Cada año celebran unas curiosas fiestas o eventos propios, para las que solicitan permiso al Ayuntamiento, como todo ciudadano que pretenda algo semejante. En esas reuniones no se veía una sola mujer, ni por asomos, algo de lo que todos se daban cuenta. Un año, la concejala se entrevistó con los responsables de la comunidad paquistaní, cuando fueron a pedir permiso a la alcaldía, y les dijo: Os concederé ese permiso si lleváis a las mujeres al evento. Ellos se miraron perplejos entre sí, hasta que el más anciano asintió con la cabeza.
Aquel año la fiesta o evento paquistaní contó con mujeres: unas cinco o seis hembras con la menopausia a sus espaldas, luciendo las arrugas que siempre son bellas en toda mujer que tiene una trayectoria vital tras de sí. Todas ellas ocuparon la fila postrera.
Por si no ha quedado claro: hubo cumplimiento y fraude de ley ante la exigencia municipal, y todo porque solo a una mujer – nosotras las mujeres- le preocupó la situación social de las otras mujeres ocultas en las comunidades islámicas.