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Opinión:

Destrucción del Palacio de La Moneda, Santiago - Chile 11SEP73
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Destrucción del Palacio de La Moneda, Santiago - Chile 11SEP73

11 de septiembre

Por Luis Méndez Viñolas

viernes 10 de septiembre de 2021, 21:00h

10SEP21 – MADRID.- Estamos en fechas de la rememoración del 11 de septiembre; pero no el de 2001, que suficiente difusión y almas solidarias tiene, sino el de 1973, bastante olvidado. Seguramente un porcentaje considerable de jóvenes ignora qué pasó ese día. Hay que tener en cuenta que también ignora que hubo un golpe de estado y una guerra civil en España. Todo para que sigan tóxicamente felices.

Destruccion de Las Torres Gemelas, Nueva York. USA 11SEP01
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Destruccion de Las Torres Gemelas, Nueva York. USA 11SEP01

Al fin y al cabo lo ocurrido en Chile no debió ser tan malo cuando la señora Thatcher se vanagloriaba de su amistad con el señor Pinochet. No hay que olvidar cómo lo protegió cuando el general estaba en el Reino Unido y era reclamado por la justicia. La corte suprema inglesa declaró ilegal su detención y le concedió la “inmunidad como antiguo jefe de Estado de los procesos criminales y civiles en los tribunales británicos”. Algo habría que buscar para Assange, perdido en el olvido carcelario inglés. Además, estaba lo del apoyo del gobierno de Pinochet a los ingleses en su guerra contra Argentina por las islas Malvinas.

Para quien subscribe, el 11 de septiembre de 1973 es más didáctico que el de 2001, en cuanto que una parte importante de liberales, defensores ellos de los derechos humanos, aún proclaman justificativamente los éxitos económicos de tal régimen. Después de todo, la libertad económica puede llegar de la mano de la dictadura política. Los llamados Chicago boys (no integraban un equipo de la NBA, sino una escuela económica ultraliberal) demostraron lo que les convino y los diarios financieros permitieron. Creemos que es a partir de ahí donde se consolidaron ideas que se creían superadas, como el dejar hacer, dejar pasar (principalmente a las multinacionales). Se resaltaron los periodos de éxito económico ocultando los más de crisis económica; no se aclaró que ese éxito económico no beneficiaba a todos, sino que era una gigantesca desposesión de los ciudadanos y del estado en beneficio de grandes empresas privadas nacionales (en las cuales los golpistas obtuvieron intereses) y multinacionales. Derechos sociales, como educación, sanidad, derecho laboral, salario mínimo, fueron arrasados en beneficio de privatizaciones y privilegios. Y aún perduran sus huellas.

Pero esa no es la cuestión, la cuestión es que aquello parece no pasó. Bolsonaro hace poco no tuvo empacho en proclamar que Pinochet fue una solución. ¿Por qué lo diría? ¿Qué beneficio le puede reportar apoyar a una dictadura sangrienta y generalmente desprestigiada? ¿Quién está detrás? ¿Puede estar tranquila América latina? ¿Respondió la OEA adecuadamente respecto al reciente golpe en Bolivia?

Todas estas preguntas deberían planteárselas los demócratas que saben que no todo es votar, sino también combatir la desigualdad y proteger y aumentar lo que son bienes públicos. Ese es el verdadero patriotismo, materialmente interpretado. Desposeer a un pueblo debería ser delito.

Volviendo a Europa, cabe observar dos ultraderechas. Una de ellas sitúa el peligro en la globalización financiera y considera que los ataques provienen principalmente de fuera (entre otros los de esas pobres gentes que huyen de su país porque Occidente les ha dejado sin él). La otra, que nos ha tocado a nosotros, es más moderna económicamente hablando y se ha expandido sobre la base de barras de bar y canales de televisión. Decimos más moderna sin ironía; a pesar de que se pone casco imperial su programa coincide con los presupuestos de esa globalización financiera que odia fronteras, naciones y estados, en cuanto que son valladares a su poder. Esta ultraderecha quiere la privatización de todo, salvo la del ejército (que por otra parte está integrado en una organización internacional), la de la policía y la de los tribunales. Sorprende que nadie le pregunte machaconamente de qué forma pretende articular ese patriotismo del que hace gala desposeyendo al estado que da cuerpo a la nación.

Todas estas confusiones y despistes –aparentes-- se dan porque no se habla con claridad. Por ejemplo, hay que distinguir entre política cotidiana (y qué política cotidiana) con la cual nos entretienen todos los días en noticiarios mínimos, y política económica (la que toca de lleno el asunto del poder verdadero). En España sólo se habla de política pequeña, que después de todo es la cáscara y no el fruto del asunto en conflicto. Porque ¿de qué sirve que esa política si después la discusión económica no pasa de subir con dificultad el salario mínimo en 50€?

Del septiembre de 2001 ¿qué decir? ¿Que la violencia siempre es mala, sea dentro o fuera de los EE.UU.? ¿Que en los EE.UU. murieron tres mil personas y en Chile treinta mil, con la variación de población sabida? ¿Que se responde mejor analizando y corrigiendo políticas exteriores que proclamando actas (leyes) patrióticas? ¿Que sin igualdad no hay verdadera libertad? Pero todo eso es pedir peras al olmo.

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