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Las madres del silencio

  • Por José Olivero Palomeque y enviado por José Antonio Sierra

martes 16 de mayo de 2023, 02:07h

15MAY23 – MADRID.- A lo largo de los años se ha hablado mucho del valor testimonial que las madres han dado frente a los actos injustos y violentos realizados contra sus hijos: asesinatos, violaciones, drogas, alcoholismo, prostitución…; en otros casos, el dolor de las madres se origina en esa marginación que es consecuencia de las enfermedades que afectan a sus hijos y generan dependencias, a veces muy fuertes dependencias; ese aislamiento lo pueden padecer tanto los hijos enfermos como las madres que asumen la responsabilidad de su tutela.

Y cuántas veces esa exclusión está solapada, oculta, silenciada tanto en la sociedad como en la propia familia. Aunque las madres siempre han reivindicado a favor de sus hijos en todas las situaciones adversas, hay una realidad en el que el dolor y el sufrimiento se transforman en resignación, en una forma de vida silenciosa, cargada de un amor profundo hacia ese hijo o hija que padece limitaciones físicas o psíquicas. Aquí es, precisamente, donde estas madres comienzan un proceso de vida en el que tienen que afrontar dificultades y limitaciones por apoyar a sus hijos y acompañarlos en su crecimiento como personas, aunque sean dependientes. Esta realidad se une a ese otro historial que define sus vidas.

En este momento pienso en esas mujeres que pertenecen a una generación que ha sufrido mucho debido a las consecuencias de la guerra civil en nuestro país y a todas las secuelas políticas, sociales y religiosas posteriores: sometidas a una situación de carencias y necesidades básicas, incluida su propia formación escolar, integradas en una estructura familiar en la que el padre trabajaba fuera de casa para sacar adelante a sus hijos y la madre se ocupaba en exclusividad de las tareas domésticas y a atender a sus hijos. No había otra opción que asumir estos roles que la propia sociedad y la cultura dominante, de profundo matiz machista, imponían. Todo se justificaba porque eran las circunstancias de la época que les tocó vivir. Así se confirmaba ese dicho tan conocido que sentencia que cada uno vive de acuerdo con el lugar y el momento histórico que nace. Y así le tocó a esta generación de mujeres que, salvo excepciones, se vieron privadas de un desarrollo cultural, social, profesional y hasta de un crecimiento como persona, libre de tantos prejuicios que condicionaron los comportamientos sociales, culturales, religiosos y familiares. De esta manera, fueron y son esposas y madres hasta el final de sus días.

Pero estas madres sí desarrollaron una capacidad de amar y de estar disponibles, en silencio, aunque no fuera reconocido este valor que es tan importante para la vida. Esto se ve reflejado con toda certeza en aquellas madres que se han visto obligadas, por las circunstancias antes descritas, a hacerse cargo, casi en solitario, de hijos afectados de minusvalías, padeciendo tantas veces la incomprensión y tal vez hasta el rechazo de sus seres más cercanos por volcar con tanto celo sus atenciones a ese hijo dependiente. Y esta situación la han mantenido ellas y la mantienen a lo largo de su existencia, mientras que sus hijos, afectados por la enfermedad, han vivido o siguen aún con vida. Ahora se les ve a estas mujeres muy agotadas, por la edad ya avanzada y por los achaques propios de los años. Pero ahí siguen, acompañando a sus hijos y asumiendo las responsabilidades propias de la situación.

Es cierto que las prestaciones sociales han intentado e intentan facilitar a estas familias ayudas económicas y asistenciales para paliar las dificultades de estas dependencias. Pero lo que no logran las leyes es llegar hasta el fondo de este problema humano que solamente estas madres han sabido afrontar: estar ahí, siempre dispuestas a atender a quien las circunstancias han limitado su vida y que es sangre de su sangre. Y esta tarea la han llevado y la llevan en silencio las madres. Es verdad que algunos miembros de la familia han tratado en su momento o tratan aún de colaborar en la atención a estas personas, aunque temporalmente. Pero el día a día de cada semana, de cada mes, de cada año… es asumido, salvo excepciones, por la propia madre. En muchos casos, ni siquiera existen estas intenciones de ayuda. Y estas madres del silencio siguen adelante. Es su destino, es su voluntad, es su actitud de vida, aunque a veces le hayan provocado dificultades y problemas, dolores, sufrimientos y, sobre todo, mucha renuncia de si misma.

Creo que es justo reconocer el valor de estas mujeres, su sacrificio y sobre todo su capacidad para amar de esta manera. Se suele decir que estas personas, que han vivido tantas adversidades y en esas condiciones tan limitadas, están hechas de una materia especial, yo diría de una calidad humana muy especial. Por esta razón, considero que, desde el respeto más profundo, estas madres del silencio deben ser reconocidas y valoradas por ese contenido humano que la han hecho tan auténticas como personas, como mujeres y como madres.

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