La Puerta de la Esperanza

Pues bien, después de tantas preocupaciones y disgustos como ocasionó a mis sufridos padres, un buen día la llevaron a la consulta del citado doctor, el famoso psiquiatra. Creo recordar que yo la acompañé, aunque no iba solo. Tuve ocasión de saludar brevemente a Vallejo-Nájera.

Nunca olvidaré su mirada compasiva, cariñosa y tan cercana. Estaba acostumbrado a los psiquiatras, pues mi salud tan frágil y endeble había requerido también de ellos. Juan Rof Carballo, Carlos Carbonell, Vázquez Velasco, José Enrique Otero Mestre, y un sinfín de internistas, acupunturistas, homeópatas, y curanderos de todo tipo, pasaron por mi persona; pero Juan Antonio Vallejo- Nágera me impresionó de una manera profunda. Fueron unos pocos minutos, creo que me enseñó una de sus pinturas naif, no sé si se la compré pero su mirada era de tal bondad, tan llena de misericordia, que nunca la olvidaré.

Prescribió a mi hermana una “cura de sueño” de cerca de una semana, y cuando despertó de aquel sueño prolongado apareció con una jovialidad y una alegría indescriptible, la de una muchacha recuperada y con todos sus talentos y su hermosura a flor de piel. Quedamos impresionados.

La pena fue que la sorprendente mejoría no le duró mucho, pues pocos días después volvió a caer en la penumbra neblinosa de la enfermedad mental.

Ahora, pasados muchos años, décadas, he tenido la ocasión de volver a conocer y a tratar al doctor Vallejo- Nágera a través de su libro biográfico “La puerta de la Esperanza”, en la que su autor y amigo José Luis Olaizola – ambos premios Planeta - narra los dos últimos meses de su vida, aquejado de un cáncer de páncreas.

Es un libro emocionante, conmovedor y veraz que recomiendo a todos los lectores. Para mí ha supuesto, como digo, el reencuentro con el doctor Vallejo- Nágera, del que siempre pensé acortaron su vida sus propios pacientes, la contemplación del sufrimiento, ese sufrimiento refinado y terrible de las enfermedades mentales, posiblemente uno de los más crueles y terribles que puedan darse, y que el doctor Vallejo Nágera no podía metabolizar y eliminar debidamente en su totalidad.

Claro que a mí, como hombre de fe (él también la tenía), no me cabe la duda de que antes o después volveremos a vernos en una entrevista más larga y más profunda, allí donde no existe ni la enfermedad ni la muerte. Donde quizá mi hermana, mi querida hermana, nos esté contemplando en un segundo plano, con esa mirada clara tan llena de alegría, tras salir de la “Cura de sueño” que nos haya supuesto a todos el hecho de “haber vivido”.