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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

“Cuelgamuros”
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“Cuelgamuros”

  • A mi esposa y al recuerdo de mis padres.

Por Germán Ubillos Orsolich
lunes 10 de julio de 2023, 15:38h

10JUL23 – MADRID.- El día era radiante, no hacía ni calor ni frio, y nuestro buen amigo Javier, de orígenes militares, se ofreció a llevarnos en el coche, ya que no conducimos ni mi esposa ni yo, hasta el Valle de “Cuelgamuros” que tanto me atrae siempre y tanto me deleita.

Iba yo sentado delante, viendo el paisaje, las montañas del Guadarrama y los prados floridos, pues estábamos aún en primavera.

A la entrada del Valle tuvimos que pagar el óbolo por ser un bien del Patrimonio Nacional, y después de vueltas y más revueltas por esa carretera asfaltada y zigzagueante, entre olorosos pinares del tipo Valsaín, optamos por rodear la Abadía, la montaña rocosa y el bar primitivo cerrado a cal y canto.

Mi esposa parecía dudar de que aún estuviera algo funcionando después de haber sacado de la Basílica de la Santa Cruz los restos de Francisco Franco y el de José Antonio Primo de Rivera.

Santiago Cantera, el Abad Primado, no me había contestado, estaría en Francia o en Suiza en algún monasterio de los benedictinos, pues como no ganaba para disgustos había pasado una fase depresiva; yo lo sentía pues somos buenos amigos.

Pero de pronto al girar la última curva pareció la Hospedería, hotel, residencia y restaurante, en cuyo claustro de ladrillos rojos y granito del Guadarrama protegido del frio invierno por una cristalera doble, almorzamos.

Javier es discreto, afable y muy culto, amante de la historia, pues incluso había llegado a pernoctar en una ocasión en la Hospedería durante siete días y siete noches; nos decía que de noche el silencio es absoluto y sobrecogedor.

Cuando yo era joven y no sé si ahora muchos licenciados en derecho preparaban oposiciones a Notarías, Abogados del Estado y Registros, y llegaban hasta allí para prepararlas, era un buen sitio pues no había nada que hacer sino era estudiar y leer los librotes y los apuntes. Toda la zona huele a jara, tomillo y cantueso de forma penetrante, junto al oxigeno purísimo de la misma.

Comimos lentejas estofadas exquisitas, melón con jamón, albóndigas en salsa, y costillas de cordero asadas y acarameladas. Al terminar de almorzar fuimos hasta la puerta de entrada donde encontramos dos nutridos grupos de jóvenes, chicos y chicas de grupos religiosos charlando animadamente. Pero la vista impresionante de la Cruz más alta del mundo, de 150 metros de altura, cuyos brazos tienen 48 metros, y se divisa desde 40 kilómetros de distancia, teniendo en la base a los cuatro evangelistas - obra de Juan de Avalos -, de 18 metros de altura cada uno. Todo, sobre el roquedal inverosímil, llegaron hasta mi corazón, en aquella planicie rodeada de claustros austeros y longitudinales, con techumbres de pizarra negra, siguiendo las formas clásicas de Juan de Herrera, arquitecto principal del Monasterio del Escorial, del imperio de los Austrias.

Ver aquella Cruz gigante bajo un cielo azul purísimo con algunas nubecillas blancas me emocionó hasta las lágrimas, unas lágrimas ocultas que no deseaba que se me vieran. No apareció ningún benedictino, pero la vista la luz y el conjunto, eran tan impresionantes que mi corazón temblaba de emoción; y vibraba de emoción más que nunca pues a mis ochenta años de vida sabía que no me quedaba mucho tiempo más, que no iba a vivir mucho más, y que posiblemente sería la última vez que contemplaría semejante maravilla construida por los seres humanos.

Iba en silla de ruedas. El aire purísimo, la luz, el cielo, la cruz inefable, gigante y llena de significado, hacía que Javier, mi esposa y yo, quedásemos como petrificados e inmóviles durante algunos minutos con templándolo todo, sin saber qué decir.

Poco después Javier cogería el “Opel Astra” y descendiendo desde la montaña, el roquedal dorado, nos llevaría hasta San Lorenzo del Escorial, donde nos sentamos en el Café llamado “Del Arte”, por incluir una galería de pintura adjunta.

“El Arte” se halla casi contiguo al veterano “Hotel Miranda Suizo”. Nuevamente me quedé contemplando la calle Florida Blanca, de historias tan lejanas y emotivas, donde se hallaban amigos como Carolo Dorvier, Carlos Cuenca, Emilio Agustí y Juan Zornoza; y chicas con Lali, Sasé Enriquez de Salamanca, Cuqui Torres, o Maruqui Manera.

Esa contemplación y esos recuerdos aumentaron mi nostalgia y mi melancolía, pues estaba todo lleno de recuerdos, y recordaba a mis amigos y amigas ya desaparecidos, cuyas palabras, cuyas voces, resonaban en mi cerebro. Incluso la abuela María y las señoronas con sus collares de perlas y sus manos ensortijadas, sentadas en las mesitas del Hotel Miranda Suizo viendo pasar a sus nietos y a sus nietas.

Con esto quiero deciros, queridos, lectores que con esa belleza tan intensa y llena de recuerdos y de contenidos, el alma siente cierta tristeza, en parte por no poder compartir tanta belleza, y en parte por pensar que no te queda mucho tiempo para poder contemplarla.

Al regreso de “Cuelgamuros” Javier repostó gasolina junto a la glorieta del “Victoria Palace”, de cuatro estrellas; cuya umbría y aristocrática piscina de aguas haladas - pues se encuentra a la sombra de un gigantesco pino -, introducíamos nuestros huesos, por no decir cuerpos juveniles tiritando de frío, e intentando nadar.

Descendiendo por la carretera de Guadarrama y a la vista de La Maliciosa, Siete Picos y el Montón de Trigo, nos dirigimos hacia Madrid con el sabor en la boca inolvidable, de haber vivido y contemplado una de las maravillas del mundo, la basílica y la Cruz enorme de “Cuelgamuros”, por muchos años llamado “El Valle de los Caídos”. Aún me queda la sensación de haber estado en un lugar inefable de aromas lejanos, de sueños perdidos.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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