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El Diablo sale a bailar por Año Nuevo en una ciudad de los Andes de Ecuador

El Diablo sale a bailar por Año Nuevo en una ciudad de los Andes de Ecuador

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

 

El Diablo salió esta semana a bailar por las calles de Píllaro, una ciudad del centro de los Andes de Ecuador, para celebrar también el Año Nuevo.

En esta localidad asentada en un fértil valle de la serranía ecuatoriana y muy cerca del volcán activo Tungurahua, que algunos consideran la morada del anfitrión, la imagen del Diablo es el centro de un festejo que mezcla historia, arte, tradición y cultura.

Se trata de la "Diablada Pillareña" que, parecida a la del Carnaval de Oruro (Bolivia), conserva viva una tradición singular, considerada como parte del acervo patrimonial de Ecuador.

La festividad dura seis días y comienza el 1 de enero, con todo el pueblo volcado a las calles, ya sea como parte de las comparsas o como padrinos de la fiesta.

Grandes caretas con formas de diablos, magníficas en detalles, y trajes de colores fuertes, sobre todo rojos y morados, con grandes alas decoradas, son el ropaje de los principales danzantes de Píllaro.

Las comparsas las componen los diablos, las "guarichas" (mujeres consortes) y "parejas", además de la banda de pueblo que entona a todo pulmón los alegres sanjuanitos, ritmo principal en la "Diablada" de Píllaro.

Sin duda, este festejo tiene su relación con lo que se representa en los carnavales del altiplano boliviano, aunque los vecinos de Píllaro reclaman su originalidad y, para demostrarlo, cuentan dos historias sobre su origen.

Edgar Patricio Carrera es un vecino de Píllaro, uno de los "relatores oficiales" de la "Diablada", que además actúa en una de las comparsas o "partidas" de baile más importantes de la localidad.

"Una de las historias cuenta que la 'Diablada' surgió por la rivalidad entre dos barrios, el de Marcos Espinel y el de Tumipamba. Cuenta que los muchachos de Tumipamba acudían al barrio Marcos Espinel para enamorar a sus mujeres", relata Carrera.

Los celosos hombres del primero, para ahuyentar a los intrusos, confeccionaron caretas hechas de calabazas vacías, a las que, como en Halloween, decoraban con adornos macabros y velas en su interior, y que dejaban en una quebrada que dividía a los dos barrios.

Ello funcionó un tiempo, creó temor en los foráneos, pero luego se desvaneció el miedo, por lo que los de Marcos Espinel se vieron obligados a disfrazarse de diablos para proteger a sus muchachas.

"Ya luego, cada barrio organizó comparsas para pasear por las calles. La disputa entre los dos barrios todavía continúa y, a veces, sólo a veces, se dan algunas peleas", señala Carrera.

Otra historia, que es en la que el relator más cree, cuenta que los indígenas y mestizos de la localidad, en el tiempo de la colonia española, se vestían de diablos, como una forma de protesta contra la esclavitud aceptada por la religión católica.

"La gente pobre salía a bailar por el Año Nuevo con trajes que desafiaban las creencias de los nobles españoles en las haciendas de la zona. Era un baile alegórico y festivo contra el poder establecido", agrega Carrera.

Se entusiasma al recordar que sus relatos, además de avivar la imaginación de los vecinos del lugar, que se saben de memoria las dos leyendas, han sido escuchados y reproducidos en medios de comunicación de países distantes.

"Me han entrevistado de España, Alemania, Australia", dice Carrera, quien también ha contado las leyendas a estadounidenses, peruanos y colombianos que llegan a Píllaro para ver "esta tradición que es patrimonio del país".

Él mismo, como otros hombres, participa junto a decenas de jóvenes en la comparsa del barrio Marcos Espinel. Hacerlo no es tan fácil.

"Hay máscaras de todo tipo; hay unas que pesan unas 80 libras, porque son hechas de madera dura", señala uno de los artesanos que ofrece al público réplicas de las caretas.

"¿Se imagina cargar ese peso durante horas, por varios días...? No es fácil", agrega un vecino, mientras pide hacer silencio para escuchar las refunfuñadas de los diablos cuando danzan por las calles.

Pero la fiesta no está sólo en las comparsas. El público, además de admirar las "partidas" y los detalles de los diablos, vive su propia fiesta en las veredas de las calles, donde el baile, adobado con licor, es el ingrediente que enciende el fervor pillareño.

 

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