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Opinión:

Preguntas sobre la guerra

  • Por José Alberto Novoa *

sábado 05 de marzo de 2022, 20:39h

05MAR22 - MADRID.- La política internacional es muy compleja por definición, pero acaba siendo incomprensible para la mayoría de la gente cuando, de repente, se produce un hecho como el de la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

No es la primera vez que un país invade a otro, la diferencia, en ésta ocasión, es que se produce, una vez más, en Europa. Algo que, en el recuerdo colectivo había quedado superado desde la Guerra de los Balcanes o desde las mentiras de las armas de destrucción masiva que provocó la invasión de Irak.

Nadie en su sano juicio podía esperar que una potencia nuclear como Rusia, optara por la invasión de un país hermano, de la noche a la mañana, desafiando a Europa, y rompiendo con el orden internacional de relaciones entre países, al menos en el mundo occidental, desde la II Guerra Mundial.

El hecho no es casual ni fortuito, viene de lejos, y dará para abundantes debates, análisis, explicaciones y ríos de tinta, que aclararán, con el tiempo, las causas del conflicto, que siempre serán diversas y complejas, y difícilmente justificables. Pero lo importante en este momento es no caer en simplificaciones.

La invasión de Ucrania por parte de Rusia no va de buenos o malos, o de izquierda y derecha. Tiene que ver con quién domina el mundo, quién lo quiere dominar y cómo ese conflicto pone en riesgo a las democracias liberales occidentales y, por tanto, nuestro modelo de vida y convivencia, que comenzó tras la II Guerra Mundial, con el despliegue de las democracias de tercera generación, y que había articulado un orden de relaciones internacionales que ahora se ve seriamente amenazado.

El mundo dejó atrás la política de bloques a nivel internacional entre dos modelos económicos, capitalismo y comunismo, tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética. Más de 30 años después, las relaciones entre países o regiones supranacionales, necesariamente han cambiado, y las posibilidades de conflicto, también.

Hoy no estamos en un escenario de Guerra Fría cuyo campo de batalla es Europa u Oriente Medio, para imponer un sistema económico u otro, con base ideológica. Estamos en un escenario multilateral, de escasez de recursos, de crisis económicas encadenadas, en el que, en el mismo marco de un sistema capitalista, lo que está en juego son los derechos y las libertades.

Se trata de un enfrentamiento entre un modelo político autocrático y autoritario, y un modelo político democrático, tanto en el interno de los países como en el ámbito internacional.

Tras ésta invasión que puede derivar en una larga guerra como la de Yugoslavia, asistimos a las consecuencias naturales e inmediatas que provoca cualquier situación de éstas características: muerte, refugiados, pobreza, desplazados, solidaridad y movilizaciones en favor de la paz. Pero también, a debates de fondo en el ámbito político, sobre cómo ayudar a Ucrania ante la agresión de Rusia.

En el espacio de las derechas, las dudas son menores porque casi nunca se plantearon el debate moral de la guerra. En ese sentido han sido siempre pragmáticas o interesadas. Lo tienen asumido como algo natural e intrínseco a sus valores de competitividad, poder y dominación.

Pero en el espacio de la izquierda surge la duda razonable de si se debe o no, ayudar militarmente a Ucrania. En la memoria colectiva está el movimiento del “No a la Guerra” de 2003 contra la invasión de Irak por parte de USA y sus aliados de las Azores al margen de las Naciones Unidas. A ello hay que sumar que en el fondo de los principios de la izquierda se encuentra el valor universal de la paz y el rechazo a la guerra, las armas y la violencia, como forma de resolver los conflictos.

Hasta aquí todo bien, pero ha saltado a la realidad algo inesperado y, además, lo ha hecho al lado de casa y de forma amenazante contra Europa, en su condición de zona económica y geoestratégica, pero también como UE y, por tanto, en su condición de modelo, en construcción, de cooperación supranacional, de convivencia y de valores democráticos y de respeto a los Derechos Humanos.

A la izquierda, al menos a una parte de la izquierda política y social española, todo esto le ha pillado con el paso cambiado, y es comprensible.

La invasión de Ucrania es una amenaza global para el mundo por parte de una autarquía, dirigida por un Vladimir Putin respaldado por países autoritarios como China, o por fuerzas políticas de extrema derecha, o por dirigentes populistas como Trump, Salvini, Maduro o Bolsonaro.

Nunca deberá renunciarse a las vías pacíficas, de diálogo y diplomáticas. Siempre deberá reivindicarse la figura de Naciones Unidas y su política de paz. Deben aplicarse todas las medidas sancionadoras, económicas y comerciales, a Rusia y asumir las consecuencias de ello. Pero la izquierda debe plantearse algunas preguntas y tratar de encontrar respuestas, desde un debate sosegado, sin renunciar a nada, pero consciente de la realidad de un mundo cambiante en el que lo que está en juego es la Democracia, en los términos conocidos hasta ahora.

¿Es compatible el "no a la guerra" con la ayuda militar a un país invadido por una potencia nuclear?

Si Putin avanza y llega a un país de la Unión Europea, ¿sería legítimo defender el modelo democrático y supranacional que representa la UE a través de la OTAN?

Las consecuencias económicas que va a tener esta guerra, ¿podrán criticarse desde las posiciones habituales de no dedicar recursos económicos a armamento o defensa, cuando existe el riesgo de perder el modelo demócrata-liberal de bienestar y libertades?

¿La izquierda reconoce a Rusia como una amenaza imperialista, del mismo modo que tradicionalmente lo ha hecho con USA?

Ante una hipotética invasión de Cuba por parte de USA, la izquierda que no admite el envío de armas a Ucrania, ¿mantendría la misma posición?

Son interrogantes complejos, que requieren tiempo y debate, análisis y discusión pausada y profunda, en un momento histórico en el que la izquierda debe avanzar porque la realidad ya ha cambiado.

Sólo a modo de ejemplo y para reflexionar: la izquierda siempre ha reconocido, valorado y reivindicado la labor de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. No reconocer la necesidad de ayudar internacionalmente a Ucrania ante la invasión de Rusia, sería una contracción. En el primer caso se trataba de un conflicto interno, en el segundo se trata de una agresión externa. En ambos casos, hablamos de amenazas globales.

Las democracias actuales ¿pueden consentirse a sí mismas una respuesta como la que dieron en su día las democracias europeas a España tras el golpe de estado de 1936? Las consecuencias de aquello ya sabemos cuáles fueron.

Las preguntas que debe hacerse la izquierda no son fáciles de responder, pero sí es necesario formularlas para situar los debates que corresponden al momento actual y no caer en posibles contradicciones difíciles de explicar. Dar respuesta a éstos interrogantes y otros parecidos, supone salir del marco establecido y caduco de un escenario mundial basado en la Guerra Fría, en el que una parte de la izquierda está instalada desde hace demasiado tiempo, incluso de forma romántica.

El paradigma hoy es el de democracia o barbarie. Y ahí la izquierda tiene que tener un discurso comprensible, explicable y concreto a cada situación que pueda darse, sin renunciar a sus principios fundamentales de no violencia y pacifismo, pero ajustado a una realidad mundial que ya no responde a la política internacional de bloques, sino a la multilateralidad y, en la que, la competencia por el poder de dominación mundial se sitúa en clave de autoritarismo e imposición por la fuerza, o democracia, libertades y Derechos Humanos.

Todo ello en un contexto económico de escasez de recursos y necesario consumo sostenible, en el que la reivindicación de la ONU como espacio de gobernanza global, o la defensa de la UE como alianza supranacional en favor de los derechos y las libertades, debe ser una tarea irrenunciable.

*José Alberto Novoa. coordinador de CAPAZ (Colectivo Abulense por la Paz), de 1999 a 2007.

coordinador provincial de IU, de 2009 a 2016.

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