La presidenta cuyo nombre no tiene importancia se contuvo y, de pronto, le dieron deseos de estrangularlo. Pensó que como eso de la violencia de género está de moda, el titular sería espectacular: “Una mujer se carga un hombre, al gritón de su marido”. Es más, cada vez que asesinaban a una mujer, la presidenta designaba a un concejal para que le representara en los funerales y éstos, se peleaban por acudir; era fácil, ya que en todos los actos de repudio a los crímenes machistas, se leía el mismo discurso, aunque ahora, sería diferente ya que se pasaba de femenino a masculino.
Era una buena oportunidad para salir en la tele. Aceptó encantada cuando le ofrecieron un cargo en una multinacional, con un jugoso salario, así se desligaría algo de su marido y la presidencia, quedó vacante.
-¡Llama por teléfono!- Le gritó el hombre cuando buscaban llenar la presidencia; ¡total, agregó él, los móviles son gratis.
–No, dijo ella, no son gratis, los pagan los ciudadanos.
Un hombre flaquito, mirada torva y bigote como el gran Adolfo, de rostro poco agraciado, se subió a una silla y ante toda la directiva de su partido dijo:
-¡El cargo de presidenta es para mi mujer!
Nadie dijo que sí, pero tampoco, nadie dijo que no. Pero cuando llegó el momento de hablar de experiencia y simpatía, el rechazo fue unánime. Entonces la ex presidenta nombró a un amigo en el cargo que dejaba y aunque no parecía muy natural (ni apropiado), dicen que no había otro. Y para evitarle el “cabreo” al “bigotito” (y evitar una “revolucioncilla” en el partido), le dieron la alcaldía a su compañera y desde ese día la ciudad moderna y sucia, tenía ya alcaldesa, que por cierto no tenía ni la más mínima idea.
Dicen algunos resentidos del partido que las posibilidades de agarrar algún dinerillo eran escasas, pero no imposible, entonces se reunieron con el nuevo presidente para inventar algo que les reportara euritos. Así, este presidente sí evitaría que su mujer le dijera:
-¡Eres tonto, en qué mundo vives, no te das cuenta que ya llevas un mes en el cargo y no agarras nada, ¿qué esperas?, que lleguen los otros! ¡No te das cuenta que la anterior se llevó todo! ¡Si vas a vender la sanidad qué más da lo que vendas ahora! ¡Tonto!
Entonces, inventaron algo nuevo. ¡Venderían los nombres de las estaciones del Metro! Sí, señor, las venderían. Y nació un nuevo orden capitalino.
Estaba paseando con un turista y me resultó complicado explicarle las razones de estos nuevos nombres: “Estación culito seco” Esta la habían vendido a una fábrica de pañales, y el turista movía la cabeza. Estación “El preservativo incoloro”; esta había sido vendida a una fábrica de condones y el turista movía la cabeza. Estación “El apósito reciclable”, vendida una fábrica de estos artículos y el turista movía y movía la cabeza. Así recorrimos toda las líneas de Metro. La antigua estación Sol querida por los capitalinos, orgullo de la ciudad, histórica, venerada y respetada también había sido vendida. Y vimos “La tortilla” en Goya, “Tinto de verano” en Chueca. Los meados en una abandonada, y así muchas con nombres muy reales; Estación “Los porros”. Estación “Facha”. Estación “Indignada”. Estación “Las braguitas chinas”. Estación “Carteristas”. Estación “El Banco honrado” (la gente leía y sonreía) Y cada estación quedó con el nombre de una empresa, de un grupo indignado, de un grupo de derechas o de un grupo de okupas.
Le pregunté a mi amigo turista ¿Crees que en tu país podría suceder esto? Sonrió moviendo la cabeza:
-No, no, seguro que no, completamente seguro que no y no.
Me pregunto si es lícito o ético, no tomo en cuenta eso que dicen que cuando la empresa paga quien cobra dice “mitad para mi y mitad para la ciudad” Quizá alguien organice tour por el Metro para que los turistas sonrían, tomen fotos y opinen de nosotros. En esta ciudad moderna y sucia.
Si (
No(
