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Rubens, Velázquez, el monte Abantos, el Pico del Fraile y las Machotas, en el Real Sitio de El Escorial
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Rubens, Velázquez, el monte Abantos, el Pico del Fraile y las Machotas, en el Real Sitio de El Escorial

  • Fotos: Patricia Larrea y Adriana Zapisek

Por Julia Sáez-Angulo
lunes 07 de agosto de 2023, 21:42h
07AGO23 – EL ESCORIAL (MADRID).- Se me caían las lágrimas cuando en 1999 las coníferas del escurialense monte Abantos ardían por los cuatro costados y yo lo contemplaba de frente, desde la cristalera de mi terraza. Gobernaba Alberto Ruiz Gallardón en Madrid y prometió que no se construiría casa alguna en la falda del monte carbonizado, pero los chalets siguieron rampando por sus laderas.
Rubens, Velázquez, el monte Abantos, el Pico del Fraile y las Machotas, en el Real Sitio de El Escorial

Afortunadamente ya pasó el fuego, la Escuela de Ingenieros de Montes repobló el bosque, que hoy verdea con las hojas aciculares y perennes de los árboles y los amigos han podido pasear por él. Las laderas del Abantos, desde mis ventanas, parecen el lomo y la cola de un animal prehistórico.

El Abantos, con sus 1753 metros, es casi una montaña sagrada para los escurialenses y montañeros visitantes, surcado de senderos y rutas geográficas, botánicas, históricas… desde la que pronto podremos contemplar junto a los nefelibatas, como en ningún otro sitio, las perseidas o lágrimas de San Lorenzo, las estrellas fugaces que vuelan de un punto a otro del firmamento. Junto al Abantos el Pico del Fraile y las Machotas, las otras montañas, que lo prolongan en la cordillera del Guadarrama, estribaciones del macizo Central, que divide en dos la península ibérica.

El Abantos junto al bosque de la Herrería, es uno de los nueve espacios protegidos de la Comunidad de Madrid, CAM, de valor ecológico; sus lomas están tapizadas por espesos pinares, hayedos, quejigos, fresnos, cedros, pinsapos… muchos de ellos centenarios. También alberga una notable población de mariposas apolo e isabelina, especies protegidas por la CAM. Y no faltan los neveros y arquetas de agua.

San Lorenzo de El Escorial ya ha comenzado sus fiestas patronales en honor de su diácono martirizado en una parrilla, que da símbolo y presencia al Real Monasterio que lleva nombre del santo oscense. Los romeros del municipio, con dulzainas y tambores, hicieron un sonoro pasacalles por la calle Floridablanca, repleta siempre de animación en verano.

Mis amigos, las artistas visuales Adriana Zapisek, Patricia Larrea, junto a sus respectivos maridos, Mario Saslovsky y Antonio de la Cuerda, se mezclan de lleno en el pasacalles, después de aparcar el coche. Una visita, primero a la exposición de éxito, de la acuarelista Ana Grasset, donde las artistas intercambiaron información, y seguidamente a la exposición de esculturas de Héctor Delgado, Luciano y Miguel González en el Centro Cultural del Ayuntamiento.

Primero el arte, y después, la gastronomía en el restaurante Horizontal, situado en la explanada última del Abantos a la que puede ascenderse en automóvil. Flor de alcachofas, cochinillo, solomillo y caldereta de rape, fueron los platos elegidos como comensales. La cerveza sin alcohol se avino bien, para refrescar y cumplir con el precepto de no alcohol para conducir el coche.

En la conversación, durante la comida, se habló de apellidos y procedencias. Salió a colación el hecho de que a la escultora ecuatoriana Patricia Larrea, le encargaron en su día la estatua de José María Mejía Lequerica, diputado en las Cortes de Cádiz de 1912, por Quito. Hoy el busto del diputado y orador, inaugurado en 2011, luce en el parque de la gaditana plaza de España.

Al terminar de comer, Mario Saslovsky se empeñó en que paseáramos por unos senderos del monte Abantos, que el conoce, desde donde se contempla muy bien las torres del Real Monasterio, y mis amigas artistas se apresuraron a disparar los objetivos de las cámaras de sus móviles.

“Si seguimos caminando llegaremos al Mirador Cruz de Rubens, el pintor flamenco, que ascendió y contempló desde allí el célebre monasterio de Felipe II, acompañado por el pintor español Velázquez. En aquel lugar, el flamenco pintó un bello cuadro sobre el Real Monasterio filipino, que desafortunadamente ha desaparecido, si bien, quedan reproducciones del mismo”, informé al grupo.

-¿Eso es verdad o es leyenda?, osó preguntar Adriana, desconfiada o científica, sobre los relatos de la historia.

Es tan verdad, que Rubens, pintor favorito de Felipe IV, dejó testimonio escrito de aquella excursión por el Abantos: «En la cima existe una gran cruz de madera que se descubre fácilmente desde Madrid, y a su lado una pequeña iglesia dedicada a San Juan, que no se ha podido representar en este cuadro, porque quedaba a nuestra espalda y donde mora un ermitaño que se ve aquí con su borrico. No hay necesidad de decir que abajo se encuentra el soberbio edificio de San Lorenzo de El Escorial con su pueblo y sus alamedas de árboles, con la Fresneda y sus dos estanques y el camino de Madrid que aparece en lo alto».

El crecimiento de las coníferas impide actualmente la panorámica del Real Monasterio, tal y como la contemplara Rubens, pero ya sabemos, por Marguerite Yourcenar, que el “tiempo escultor”, lo modifica todo.

Pedro Pablo Rubens, pintor y diplomático, viajó a Madrid en 1648, para mediar en un tratado de paz con Inglaterra. Hizo amistad con su colega pintor Diego Silva y Velázquez, durante su estancia de nueve meses en la capital de la Monarquía Hispánica y, se da por hecho -esto sí puede ser leyenda- que Velázquez acompañó a Rubens en esta escapada a El Escorial y, por ende, a la cima del monte Abantos desde donde el flamenco hizo su pintura.

Hoy, las vedute del Monasterio de El Escorial desde el Abantos son infinitas, sobre todo de los acuarelistas. El Museo del Prado conserva algunas de estas pinturas, en su colección sobre los Sitios Reales.

Después de este paseo por el Abantos, aterrizamos en la Casita del Infanta Don Gabriel y disfrutamos de sus jardines, nenúfares y cedros centenarios. El aparcamiento de media luna, situado enfrente de la fachada, está presidido por un busto diminuto de Carlos III -regalo del Ayuntamiento- que resulta enano y ridículo, por no guardar la proporción que requiere el espacio regio.

La jornada dominguera en El Escorial resultó magnífica, porque el Real Sitio es espléndido, nunca defrauda y crea adicción, a juzgar por la repetición de visitas de mis amigos al lugar elegido por Felipe II. Echamos de menos los cisnes en los estanques, que dan realce a los Reales Sitios.

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