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Cuento: “Historias Urbanas” (III)

Georgina...

Por J.I.V.

miércoles 12 de abril de 2017, 01:24h

Conocí a Georgina de manera casual y desde el primer momento, congeniamos muy bien. Georgina (el nombre era lo único que no me gustaba) era una mujer muy inteligente y con un excelente sentido del humor, cualidad que aprecio por encima incluso, de otras que pueden ser más importantes porque creo que con buen humor, las otras cualidades salen solas.

Georgina era simpática, agradable y guapa. Diría que más que guapa, interesante. Alta, fachosa, con pinta de estar un poco de vuelta de todo, aunque en ocasiones y como estrategia (según comprobaría después) daba la sensación de no saber nada de nada pero, para quien la conociera bien, esto era solamente apariencia. Georgina sabía de todo y por ello, su conversación fluida y amena hacía que las horas transcurrieran veloces y sin agobios de ninguna clase.

Estuvimos viéndonos durante algún tiempo en los intermedios que le dejaba su trabajo de guía turístico, labor para la cual parecía hecha a medida ya que en la práctica, no tenía que esforzarse en nada. Todo lo que su quehacer profesional le demandaba, ella lo tenía de manera natural y sus jefes del Touroperador estaban encantados. Hacía una media de dos viajes de una semana o poco más al mes, y viajaba constantemente, a los más interesantes lugares del planeta si bien en los dos últimos años, había pedido a su empresa que no la destinaran a excursiones de más de 15 día seguidos porque este obligado alejamiento de la ciudad, le impedía estar más tiempo con su anterior pareja que no entendía muy bien, esto de pasarse días y días acompañando a un grupo de turistas a los cuales tenía que asistir en todo y además, guiarles en el punto elegido para sus vacaciones.

Cuando Georgina puso fin a esa relación (que por lo visto fue muy intensa) y como una manera de olvidar los pormenores de aquel episodio, se volcó con fuerza en su trabajo y frenéticamente estuvo recorriendo el mundo a razón de casi 30 salidas anuales hasta que el mes anterior, había decidido parar porque se encontraba muy cansada y la agencia decidió darle sólo una o dos excursiones al mes, a lugares cercanos de manera que tenía ahora, ocasión de pasar muchos días seguidos en casa, sin hacer nada, esperando recibir un nuevo llamado del Touroperador.

Fue en uno de esos periodos de descanso cuando casualmente, en una exposición fotográfica sobre Africa que se presentaba en el Círculo de Bellas Artes, y en la cual coincidimos, que me dijo, señalando los montes del Kilimanjaro:

-Yo he estado montones de veces aquí.

-Que suerte, dije-

-No creas, contestó- Cuando se hace por trabajo no resulta tan bonito.

Así comenzó nuestra amistad. Un bar cercano al “Círculo”, fue el lugar donde rato más tarde y hasta bien entrada la noche, estuvimos hablando de todo un poco. Su trabajo de guía turístico me fascinó: Esta mujer era una cantera inagotable de experiencias y anécdotas y tenía un don especial para contarlas.

La segunda vez que nos vimos fue para cenar en un restaurante chino cercano a la Puerta del Sol. Quizás no sea muy elegante o de estilo invitar, en la primera ocasión que sales con alguien a cenar, a un chino, pero en este caso, fue ella quién insistió porque –según dijo-, en ese restaurante hacían las mejores empanadas chinas que conocía y dada su condición de viajera profesional por todo el mundo, no me atreví a discutirle y sobre todo, por unas empanadas chinas que dicho sea de paso, era la primera vez que oía hablar de ellas.

Si alguna duda me quedaba de lo simpática que era Georgina, en ese nuestro segundo encuentro, todo quedó definitivamente y para siempre olvidado y hubo un primer detalle que me gustó de su personalidad: Georgina tenía un apetito y una disposición para disfrutar de la comida y la bebida que me agradó mucho. Mi anterior pareja era muy remilgada y apenas probaba la comida porque, el cuidado de su línea y figura era la principal preocupación de su vida. Beber vino, ni por asomo. Agua mineral y si la apuraban mucho, una Coca Cola y por supuesto, light.

Georgina en cambio, era capaz de beber media botella de vino antes de comenzar con el segundo plato de manera que el estar con una persona que disfrutaba de una buena cena y un buen vino me hizo abrigar muchas esperanzas. Las personas que aprecian una buena comida y un buen vino son gente de fiar. Por principio, desconfío de las personas que no beben vino o que si lo beben, lo hacen como pidiendo disculpas por ello o como si estuvieran ingiriendo veneno, es decir con un sacrificio digno de mejor causa.

Era estupendo ver como comía y bebía Georgina, además de fumar incluso entre las comidas (eso no me gustaba tanto) pero tomando en cuenta como odiaba el olor a tabaco mi anterior pareja era una especie de desquite. No le preocupaba la silueta entre otras cosas, porque no lo necesitaba. Pese a la comida y bebida copiosa, estaba de lo más bien.

Después de la cena, Georgina me preguntó si conocía El caballo azul, le dije que no, que no conocía ni ese ni ningún otro caballo, a lo que contestó que tratándose de caballo (*), ella también sólo conocía el azul que resultó ser una especie de discoteca algo cutre pero muy concurrida situada en un callejón cercano a la Puerta del Sol. Georgina era por lo visto, muy conocida en el lugar porque el portero nos franqueó de inmediato la entrada apenas Georgina se acercó y le dijo algo al oído. Cuando bajábamos, le pregunté que es lo que nos había hecho entrar tan rápidamente.

-Nada, me dijo-. “Él sabe que soy amiga de Angélica, la dueña”.

Al poco tiempo me fui a vivir a su casa. Rompí mi aburrida relación anterior para disfrutar plenamente con Georgina. Ella tuvo algunos reparos al principio porque me dijo que no quería atarse a nada ni nadie porque desde siempre, su vida había sido muy independiente y quería que continuase así: libre y sin compromisos de ningún tipo pero mi promesa de que nuestro único compromiso sería no tener compromisos, la convenció.

La verdad es que estos primeros meses han sido muy agradables si bien hay algunas cosas de Georgina que no entiendo. Su guardarropa por ejemplo. Sólo tiene pantalones (de todo tipo) y camisetas, camisas y cazadoras. No hay en todo su piso, ni un solo vestido o falda. Sólo pantalones vaqueros en diferentes colores, algunas chaquetas y poco más, bueno aparte de la ropa interior, (bragas y sujetadores), botas o calzado deportivo. No tiene ni un solo par con tacones o similar.

Bueno, tampoco es que me preocupe pero cuando pienso en mi anterior compañera es que no acabo de entenderlo. Su armario era el doble del mío y aún así, siempre le faltaba lugar para sus nuevas faldas, vestidos, jerseys y blusas y zapatos y en este último aspecto, era una digna émula de Imelda Marcos.

Me comencé a preocupar cuando un sábado en el Caballo Azul, tugurio al cual íbamos prácticamente todas las semanas, al bajar a los servicios, la encontré abrazando y besando a la chica del guardarropas al tiempo que una de sus manos, recorría lascivamente el trasero de la chica. Georgina que estaba medio de espaldas no me vio y mi sorpresa fue tan grande, que volví rápidamente sobre mis pasos con una extraña sensación en mi interior.

A partir de entonces he comenzado a observar cuidadosamente las actitudes y reacciones de Georgina y hace poco he tenido otra confirmación de lo que me estoy temiendo desde hace tiempo. Fui a esperarla al aeropuerto al regreso de unos de sus viajes y cuando veníamos hacia el centro, me preguntó que había hecho en su ausencia.

-Fui al cine, -le dije sin mucha convicción-

-¿Y que película viste?

-“El Zorro”, con el infumable del Banderas.

-¡Ah! –Dijo- También la vi, y lo único que vale en esa película es la Catherine Zeta-Jones.

Esta situación me preocupa porque definitivamente, no había sopesado esta posibilidad cuando iniciamos nuestra relación. Sé que ella es libre y, a mi modo, yo también lo soy pero, no acaba de gustarme este “rollo” y francamente, no se como enfrentarlo. La chica del guardarropas del Caballo Azul (según me he enterado ahora), sólo es una de las tantas amigas con las cuales se enrolla con regularidad.

A veces lo pienso y me digo que es una tontería que me preocupe por ello ya que a fin de cuentas, ella y yo somos adultos y lo cierto es que ella, está conmigo y eso es lo único que al final importa ya que soy yo, quien duerme y vive a su lado...

Georgina me gusta, me siento bien con ella, es estupenda, simpática y tiene personalidad y no puedo reprocharle que le gusten las mujeres ya que a mí, también me gustan y... mucho. A lo que no puedo acostumbrarme (y creo que jamás lo haré), es a que use mi maquillaje y... se ponga mis bragas...

(*) En argot, “caballo” es heroína.

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