En ella se dan cita los conflictos propios de los viejos Autos Sacramentales, ceremonias casi sagradas creadas para conmover los corazones de los pueblos y afianzar la majestad de un Dios benévolo, pero capaz también de ser inmisericorde portador del peor de los castigos. Estamos ante la obra ritual y preciosista de un creador versátil y fructífero. Como sostiene el editor y periodista Álex Rosal, “Manuel Muñoz Hidalgo es un hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI, y Abadón, el Ángel de la Muerte es un texto extraordinario que eleva el alma, que edifica a la persona y que es un lujo poder leer”.
Afirma en el prólogo Juan García Larrondo: “Si desconociere el avezado lector la autoría o la datación exacta de esta farsa, al leerla pensaría estar ante un exquisito palimpsesto del medievo en la mejor tradición de los célebres Autos Sacramentales (…), no es la primera incursión que el autor hace en esta suerte de autos litúrgicos, teológicos o moralizantes a los que -con tanto acierto- persigue homenajear. A lo largo de su extensa producción dramática ha rubricado, editado y estrenado multitud de ellos y, siempre, con gran éxito. Pero, lo realmente destacable es que, el autor, no solo ha recuperado una tradición teatral prácticamente extinta sino, que, además, ha conseguido hacerla evolucionar hacia un teatro actual en el que conviven multiformes guisas de contar historias para la escena o de cultivar el valor de la palabra. La producción teatral de Manuel Muñoz Hidalgo es reconocida por su altísimo nivel literario. Y esta parábola –bellísimamente ilustrada por Fulgencio Saura Mira– lo vuelve a confirmar.