surgían (y nos surgen) algunas preguntas como por ejemplo: ¿Los españoles (de nacimiento) cumplen con todos estos requisitos que se exigirían a los inmigrantes por contrato? Y, por otra parte, el “contrato de integración”, ¿nos hubiera obligado a adoptar costumbres como la siesta, el sagrado cafelito de media mañana, el llegar a desayunar al trabajo, la escapada a la calle para fumar, o la cañita de la una de la tarde?

Y no digamos ya nada de la hora de comida ocasión en que toda actividad cesa y por largo tiempo, el país se sume en un letargo del que nadie osaría sacarlo y, mientras tanto, los inmigrantes trabajamos muy duro, desde tempranas horas por la mañana hasta muy tarde por la noche no desperdiciando ninguna oportunidad para trabajar horas extras que nos permitan ganar un poco mas de dinero y por ello, nos resultan tremendamente chocantes estas prácticas que sin embargo, están completamente institucionalizadas en el diario vivir de los nativos.

Como experiencia propia puedo contar que hace algunos años, en una ocasión en que llegaba a cumplir mi primera jornada de trabajo en cierta empresa, el encargado me hizo saber –aún antes de indicarme cuales serían mis obligaciones-, que tenía derecho por las mañanas a 30 minutos para tomar café o fumar y que en caso no tomara café ni fumara, tenía que ocupar obligadamente ese tiempo y dejar de trabajar ya que no era conveniente, que los jefes de la empresa se dieran cuenta de que un inmigrante podía trabajar la mañana completa sin parar para el cafelito y el tabaco ya que eso, era hacerle una faena al resto de los compañeros españoles.

Para finalizar, el mismo encargado me dijo no entender porque “los inmigrantes salís desayunados de vuestras casas”. Lo que este encargado quizás no sabía es que en nuestros países, tenemos la idea de que al trabajo se va a trabajar y punto.

Pero los inmigrantes no sólo en el ámbito laboral encontramos acusadas diferencias entre lo que conocemos en nuestros países de origen y lo que vemos acá. En la vida diaria también hay grandes diferencias y algunas de ellas son –al menos en términos generales-, prácticamente insalvables y nos causan asombro ya que los inmigrantes tenemos la idea de que España es un país muy desarrollado que tiene cientos de años de vida e historia a sus espaldas y con un nivel de instrucción y educación muy altos pero, la realidad dice otra cosas y recuerdo que cuando por primera vez entré a un bar para tomar un café, lo primero que me sorprendió fue la ensordecedora bulla de muchas personas hablando a gritos para comentar el partido de fútbol de la noche anterior al tiempo que otros, discutían acaloradamente de política, y otros comentaban las últimas novedades de los cotilleos de la prensa rosa. Por si fuera poco, un televisor a toda pastilla ponía también su grano de arena al indescriptible ruido mientras a mano limpia, muchos de los parroquianos devoraban gambas (camarones como se conocen en Sudamérica) tirando las caparazones y servilletas al suelo, formando un montón de basura cuya altura se empinaba ya por encima de los 30 cms.

En cualquier país, ciudad, pueblo o aldea de Sudamérica, esto sería motivo para poner al cliente de patitas en la calle pero aquí, es una costumbre aceptada de manera natural por todos y nosotros los inmigrantes, no somos los llamados a evidenciar nuestro asombro por ello y, mucho menos, criticar una costumbre que entendemos es connatural a la vida diaria y normal.

Otra experiencia que me causó mucho asombro es la de comprobar por ejemplo que es muy corriente en el transporte público, sea autobús o metro, que las personas hablen en un tono muy alto y comenten sin ningún tapujo incluso, sus asuntos más personales y privados, situación que en cualquiera de nuestros pobres países de Sudamérica sería muy improbable primero, porque nuestra costumbre y educación nos impulsan a discutir los asuntos privados en el ambiente más íntimo que se pueda y siempre, con personas de nuestra confianza y entorno más próximo por aquello de que la ropa sucia se lava en casa y, siguiendo con éste ejemplo, a menudo me pregunto ¿para que usar el teléfono móvil? cuando con gritarlo bastaría para hacerse oír al otro extremo de la ciudad.

Ahora respecto de las costumbres de higiene a que hacía mención aquel proyecto de contrato de integración, también habría mucho paño que cortar ya que una de las cosas más difíciles de asimilar para un inmigrante, especialmente si procede de Sudamérica, es la poca afición al baño y la ducha que observamos en los europeos en general máxime si consideramos que en Europa, el agua potable, caliente y saliendo abundantemente por los grifos del lavabo o la ducha es algo tan natural como el día y la noche y que la industria de la cosmética tiene en Europa, los mejores productos del mundo y a unos precios completamente asequibles que hacen todavía en nuestra idea general, más incomprensible –si cabe-, la comprobación de la poca afición del ciudadano europeo en general por el cuidado y el aseo personal.

Aunque llevo muchos años en España y me ha costado asimilar todas estas experiencias, he terminado por acostumbrarme a ellas (aunque no a adoptarlas) y a considerarlas como perfectamente válidas para aquellas personas que así lo consideren aunque todavía, en el campo laboral, me sigo enfrentando a algunas a las cuales no consigo acostumbrarme como por ejemplo, el desorden y la poca consideración con que el público se porta en lugares públicos como un museo por ejemplo donde lo normal sería guardar una compostura acorde con el lugar. Trabajo en un museo y se de lo que hablo: contrariamente a lo que suponemos debe ser una actitud de discreción, una gran parte del público se comporta como si estuviera de paseo por el parque, hablando a voces y comiendo palomitas y bebiendo refrescos sin considerar que el lugar por su propia naturaleza, exige un comportamiento discreto en lugar de conducirse como si de una verbena se tratara.

Punto aparte me parece el pobre manejo que puede observarse en el idioma español contrastando vivamente con la idea que traemos desde Sudamérica en el sentido de que en España, se habla o hablaría un español muy cuidado. Por el contrario, no son pocas las personas (españolas) que suelen referirse a los inmigrantes latinoamericanos como castellanoparlantes de muy buen nivel que usan un léxico abundante y una buena elaboración de frases.

Por eso, cuando pienso en todos los usos y costumbres que hubiese tenido que aprender para ser una buena inmigrante, me alegro de que aquel prominente político y fervoroso partidario del contrato de integración haya perdido las elecciones. Se me hace muy cuesta arriba aprender a hablar a gritos -y lo que me resulta peor-, a comer gambas con las manos y luego, tirar las caparazones al suelo. Definitivamente creo que por ahí, no paso.
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