Acto Primero.
A telón levantado y sobre fondo oscuro se dibuja la silueta de un salón del castillo medieval con dos ventanales ojivales góticos. Suena la música de un arpa. Suavemente se va iluminando la escena de una luz azulada y se distingue a una sirvienta que toca en una hermosa arpa música ambiental.
Entra la princesa de ojos negros y largos cabellos; lleva un libro entre las manos y se sienta en una estilizada butaca poniéndose a leer.
Lleva un rato leyendo cuando se interrumpe la melodía y la sirvienta, algo conmovida, se pone en pie, acercándose a la princesa.
Sirvienta.- (a la princesa) Alteza, llegan sus padres.
(Entran pausadamente le Rey y la Reina, ambos llevan coronas y mantos de armiño)
La Reina.- ¡Oh, hija querida, no sé cómo puedes leer con ese sofoco!
La Princesa.- Es el Cambio Climático, madre, quizá el final de los tiempos.
El Rey.- Los tiempos no se terminan mientras yo no lo decida.
La Princesa.- Ya lo sé, padre, que tú lo sabes todo.
El Rey.- Yo lo sé todo queridísima. En eso estriba mi realeza, tú eres mi única hija, la más querida.
La Reina.- (murmura) La sucesora en el trono.
La Princesa.- Sí, es una suerte poseer un reino tan inmenso.
La Reina.- En él nunca se pone el sol.
La princesa bosteza. El Rey da unas palmadas.
El Rey.- ¡ Que suene la música ¡.
La sirvienta se presta apresuradamente a pulsar el arpa.
El Rey y la Reina girando majestuosamente y arrastrando sus mantos de armiño salen de la escena.
La princesa vuelve a leer el libro, pero al cabo de un cierto tiempo bosteza de nuevo.
La sirvienta.- ¿Tenéis sueño, Alteza?.
La Princesa.- Me aburro.
La Sirvienta.- Lo poseéis todo, Alteza.
La Princesa.- Eso es lo malo, creer tenerlo todo. Pero sé que algo me falta y no sé lo que es.
Sirvienta.- Sufrís del mal del hastío, señora, pero algún día curareis.
Se apaga lentamente la luz azulada y se oyen los cascos de un caballo, y aparece por el otro lado de la escena un hermoso caballero de blancos cabellos y espada dorada al cinto. Lleva unas gafitas redondas de verdosos cristales. La princesa ha desaparecido de la escena pero no así la sirvienta.- Puede aparecer en la escena un brioso caballo blanco o no aparecer, al gusto del director.
Acto Segundo
La Sirvienta.- (sorprendida y un poco temerosa) ¿Quiénes sois, altivo caballero?.
Caballero.- Mi nombre es Roldán y vengo de tierras muy lejanas (señalándose el rostro) Estas gafitas eran de mi amigo John Lenon. Me las regaló antes de morir.
Sirvienta.- ¿ Y Yoko Ono?
Roldán.- De vez en cuando nos vemos, pero no es conveniente adelantar acontecimientos, en la ficción como en la vida real todo tiene su término.
(Están así platicando cuando entra la princesa de los ojos negros; ambos princesa y caballero se miran a los ojos y quedan como hechizados)
Vuelve a sonar el arpa sin que nadie la pulse, la luz se hace dorada y por el patio de butacas y por la escena se expande un suave aroma a “Dioríssimo” de “Christian Dior-París”.
Esta secuencia durará un cierto tiempo, pues el tiempo parece detenerse cuando dos seres de ficción se sienten embriagados por esa extraña sensación aturdidora.
Desde una esquina del escenario puede aparecer un niño en bañador que dispara una flecha de luz, un rayo láser al corazón del caballero y de la princesa.
Se hace el oscuro escénico.
Vuelve la luz.- La princesa habla con la sirvienta.
Sirvienta.- ¿ Cómo os sentís, Alteza?.
Princesa.- He tenido sueños turbulentos, pero es el caso que ya no los recuerdo. Además estoy triste.
Sirvienta.- (inquieta) ¿Por qué, Alteza?
Princesa.- No lo sé. Ayer sentía el hastío y hoy es la tristeza….¿Dónde está el caballero?
Sirvienta.- Nadie lo sabe, Alteza, solo que durmió a la intemperie a la luz de las estrellas y de la luna creciente.
Princesa.- ¿Y el caballo tan blanco?.
Sirvienta.- Se supone que durmió junto a él, pues forman una unidad.
Princesa.- ¿ Qué queréis decir con eso?.
Sirvienta.- El caballero Roldán no es nada sin su caballo, y el caballo lo mismo sin la compañía de su señor.
Voz en off.- La princesa estaba triste y sus majestades los reyes preocupados, pues la adoraban; además de ser la heredera del trono era su única hija, no tenían “rueda de repuesto”.
Una mañana, en las cabellerizas donde había dormido el caballo blanco de Roldán, la sirvienta encontró una carta que decía:
Nueva luz.- La sirvienta lee la carta a la princesa.
Sirvienta.- No estéis triste, majestad, pienso que el caballero volverá cualquier día.
Princesa.- ¿Por qué?.
Sirvienta.- (sonriente, casi riendo) Porque no puede vivir sin vos. (añade) Dejó esta carta para vos en las caballerizas.
(Lee en alta voz ) “No estés triste, princesa, es muy importante que nos situemos a una distancia emocional exacta, ni muy cerca ni muy lejos. Si nos acercamos mucho te quemarás y si te alejas demasiado de mí morirás congelada, pues yo soy como el sol”
(Voz en off de nuevo) Desde aquella mañana la princesa quedó muy pensativa. Sus majestades los reyes habían recuperado la calma, pero no así la princesa. Hasta que un atardecer del invierno pasados unos meses…)
Aparece de nuevo Roldán ante una pantalla de cine donde se proyectará un nutrido séquito, su séquito: cortesanos, escribas, aduladores, etc.
Trompetería, efectos especiales, ruido de cascos de caballos.
Sirvienta.- (sorprendida) ¡Santo Dios, es el caballero Roldán, y qué nutrido séquito!. ¡Cuánta gente, es todo un ejército el que le va siguiendo!.
Roldán.- (desde su caballo) Así es, Águeda de Burgos; los tiempos se cumplen de forma inexorable, al verano sucede el otoño y después el invierno. Así llegará un día, el Apocalipsis; la lluvia de fuego, el calor planetario cada vez más sofocante. Pero ¡diantre!, ¿dónde está la princesa?
Sirvienta.- ¡Por Dios santo, que voy a buscarla ahora mismo!. ¡Menuda sorpresa ¡ ( sale apresuradamente de la escena).
Luz cenital. La princesa aparece en la escena con una túnica bordada hasta los pies. Lleva sus cabellos sueltos y sus ojos negros brillan como ascuas.
Princesa.- ¡ Roldán!.
Roldán.-. ¡ Princesa!
Ambos se contemplan arrobados. El caballero coge la mano derecha de la princesa y la besa.
Princesa.- ¿ Vais a volver a partir, señor?.
Caballero.- En absoluto. Vengo a ver a tus padres, los reyes, porque yo también soy rey - si no lo sabes -; un rey de un lejano país.
Princesa.- ¿Y toda esa gente?.
Roldán.- Es parte de mi séquito. Quiero ver a tus padres cuanto antes pueda ser. Vengo a pedirles tu mano, para no separarnos jamás; pues ha llegado el día en el que aquellos que se quieren de veras no tendrán que separarse nunca.
Princesa.- (ingenua) ¿Ni más allá de la muerte?.
Roldán.- La muerte no existe para aquellos que se aman. Un hombre en un suplicio, hace más de dos mil años, dijo a otro en la misma tortura que, conmovido, le pedía auxilio.: “Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.
Cambio de luz. Suenan timbales.
El Rey y la Reina, con sus capas de armiño y sentados en sus tronos reciben al caballero, a Roldán.
El Rey.- Famoso caballero, sed bien venido al reino de la Paz.
Roldán.- Vengo, majestad, desde mi lejano país a pedir la mano de vuestra hija la princesa. Desde que la vi por vez primera, ha cautivado mi corazón.
El Rey.- ¿ Sabéis que es nuestra hija, nuestra única hija?.
Roldán.- Lo sé, majestad, pero entre los que se aman no existen las despedidas. Uniremos nuestros respectivos reinos con una frontera invisible hecha de espadas y de flores. Cuando queráis podréis venir a verla. Yo os prometo hacer semejantes viajes para rendiros pleitesía y una amistad sin límites.
La Reina.- Eso espero de vos; lealtad y amistad. Con frecuencia la amistad suele durar mucho más que el amor.
Roldán.- Habláis como lo que sois, la Reina.
La Reina.- No es la realeza, es la vida la que me ha enseñado todo.