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La necesidad de una iconoclastia imaginaria
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La necesidad de una iconoclastia imaginaria

Por - Néstor Tato – desde Buenos Aires - Argentina

martes 30 de junio de 2020, 15:57h

30JUN20.- En estos días, EEUU se ha visto viviendo un nuevo debate, emergente de la ola masiva de protesta que se desató contra la violencia policial. La propagación del antirracismo que resultó de ese movimiento, coaguló en el cuestionamiento del imaginario social histórico que se sintetiza en las estatuas emblemáticas de su pasado.

Hasta el pobre Colón la ligó y terminó (su estatua) de bruces contra el suelo. Me recuerda la remoción de las estatuas de Lenin en los países que habían estado “detrás de la Cortina”. El peso de las imágenes icónicas para un pueblo resulta algo notable para relevar (será otro día).

Los diarios estadounidenses dan cuenta de esa discusión acerca de si las estatuas sí o las estatuas no. Es un tema que ya estaba presente en las crónicas de años anteriores, dado que hace tiempo se cuestiona la pervivencia de las estatuas de los generales confederados (¿recuerdan la Guerra Civil de 1861-1865, supuestamente antiesclavista? Los estados esclavistas agrícolas del sur formaron una confederación y pelearon por su independencia del norte industrializado). Sólo que hoy no se han limitado a enchastrarlas con pintura (¡Oh! No está en la R.A.E, es un ¿argentinismo? por ensuciar). Algunas han sido derribadas; muchas, removidas y llevadas a depósitos. Pero esta vez la ola se hizo tsunami revisionista y fue más allá del pasado esclavista: los mismos conquistadores españoles cayeron bajo la ira de los manifestantes.

El problema que se les plantea, frente a la necesidad de dar respuesta al reclamo de acabar con las imágenes de todos los que tengan que ver con el tráfico de esclavos, es hasta dónde han de llegar. La misma estatua titulada “Emancipación” (la podés guglear), con Lincoln con una mano suspendida a centímetros de la cabeza de un negro acuclillado (un gesto clásico de manumisión, que era el acto por el que en la antigua Roma se daba la emancipación a un esclavo) está siendo cuestionada pese a ser símbolo de lo que se defiende: la liberación de la esclavitud que precedió histórica y necesariamente la integración racial. Calculo que en breve será cuestionado el mismo término de “integración”, dado que el crecimiento demográfico de negros y latinos ha convertido a los blancos en una primera minoría y no por mucho tiempo. O se plantearán integrar a los blancos, habrá que ver. La ola revisionista amenaza al mismo George Washington, que figura entre los Padres Fundadores, porque tenía esclavos en su plantación algodonera.

Theodore Roosevelt es considerado uno de los cinco mejores presidentes de EEUU. Fue historiador, ecologista, héroe de la guerra contra España, progresista, Premio Nobel de la Paz porque medió en la guerra ruso-japonesa, antitrusts (no parece un presidente de los de allá ¿verdad?) y no-racista –que no es lo mismo que integracionista. Toda una figura cuasi-positiva si no hubiera desarrollado el imperialismo. Su estatua está a punto de ser quitada del lugar que ocupa en el rellano de la entrada al Museo Americano de Historia Natural en Nueva York, porque él está a caballo, flanqueado por un indio y un negro. La imagen retrata exactamente la figura de Roosevelt como protector, no sólo de otras razas sino que, a través de ellas como desfavorecidas, del mismo pueblo en general, lo que se reflejó en sus políticas de gobierno. Pero él está a caballo y los otros, a pie. No está en un pie de igualdad.

Su populismo (auténtico, porque hoy dicen que Trump es populista) me sorprendió por su parecido con Perón, que es un mejor ejemplo de estatua porque es más reciente. Sus estatuas florecieron en todo el territorio nacional y así como surgieron fueron prolijamente derribadas por la “revolución libertadora”. Curioso caso de represión cultural: ni siquiera se podía mencionar el nombre del “tirano prófugo”. Ellos, los “revolucionarios” que defendían la “libertad de expresión”, lo prohibieron.

Décadas más tarde, fue Menem el que despertó mi mirada social, haciéndome flexibilizar el punto de vista, atender a ese extraño fenómeno de las mayorías que eligen la marca de aceite con que los van a freír, pero no se les ocurre cuestionar la sartén en el fuego. Tuve que empezar a adivinar los distintos estratos de la realidad, las corrientes subterráneas que se mueven en la sociedad a nivel imaginario, ésas que alimentan la construcción de estatuas o las derriban. Claro, por entonces descubría a Castoriadis.

A esta altura habría que meterse en el entramado imaginario de la sociedad, así que para retomar con lo de la iconoclastia, no sólo sigo asociando las imágenes de las estatuas de Lenin por el suelo. Con una tremenda sensación de horror y tristeza recuerdo cuando los talibanes destruyeron una maravillosa efigie de Buda construída en la ladera de una montaña. Una obra de ¿cuántos? monjes que se dedicaron a cincelarla ¿cuánto tiempo? Irreemplazable como las reliquias que en Alepo comenzaron a destruir los fundamentalistas del Isis. Quizás sea el caso del extremismo de algunos musulmanes lo que más ejemplifica la confusión: cuando Cristo condenó los íconos, lo hizo porque lo sagrado es inefable, no admite representación. Cristo y Buda no son lo sagrado aunque lo representen, así que vale iconificarlos. Y, en todo caso, no es la cuestión qué o quién se iconifica, sino para qué.

En el caso de la estatuaria moderna, vuelvo al ejemplo de Roosevelt: en su legado le pidió a su mujer y sus hijos, que no se hicieran estatuas en su honor. Incluso, hizo destruir una placa que habían levantado en su lugar de nacimiento. No quería que se hicieran culto a su persona. Esto deja clara la cosa: las estatuas las construímos los otros. Pero, ¿para qué las necesitamos?

Con independencia de la voluntad del iconificado, hay expresiones de devoción popular, como las fotos que descubrí en hogares humildes cuando era adolescente, de un Perón y una Evita sonrientes, y me hicieron reconocer que una cosa son las ideas y otra, muy distinta, las realidades. Y entre éstas están los constructores de estatuas, que más lo hacen porque se quieren poner a la sombra del personaje que por hacerse eco de la devoción que pudieran despertar. Así que el tema quizás no sea derribar las estatuas sino investigar a sus constructores y descubrir el entramado de creencias que las erigió.

En cuanto al motivo para derribarlas, la realidad puede estar pidiendo instancias distintas a las que yo sueño. Por cierto que así como hay una necesidad de respetar la identidad de los fenómenos en una cultura, lo mismo sucede con la historia. La cuestión es hacer práctica la crítica, conservando/resaltando lo humano de ese momento y destacando lo necesario para apoyar su desarrollo. Si para eso es necesario demoler concreto, que sea. El caso de los mármoles son (literalmente) dos pesos aparte.

Por fin, tengo que resaltar que hablé de una iconoclastia imaginaria. Imaginaria. Es en nuestro imaginario donde tenemos que borrar los altares. Dije borrar, mutar, no destruir, porque esos altares son parte mía. En su lugar es necesario montar las ágoras, los foros comunitarios. O sea, hacer lugar a los otros.

El horizonte social que necesitamos instalar en el imaginario colectivo no es sólo una idea, que es lo que hasta ahora sólo han sabido proponer las ideologías. Son las imágenes, los en-sueños los que mueven la acción, los sueños que pueden afincarse en esa zona de penumbra de mi vivencia, entre el mundo y yo, desde donde orientan mi conducta. Para eso necesito imaginar figuras que recojan el material vivido, llenando el vacío que tengo por delante.

Quizás allí esté la motivación de las estatuas. Por eso los próceres son pro-seres, ejemplos a imitar. Está bueno rechazar los ejemplos que traban el desarrollo de lo humano en nosotros, pero entonces, ¿quién podrá ayudarnos? Sobre todo ahora que murió el Chapulín Colorado.

Fuente IPA- Pressenza.con

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