El golpe de calor ocurre cuando el organismo pierde la capacidad de autorregular su temperatura frente a una sobrecarga térmica. Esto provoca un aumento extremo de la temperatura corporal, que puede superar los 40 grados, comprometiendo el funcionamiento de órganos vitales y, en los casos más graves, derivar en un fallo multiorgánico. Esta condición crítica, aunque prevenible, representa un riesgo serio, especialmente para personas mayores, niños pequeños o individuos con enfermedades crónicas.
Los primeros avisos del cuerpo
Los síntomas iniciales suelen pasar desapercibidos o confundirse con un simple agotamiento. Malestar general, astenia (sensación de debilidad o cansancio profundo), sudoración excesiva y calambres musculares son señales de alerta que indican que el cuerpo ya está empezando a perder su batalla contra el calor. Si en este momento no se toman medidas —como retirarse del sol, buscar sombra o aire acondicionado y beber líquidos con sales minerales— el cuadro puede evolucionar hacia etapas más graves.
En una segunda fase, se puede observar agotamiento extremo, desorientación, alteración del nivel de conciencia y fiebre alta. Aquí, la atención médica urgente se vuelve imprescindible. El estadio final, el más grave, se presenta con una temperatura corporal superior a 40 grados y una desconexión total de la conciencia. La vida de la persona corre peligro y necesita intervención médica inmediata: enfriamiento corporal urgente, hidratación intravenosa y traslado al hospital.
Factores de riesgo y prevención
Las altas temperaturas no afectan a todos por igual. Las personas mayores de 70 años, los niños menores de cuatro, y aquellos que sufren enfermedades crónicas, son los más vulnerables. Además, el riesgo se multiplica en quienes hacen ejercicio físico intenso bajo el sol o trabajan en ambientes calurosos sin la adecuada aclimatación ni hidratación.
El agotamiento por calor es, de hecho, una de las formas más comunes de trastorno térmico. Este se produce por una pérdida importante de agua y sales minerales, algo frecuente entre quienes consumen diuréticos, tienen una ingesta de líquidos insuficiente o practican deporte sin reponer electrolitos.
Por ello, la mejor herramienta es la prevención. Se recomienda evitar salir en las horas centrales del día (entre las 12:00 y las 17:00), buscar lugares frescos o con aire acondicionado, y aumentar la ingesta de líquidos, incluso sin tener sed. Las bebidas con suero oral o sales rehidratantes ayudan a mantener el equilibrio del organismo, especialmente en días de calor extremo.
Un problema de salud pública
El golpe de calor no es solo una cuestión médica individual; es también un asunto de salud pública. Las olas de calor son cada vez más intensas y frecuentes debido al cambio climático, y sus efectos se dejan sentir especialmente en las ciudades, donde el asfalto y el cemento agravan la sensación térmica. La falta de sombra, ventilación o zonas verdes incrementa el riesgo, sobre todo en barrios con menos recursos.
Prestar atención a los síntomas, cuidar a las personas más vulnerables y seguir medidas básicas de protección puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La clave está en no subestimar el calor. Porque cuando el cuerpo ya no puede más, cada segundo cuenta.
Consejos clave para evitar un golpe de calor:
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Evitar salir en las horas de máximo calor.
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Usar ropa ligera, clara y transpirable.
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Beber agua regularmente, incluso sin sed.
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Evitar bebidas alcohólicas o con cafeína.
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Refrescarse con duchas o paños húmedos.
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Permanecer en lugares frescos y ventilados.
La prevención está en nuestras manos. El calor puede ser peligroso, pero con información y precaución, es posible mantenerse a salvo.