La idea era atrayente y acepté enseguida. A la hora citada me personé en el lugar elegido para la actividad y me introdujeron en una sala donde se había improvisado una especie de plató preparado para rodar alguna escena de cine o televisión.
Un joven avispado, asertivo y con acento extranjerizado me saludó muy amablemente invitándome a sentar en una sola silla que se hallaba en el centro del plató. Él sería el encargado de realizar las preguntas para ver mis respuestas o reacciones. Confieso que desde el primer momento me pareció divertido.
Me explicó el joven que hay estudios que dicen que aquellas personas que viven aisladas en zonas rurales, sin apenas más vida que la de sus pequeñas localidades; se supone que esas personas ante cualquier estímulo por pequeño que fuere, su rostro reaccionará de manera elocuente y expresiva. Enseguida recordé las fotografías que, en los años 40, mi padre, Máximo Pelayo Arribas, realizó a personas de algunos pueblos remotos y aislados (lo eran en aquellos años) para los primeros carnets de identidad y de familias numerosas. Los rostros de aquellas gentes reflejaban sorpresa, pasividad, tal vez susto al enfrentarse por primera vez a una cámara. El resultado: rostros envejecidos, arrugados por el sol, taciturnos, sin alegría (eran tiempos muy duros); pero con la mirada inmóvil y fija en la cámara. Rostros con gran dignidad. Aquélla era la mirada del pueblo, la mirada auténtica y atónita de personas que ignoraban que había otro mundo además del suyo.
Todo esto pasaba por mi cabeza mientras permanecí en aquel plató improvisado de la Alhóndiga, sometiéndome a las preguntas que me hacía el extranjerizado joven.
No me sorprendí, creo, ante algunas de las preguntas como, por ejemplo, si, dado el caso, sería capaz de desnudarme ante la cámara. No sé qué cara debí poner, pero no me causó gran sorpresa. Pensé, eso sí, que esa pregunta hubiera estado mejor hace veinte años, treinta, todavía mejor. Me hubiera gustado más. En la actualidad, he entrado en esa barrera de la edad en la que el espejo me devuelve una imagen que no reconozco tanto…y sin embargo, ante la pregunta, no dije NOOO…tajantemente… (ya se vería llegado el caso)
Me ha gustado esta nueva experiencia de El Desván. Me tomaron el teléfono y me dijeron que me llamarían. Ah, el joven me dijo que estaban realizando un casting para una película y que pagaban quince mil dólares. Confieso que mi rostro se quedó impasible. A estas alturas de la película, (nunca mejor dicho) mi vida ya está más que realizada y ordenada.
Salí de allí pensando en aquella inacabada novela que comencé a escribir a la edad de once años, en la que la protagonista, Anuska, era descubierta en una calle de Moscú por un equipo de televisión. Ahora me sorprendo cuando pienso en el país que elegí para mi novela. Ni sabría dónde estaba. Lo cierto es que Anuska, Petroska Koroskova, ese era el nombre de la joven, acababa de llegar a la ciudad bastante desconcertada, pues había enterrado a su madre en la aldea que dejaba atrás para siempre y se enfrentaba a una nueva vida en Moscú. A partir de ese momento, la vida de Anuska cambiaría para siempre.
No llegué a terminar la novela porque le dejé el borrador a una amiga y me lo perdió. No lo volví a ver. Lo cierto es que esta experiencia ha hecho que la vida de Anuska y la mía propia se hayan cruzado en el camino.
Esta misma tarde, el Teatro Principal presentaba la nueva temporada. En algunas de las imágenes que hemos visto, allí estaba yo, en el improvisado plató donde pude ver mi rostro con un gesto de susto. El joven avispado y extranjerizado me dijo después de ver la expresión de mi rostro tras reaccionar a una de las preguntas: “Eres muy buena”
THE END
Si (
No(
