Si Dios existe

Una de las noticias de la que se hicieron eco diversos medios días atrás fue la decisión por parte del Ministerio de Defensa de izar las banderas a media asta en distintas bases militares y en su sede central.

Yo, de lo que estoy plenamente convencida, es de que la vida y muerte de Jesús se sintetiza grosso modo en la frase "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Ese imperativo concentra la esencia de la religión propia del cristianismo. Creo que, si Dios existe, debe estar altamente decepcionado con muchos fieles que entonan el mea culpa bajo su techo pero no ayudan al de al lado cuando salen de la iglesia.

Si Dios existe, está en los refugiados a los que no les abrimos nuestras fronteras y en los inmigrantes a los que impedimos acceso a "nuestra tierra" – cómo nos gustan los determinantes posesivos en Occidente – mediante vallas, muros y violencia.

Los creyentes deberíamos recordar que Jesús estuvo durante toda su existencia al lado del hambriento, del pobre, del paralítico y de la prostituta. Jesús trazó su camino de forma divergente a toda opulencia. Jesús fue compasión y la otra mejilla hecho carne. Demasiados cristianos de hoy en día deberíamos agachar la cabeza, revisar los valores en que se debería basar nuestra fe y realizar un profundo examen de conciencia porque muchas de las causas que vitoreamos, jaleamos y votamos son radicalmente opuestas a lo que Jesús transmitió a sus discípulos, a la semilla que quiso sembrar para la humanidad venidera.

Si Dios existe, está en el miedo que recorre las venas de los manteros cuando la policía viene tras ellos por mendigar cuatro duros a cambio de imitaciones de Carolina Herrera. Dios está en sus pasos alborotados corriendo a contracorriente entre la multitud para que los que defienden la ley no les atrapen todavía. Ese día no. Me pregunto quién defiende en estos tiempos con tanto fervor a la humanidad y los derechos humanos. Ninguna legalidad debería estar por encima de ellos. Ninguna.

A mi parecer, es meridianamente claro que Dios no ha estado, ni está, ni estará jamás en los puros que se fuman esos corruptos con traje y corbata, dueños del Ibex 35, que han dejado al país expoliado. Tampoco en los que roban a manos llenas al pueblo cientos de millones de euros deshonrando el séptimo mandamiento por la puerta grande, o giratoria, según se mire. Claro que luego entonan la Salve los domingos como ángeles devotos.

Si Dios existe está en un lugar muy lejano al que se ubican esos despachos en los que cuatro hombres se reúnen y deciden preparar una guerra a miles de kilómetros de sus sillones de terciopelo y de las moquetas sobre las que reposan sus pies. La gestan como quien elabora una receta cogiendo ingredientes de aquí y de allá. Intervención militar la llaman – también tenemos gran predilección por los eufemismos en Occidente – aunque yo más bien diría sangre, asesinatos, lágrimas y luto. Dios está en el punto diametralmente antagónico a esos despachos: aquel en el que caen las bombas, en el que los niños son asesinados con gas sarín y las mujeres son violadas a plena luz del día. Porque si algo aprendí en los cursos de catequesis cuando era pequeña fue que Dios está siempre con el débil, con el que sufre, con aquel al que maltratan, marginan o matan. Con cualquiera al que arrebatan su dignidad. Y si algo también aprendí fue que la dignidad es intrínseca al ser humano y que no se compra ni se vende ni se cuestiona sea cual fuere el origen de las personas.

Por todo ello, no sé a ciencia cierta si Dios existe, pero en caso de hacerlo, apostaría mi mano derecha – y soy diestra – a que él está en las lágrimas literales o metafóricas de los negros, árabes y personas de diferente etnia que padecen racismo cada día; está a la derecha o izquierda de quien convive con distintos grados de violencia psicológica y/o física a lo largo y ancho del planeta; está en la habitación de la víctima de trata de blancas, en la acera sobre la que el mendigo reposa sus exhaustos huesos pidiendo limosna y está, sin duda, acariciando la mejilla del niño o niña homosexual al que marginan, pegan y burlan en el colegio. También está Dios en la soledad de esas residencias de ancianos en las que se condena al ostracismo y al olvido a la vejez – porque en Occidente somos adeptos a la juventud y en pos de ella el consumismo acaba con sus huéspedes como lo hace el parásito –.También camina Dios de forma paralela a esos adultos transexuales a los que no se les reconoce su identidad de género y que la sociedad se empeña en tratar de perturbados mentales. Dios está en cualquier hogar en el que no haya dinero suficiente para poner un plato de comida sobre la mesa, en los corredores de la muerte de algunas cárceles, en las manos de los jubilados sosteniendo pancartas que reclaman pensiones dignas, en el gotero de quimioterapia que entra en la vena del paciente de cáncer y en las habitaciones de enfermos terminales y mentales. Dios está en la voz de todos aquellos que la elevan para protestar contra las injusticias y estoy segura de que si Dios hoy se hiciera hombre otra vez, acabaría cansado y con las suelas de los zapatos desgastadas de tanto salir a la calle a manifestarse. Desgraciadamente Dios está donde pocos cristianos queremos habitar, acompañar o consolar porque lo feo, lo viejo, lo enfermo, lo extranjero, lo pobre y lo no normalizado lo apartamos de nuestro campo de visión con suma facilidad.

Así que, lo lamento Cospedal, pero Dios no está en los militares, en los tanques ni en las banderas a media asta. Porque Dios, si existe, es amor.