La historia de la de Cabezón en un salero

La sal ha sido el elemento más relevante, singular y característico de la historia y economía de la villa. Su explotación, que fue una actividad decisiva para que la villa se convirtiera en cabecera de una amplia comarca, su jurisdicción, sede de órganos de administración y el asentamiento principal de la comarca. Hasta bien avanzado el siglo XVI corrió a cargo de la Corona. La poderosa Casa de la Vega ostentó la propiedad de los pozos desde 1.341 hasta 1.564, gracias a una concesión Real.

Cuando en 1.564, Felipe II instauró el régimen de monopolio de la sal y se apropió de nuevo de las salinas de Cabezón, únicamente cambió el hecho de que los vecinos dejaron de percibir su parte en especie para ser pagados en moneda.

En 1.871 las salinas pasan a manos privadas, al liberalizar el estado la explotación de la sal. Surgen así nuevos pozos y una gran actividad, distribuyéndose el producto no solamente por el territorio nacional, sino que la sal llegaba a América y África.

Las salinas cesaron su actividad en el año 1.979 por diversos motivos de rentabilidad y por los problemas que generaban los hundimientos que afectaban negativamente a varios edificios.

Pues bien ahora, una joven empresaria hostelera cabezonense, Leticia González, propietaria del gastrobar “La Abacería de la sal”, después de dos años de trabajo y diseño en la selección de productos destinados a la buena cocina, ha sacado a la calle unos originales saleros, que llevan por nombre “Sal de Cabezón” para recuperar la historia con sales traídas de Cádiz.

“En busca de nuestra identidad y de nuestras raíces, hemos recorrido el camino abierto años atrás de los jándalos hasta Cádiz y por ello traemos el producto de esta ciudad andaluza tan vinculada históricamente a nuestra tierra”, explica Leticia González.”

Los saleros llevan una selección de productos, como la de escamas, la flor de sal, la sal negra y la ahumada. El recipiente de porcelana tiene una tapa de corcho y una cuchara de madera, a modo de cabezón, que era como se denominada la medida que se utilizaba para su comercialización.

Dice Leticia González que “es una historia apasionante, en la que hablamos de las minas de sal de Cabezón, que ya desde la época roma consta que se explotaba” y continúa explicando que la sal “la traemos de Cádiz, hablamos de los jándalos, término que designa a los protagonistas de las principales corriente migratorias de Cantabria, del jándalo referida en un principio fonético aplicado a quienes adquirían un acento andaluz, e , inmediatamente, a los montañeses que volvían a su tierra con dicho acento”.

Esta joven empresaria cabezonense, junto con la sal y los saleros, ha diseñado unos originales delantales en los que, también, se recuerda la tradición minera de la villa.