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Opinión:

Crucificada
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Crucificada

Por Concha Pelayo (*)
lunes 27 de marzo de 2023, 22:28h
27MAR23 – ZAMORA.- A veces me siento crucificada, atada de pies y manos, sin posibilidad de movimiento. Otras, ocurre lo contrario; de mi cuerpo brotan alas, alas de colores de las más exóticas aves y me siento liviana, frágil, sin peso específico que me ate a la tierra. Es entonces cuando yo soy yo y mi circunstancia.

Es entonces cuando la vida a mi alrededor me facilita atrapar el aire que me rodea, respirar hondo y percibir que me lleno de pétalos de multicolores flores. Flores que cubren mi cuerpo y perfuman mi piel. Y así vuelvo a ser niña, aquella niña que no tenía cuerpo porque no lo sentía, no le pesaba y todo era bello.

He estado unos días en mis lugares de infancia, recorriendo los caminos pedregosos bordeados de zarzales que me iban ofreciendo su fruto dulzón y evocador. A cada paso me he detenido en un zarzal y me he dejado embriagar por el sabor de las moras. He cerrado los ojos y retrocedido en el tiempo, y ¡oh milagro! he sentido la misma sensación, el mismo candor e inocencia.

Me he detenido en esos pequeños hormigueros y he visto la laboriosidad de las hormigas cargando en sus frágiles cuerpos esos montones de pequeños foleos que antes cubrieron el grano de trigo. Las hormigas se cruzan. Van y vienen, cada una a lo suyo, consiguiendo dejar extasiada mi mirada.

Sigo mi deambular mientras percibo el aroma a tomillo, a jara, a verano, a tierra seca y polvorienta, misteriosa. Aparecen formas pétreas que me hacen soñar: Tortugas gigantes en procesión, rocas a las que se ha dado un tajo longitudinal y allí permanecen a través del tiempo. Los terremotos labraron este paisaje de mi infancia, pero también la mano del hombre dejó su huella. Mi cabeza se ha liberado de ataduras, de convencionalismos sociales y mi corporeidad se ha escapado de mí misma; camina a mi lado para no abandonarme, pero sin molestarme. Sólo siento lo que no se siente y siento que estoy en el lugar deseado porque éste es el sitio donde confluyen todos los caminos iniciados. Aquí se mitiga el ansia y se llega a término, como ese tren que pita ante la próxima estación y se para. Misión cumplida.

He estado unos días en el lugar donde las noches son estrellas que me miran y protegen, que velan mis sueños mientras los grillos rompen el silencio de la noche con su sinfonía inconfundible. Es como si aquellos grillos que yo oía de niña no hubieran muerto y siguieran cantando día tras día, año tras año, para siempre, para que yo los oiga. Esta tierra es así: firme, serena, compacta, luminosa, acogedora, liviana. Esta tierra proporciona un aire limpio; tanto, que las llagas del alma van desapareciendo lentamente, como desaparecen las marcas de las heridas, con el tiempo, y la piel se vuelve otra vez blanca y luminosa.

Todas estas sensaciones, tan sencillas y al alcance de cualquiera, me han hecho pensar en el ser humano y en la fuerza que emana de él para reconducir el mundo, un mundo sumido en la incertidumbre, en el egoísmo, en la violencia y en la destrucción. El hombre, desde que nace, tiene un compromiso con la Naturaleza, con la Madre Tierra, pero, sobre todo, tiene un compromiso consigo mismo para nunca salir de la inocencia, para que siga apreciando y disfrutando lo que Dios puso en ella. Un mundo de esperanza se abriría de nuevo.

Concha Pelayo (*)

(*) Concha Pelayo - Es escritora/ Gestora Cultural - Miembro de AICA, FEPET y ARHOE - https://voydetapas.blogspot.com.es/

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