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El hombre que quiso ir a Auschwitz

Más de un millón de personas murieron en el campo de Auschwitz
Más de un millón de personas murieron en el campo de Auschwitz

Cuando se cumplen 65 años de la liberación de las más de 7.000 personas que sobrevivieron una de las peores pesadillas del Holocausto,

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Cuando millones de personas habrían hecho hasta lo imposible por escapar los horrores del campo de concentración de Auschwitz, un soldado británico se infiltró para ver con sus propios ojos qué estaba ocurriendo y poder contárselo a las autoridades del Reino Unido.
Denis Avey, el hombre que quiso ir a Auschwitz
Denis Avey, el hombre que quiso ir a Auschwitz
Muchos hubieran deseado salir de Auschwitz, mientras Deny Avis entró para ser testigo del horror.

Denis Avey combatía en el frente durante la Segunda Guerra Mundial cuando fue herido y capturado por los soldados alemanes en el norte de África.

Fue mandado al campamento para prisioneros de guerra británicos que se encontraba junto al campo de concentración de Auschwitz, el más grande creado por los nazis.

Por ser prisionero de guerra, o POW como se les conoce en inglés, estaba protegido por el Convenio de Ginebra.

Los nazis no podían torturar a los POW y debían tratarlos con humanidad, palabra que no conocieron los más de seis millones de judíos que fueron aniquilados en las cámaras de gas y en los crematorios alemanes.

Denis era entonces un joven pelirrojo con un grado de valentía que lo llevó a hacer cosas extraordinarias, de las que hasta ahora no había hablado nunca.

Detrás del muro
"No había día en el que no murieran hombres", recuerda Denis.

Solía preguntar: ¿cómo está Franz hoy? y me contestaban: Subió por la chimenea anoche. "Esa era la actitud que había, tan impersonal. Pero quería saber más, quería saber qué ocurría. Sabía que tenía que haber una respuesta y quería ser testigo de ella", explica Denis.

Su plan era descubrir qué pasaba detrás de los muros del campo para después informar a la Oficina británica de Guerra, a través de cartas codificadas que le mandaría a su madre. Pero para ello necesitaba verlo con sus propios ojos.

Su idea fue intercambiarse por un día con un preso judío con el que había trabajado y en el que confiaba.
"Estaba seguro que era un hombre decente y que cumpliría lo acordado. Nos intercambiamos la ropa. La de él estaba inmunda, llena de piojos y quién sabe qué más".

Un lugar diabólico
Han pasado más de seis décadas pero el soldado británico no olvidó aquella noche. Su testimonio es único: la descripción de una persona ajena al campo de concentración, desde adentro.
"La sensación que tuve no se puede comparar con nada en el mundo. Era el infierno en la Tierra. Fue horrible. Por la noche, el hedor era insoportable. Se oían gritos. No pude dormir en toda la noche. Auschwitz era un lugar diabólico de donde nacía el mal. Había una presencia maléfica que impregnaba todo".

El intercambio ocurrió en dos ocasiones antes de que el prisionero judío muriera en la cámara de gas unos meses más tarde.

Pero Denis conoció a otro prisionero, Ernest Lobethall, al que ayudó pasándole de contrabando uno de los bienes más preciados en el campo de concentración: cigarrillos.

Denis se puso en contacto con la hermana de Lobethall por correo codificado para que le mandara cajetillas de tabaco.

"Los cigarros eran más valiosos que el oro en Auschwitz. Era dinero virtual. No tenían precio, eran como una pastilla de jabón, que valía una fortuna. Conseguí 200 cigarrillos que le fui entregando poco a poco", comenta Denis.

Su esperanza era que los cigarrillos le aliviaran la carga. Y así fue, sólo que hasta hace poco Denis pensó que su amigo no había sobrevivido la pesadilla.

Ernest Lobethall fue liberado tras la derrota de Hitler. Vivió hasta los sesenta y siete años. Murió en 2001 rodeado de sus hijos y con un pasado lleno de recuerdos felices.

La Marcha de la Muerte fue una de las últimas atrocidades de la maquinaria nazi, que obligó a los prisioneros a recorrer largas distancias en pésimas condiciones para llegar a campos de concentración en el interior de Alemania cuando el Tercer Reich estaba al borde de la derrota.

Con este plan los nazis intentaban prevenir que los prisioneros cayeran en las manos de los aliados y contaran los horrores que habían sufrido.
"Los prisioneros caían como moscas. Algunos sólo pudieron andar cinco o seis kilómetros. Algunos aguantaron algo más, pero cuando se cansaban y no podían seguir les disparaban, sin peros ni excusas", recuerda el ex prisionero judío.
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