Viene a mi mente ahora, que mi hija vuela en su coche con mi mujer camino del Hospital Clínico, interrumpiendo así las vacaciones.
La casa de la calle Hilarión Eslava, 14 – casa de mi infancia – con su amplia terraza rectangular y las golondrinas revoloteando y piando frenéticamente.
Sí, era la infancia mágica; ahora es la vejez, la ancianidad, dos polos extremos de una misma vida.
Ahora estarán llegando ya al hospital. Yo no tengo teléfono móvil y en esta era de los móviles es un duro castigo para mí, quizá sea este el purgatorio que me toca vivir en esta vida.
El purgatorio puede ser así, estar sin teléfono para no poder llamar a Dios cuando lo necesites o lo desees.
Somos una trinidad, sí: mi hija, mi mujer y yo. ¿Y ahora qué somos, qué estamos purgando, qué nuevo pecado hemos cometido?.
Han paseado ellas millas y millas hasta ponerse enferma, y hemos comido un día y cenado en “La Braseríe” de La Casona del Pinar.
Mi pobre hija sufre, yo sufro, y ella sufre, y mucho. Nos casamos en la iglesia del Buen Suceso, en la calle de la Princesa de Madrid. Nos casó José Antonio Ramiro, el alto y elegante sacerdote. ¿Cuánto nos quedará de vida, sin contar claro con la vida eterna?.
“La vida es un dolor”, dijo Vicente Aleixandre, premio Nobel de literatura, al salir gravemente enfermo de su casa de la calle Velingtonia, camino del hospital.
Sí, el purgatorio o quizá el infierno sea estar incomunicado con el resto del mundo.
Se está mejor en un hospital lleno de enfermos que en este lugar paradisiaco y sano, pero solitario y solo; absolutamente solo.
Dice mi hija que mi esposa no es mi mujer canónica, sino mi esclava. Mi hija no sabe lo que dice, le domina el rencor y la ignorancia jurídica.
Puede que estemos viviendo el principio de un infierno y que el infierno no exista; solo que en este mismo mundo cuando no te puedes valer por ti mismo para nada o casi nada. (continuará)...