He presenciado en la pequeña pantalla el proceso de canonización de Carlo Acutis, nacido en Londres y muerto en Monza, con tan solo quince años. Es ya famosa su frase - para él experto como tantos otros jóvenes en informática, ordenadores, juegos virtuales, redes sociales -, de que para él la Eucaristía era y es “la autopista al cielo”.
No comprendía por qué tantos museos y teatros de las grandes ciudades hacían cola en la puerta, y sin embargo las iglesias, donde habitaba nada menos que el Dios vivo, estaban semivacías por no decir vacías del todo.
De la Basílica de San Pedro pendía un tapiz con su foto risueña y su rizado pelo negro, él tan lleno de vida y su cuerpo conservado ahora en una urna de cristal tan impecable como el día de su muerte; su muerte por decir algo, ya que ha dado tantos motivos internacionales como para pensar y creer que sigue entre nosotros; y yo sencillamente le pediría lo que le he pedido: “Que aumente mi fe”.
Porque mi teatro dramático y buena parte de mis novelas nacen de mi inseguridad.
Su proceso de canonización duró en la tele cerca de tres horas que yo me bebí con creciente avidez, porque los centenares de cardenales, los cientos o miles de sacerdotes; los cincuenta mil fieles que abarrotaban la Plaza de San Pedro, y los cien mil más que no cabían pero que se apiñaban en la Avenida de la Conciliación, explotaban como una bomba de hidrógeno: la bomba de la fe y de la inmortalidad, con más fuerza y con más luz que el sol más radiante del Universo, del que es rey el Hijo de Dios, y que reina junto a su padre.
Carlo Acutis ha hecho ya varios milagros inexplicables para la ciencia; y dos espectaculares que le han valido la santidad en este mundo perecedero que habitamos.
Sus padres estaban presentes en Roma, y sus dos hermanos gemelos. Pero es que sus padres - que fueron televisados - son mucho más jóvenes que yo.
Todo esto produce vértigo y es testimonio de la eterna e inmarcesible juventud de la Iglesia Católica, y de un papa norteamericano: físico, matemático, filósofo, teólogo y misionero, además de director general de los agustinos, que hace que el espectáculo sea arrebatador.
Le he pedido a Carlo Acutis sí, como he dicho, “que aumente mi fe”, pues de todo lo demás estoy sobrado aunque tenga 82 abriles. ¿ Y qué otra cosa le podría pedir yo a este joven santo cuyos padres aparecían en la televisión, mucho más jóvenes que yo, y no digamos sus dos hermanos gemelos?; cosa que él profetizó por otro lado a su propia madre después de partir él para el paraíso.
No quiero hacer una loa del espectáculo que supone cualquier acto, como he dicho, celebrado en Roma, en la Roma de los papas, que es la misma de “Vacaciones en Roma” de William Wyler, y de Gregory Peck y Audrey Hepburn; el mismo William Wyler de “Ben Hur” y la carrera de cuadrigas.
Bueno, por hoy, queridos lectores, ya me he despachado a gusto; porque realmente no sé si voy a amanecer mañana, igual que todos y cada uno de ustedes.