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REMEMORANZAS

Los Viejos Cafés De Madrid Y Los Poetas, Escritores Y Artistas

Por Ángel Las Navas Pagan

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Una institución de relevante importancia en la vida madrileña y desde el siglo XVIII hasta las primeras décadas del siglo XX ha sido el establecimiento del café.

Surgió como una necesidad popular de distracción y deleite, mediante la conversación y la amistad, en el progresista reinado de Carlos III. Tuvo sus antecedentes en las botillerías, mesones, ventas, mentideros. En realidad, la costumbre de reunirse familiares y amigos -con diversos motivos- en los salones aristocráticos y en las casas particulares era habitual.

 

El café fue un avance social y democrático, abierto a todos en general, que ofrecía un ambiente agradable por el módico precio del consumo de un vaso de este exquisito producto, que tanto gustaba a la clientela. El local del café, atractivamente decorado, se convirtió en seguida en centro de animadas y concurridas reuniones, en donde el diálogo y la discusión eran su principal aliciente y entretenimiento; surgiendo de estas reuniones numerosas "peñas" de contertulios.

Estas "peñas" se formaban siguiendo afinidades, tendencias y circunstancias y se convertían en pequeñas asambleas, con intensos debates en cada jornada. Se examinaban con detalle y afán de buscar soluciones todos los problemas habidos y por haber. Ni que decir tiene que la Política, con sus mil embrollos, intrigas y farsas, ocupaba un lugar muy destacado. Cuando se hablaba de asuntos militares, todos eran consumados estrategas. Y así en todas las materias. En aquellas típicas y pintorescas "peñas", los contertulios agudizaban el sentido común y el talento hasta límites insospechados, junto con los saberes de la experiencia y la cultura de cada uno. Y, naturalmente, salía a relucir a caudales el ingenio, la gracia y el buen o mal humor de los asistentes. Las largas charlas, entre humos de cigarros y sorbos de café, estaban salpicadas de contrastes de ideas y opiniones, aceradas críticas, ironías, retórica intelectual y chistes. Sobre todo, se hacían extensos análisis y juicios de los temas tratados. Era muy corriente intercalar en la chispeante plática aventuras, peripecias, anécdotas y fragmentos de historia de la vida personal. El trato continuado de los contertulios hacía fructificar una buena amistad. Había muchas clases de "peñas" y entre éstas se clasificaban por categorías y actividades, atendiendo a los méritos, prestigio y posición económica-social de los que las integraban. Por supuesto, no existía ningún reglamento para regularlas, pero, los usos y costumbres hacían norma. No todas las peñas" estaban orientadas profesionalmente o pertenecían a un mundillo del mismo gremio, las había también con frecuencia mixtas, es decir, formaban abigarrada mezcla de carreras, empleos y ocupaciones, siendo la diversidad la nota predominante.

Los cafés tenían cierta elegancia y distinción y acudían a ellos las gentes de la clase media en adelante. Eran las tabernas de los ciudadanos de levita como dijo un crítico.

Cuando los cafés en Madrid alcanzaron su mayor número, esplendor y grandeza fue en la segunda mitad del pasado siglo. Duro esta afición hasta la contienda civil (1936-39). Esta guerra fue un paréntesis. Después de ella, nuevamente recobraron su antigua animación y ambiente de otras épocas. Pero, poco a poco, fueron desapareciendo. Su negocio se iba haciendo poco rentable y sus hermosos locales, muy bien situados en la gran ciudad, eran altamente cotizados. Yo recuerdo sus sugestivos decorados decimonónicos (grandes espejos en las paredes y divanes de terciopelo) y amplios salones, cargados de recuerdos y añoranzas románticas. Todos tenían apretada historia. El único que queda, como un glorioso superviviente, es el Gijón, situado en el paseo de Recoletos, que en el pasado 1983 ha hecho cien años. Los cafés de Madrid sirvieron durante su larga trayectoria de centros de convivencia y refugio de periodistas, poetas, escritores, dramaturgos y artistas de todas clases. En estos cafés se fraguaron conocidos movimientos literarios, que fueron de vanguardia y que ya son históricos. También en ellos se escribieron muchas obras. Y fueron el dulce cobijo de innumerable obreros de la pluma. Los cafés, aparte de ser fecunda fuente de noticias y sitios muy propicios para conocerse entrañablemente, se convirtieron en universidad para los aficionados de las Letras, al mismo tiempo que amenos casinos con plena ambientación del mundillo artístico. Las "peñas" literarias de los cafés proliferaron de forma múltiple e insospechada, realizando una destacada función cultural y de orientación entre sus adeptos. No pocas vocaciones han triunfado gracias a ellas. Por los cafés madrileños ha desfilado una legión interminable de poetas, escritores y dramaturgos; que, en cierto modo, han constituido un porcentaje bastante elevado de las minorías intelectuales con las que ha contado España en el último siglo y medio de su existencia.

 

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