Una gran pinada acompaña a este río singular, que se esconde entre la arena que lo ciega y que lucha por salir hacia sus orillas y hace caer pinos, en ese combate entre los árboles y la arena.
Ignacio Sanz es el prologuista y Fermín de los Reyes Gómez escribe el epílogo. Entre medias una serie de capítulos seductores que nos ponen de manifiesto un paisaje singular castellano, que pasa por Navafría, EL Chorro y El Martinete, La Velilla, Torreval de San Pedro, Pedraza, Turégano, Castilnovo, Vega el Carracillo, Cantalejo, Cabezuela-Lastras, Aguilafuente, el pico del Nevero, Cuellar, Fuentepiñel y Frumales, Cogeces, Melleces, Vallelado…
Una excursión por el río Cega, junto a este libro de Apuleyo Soto (Cozuelos de Fuentidueña, Segovia, 1942) es una fuente de placer y conocimiento al mismo tiempo. El autor ha dedicado muchos de sus poemas romance a este territorio que tan bien conoce. Aunque anduviera en Madrid, / no me llaméis forastero, escribió esta maestro y periodista al que Buero Vallejo definió como “niño duendey poeta con barba y pipa”, que mereció el Premio Nacional de Difusión Cultural 1983 y Premio Tierra de Segovia 2006.
“A Madrid, como metáfora de la diáspora, nos hemos ido todos. O casi todos. Algunos tuvimos la suerte de regresar, pero los que no pueden regresar, los que andan desorientados tratando de buscar una brújula, se van a encontrar en estos romances que jalonan el río la música de la tierra”, escribe el prologuista.
Es hermoso amar el territorio y muy satisfactorio escribir sobre él. Esto es lo que le sucede al poeta Apuleyo Soto con el libro El Cega Ciego, donde se adivina conocimiento y placer por la mirada, el paseo, la excursión, el recorrido… La mirada nutre, la reflexión sugiere, la letra impresa, manifiesta y hace compartir a otros lo descubierto.
El Cega Ciego termina con una auto-entrevista en la que Apuleyo Soto dice: “La conversación, amigo, es para mí placer de dioses, como lo fue para Platón, pero a la vez, sepa que me reservo más de lo que expreso, porque este hombre que habla solo, espera hablar con Dios un día, tal cual solía hacerlo al atardecer -esa hora en laque nos examinan de esa asignatura pendiente del amor- el caminante catedrático de francés, don Antonio Machado, por los campos de Soria pura o la Alameda del Parral-verde segoviana, donde se funden el Eresma y el Clamores, corrientes espirituales para San Juan de la Cruz y Teresa de Cepeda y Ahumada, no digo del brazo, sino de corazón a corazón y de alma a alma”