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Memorias: Así fue y así lo voy a contar

Yo, El Azafato (XIII)

Por Quino Moreno

martes 06 de enero de 2015, 00:36h
Yo, El Azafato (XIII)
Yo, El Azafato (XIII)

¡¡¡Por fin… Llegó el DC-10!!!

Y por fin vino el esperado DC10, un avión donde ya íbamos 12 tripulantes auxiliares y que revolucionó un poco los vuelos medios y largos pues se podían hacer rutas con vuelos directos de casi 10 horas de autonomía.

El curso duró algo así como una semana, ya que venía con muchos medios técnicos, y unas medidas de emergencias complicadas, con videos y sobre todo, con la ubicación de los galleys, pues ya venía con dos pasillos con lo cual, el racionalizar el servicio, nos costó mucho debido a los mencionados dos pasillos y a los cinco asientos centrales. Teníamos que coordinarlos muy bien para que el pasaje comiera –en lo posible-, todos casi a la vez.

En este avión conjuntamente con el Jumbo, fue donde suprimimos las ventas a bordo en pasillo y la pasamos a los galleys por demanda, es decir los pasajeros solicitaban previamente, el artículo que deseaban comprar.

Formamos una tripulación que nos llevábamos de guinda, con el mismo sobrecargo José Mª y Vicente, Murillo, Pepe, los que estuvimos en Barcelona, incluidas las niñas, con lo cual recuperé a mi compañera Memi (la malagueña) así que el flamenquito lo teníamos asegurado.

El primer avión de esta nueva flota de los DC-10, venía con cuadros de Dalí y el segundo, con cuadros de Miró. Los cuadros estaban instalados en las pantallas de cine que a la hora de la emisión de la película, se volteaban y se transformaban en una pantalla de cine en toda regla.

La programación de vuelos para nosotros, no era –en nuestra opinión-, muy buena pues prácticamente, no pisábamos el Caribe. Hacíamos la ruta Madrid-Boston –con tres días de estancia en Boston-, luego Boston Washington, pasando dos días en Washington y luego, Washington-Boston, con una nueva estancia de tres días y enseguida, vuelta a Madrid. Aquí en Madrid, tres días libres y luego una ruta a Nueva York, seguida de una a Montreal y finalmente, una a México. Como se ve, líneas de muchos días que con tres rutas al mes, cumplíamos la programación.

A mi me cogieron de pardillo, porque como mi inglés era muy americanizado, se inventaron que yo diera todas las voces. Así fueron los primeros vuelos, pero luego hice un trato: yo daba las voces, pero siempre haría la primera imaginaria y la última en los vuelos nocturnos; de esa forma, las horas de descanso las dormía de un tirón: No pusieron muchas pegas, porque cuando hacía las de en medio, no dejaba dormir a ninguno con los ronquidos así que salían ganando de todas, todas.

Los días que estábamos en Boston, Pepito, Joaquín (el conejo,) que luego os contaré porque le apodábamos el conejo y yo, visitábamos mucho la Universidad de Harvard, pues había unos restaurantes universitarios muy parecidos a los que se ven en las películas americanas con vending de música, y se podía tomar cerveza y sobre todo, porque estaban llenos de estudiantes americanas, y como dije en el capitulo anterior, arrimarse a Pepito era ligar seguro, así que hicimos muchas amistades, que nos permitió conocer las entrañas de los estudiantes americanos que eran universitarios. Había desde luego, que explicarles muy bien que éramos de España, españoles, no mexicanos y que España, estaba en el continente europeo y que nada tenía que ver con Puerto Rico, que éramos cercanos de los italianos y por ese camino, ya entendían mejor la clase de Geografía,

Por mi parte, y como uno es muy cariñoso, rápidamente me enamorisqué de una portorriqueña, que fue la que me metió un poco en el contrabando. Conocía las mejores tiendas de electrónica de Boston y se había enterado por un pariente, de la escasez en España, de grabadoras, radios de coche, cámaras fotográficas, etc., con lo cual nos metió en el mundillo del trapicheo, y no solamente a mi, sino que a todos ya que todos, comprábamos unas grabadoras que se llamaban Paros, radios para coches de la misma marca e incluso, agujas para tocadiscos, radios que eran coches antiguos o latas de Coca Cola, que era lo que demandaba una tienda que estaba en Tirso de Molina. También portorriqueña y pariente del tío de la tienda de Boston, que se llamaba Lito. Pues bien, allí llevábamos nuestra mercancía pues en esa época, podías traer una radio, o una cámara de fotos para tu uso. La aduana no decía nada y no ganábamos mucho, pues el tío de la tienda de Tirso de Molina nos pagaba -según el-, por el transporte, pero de todas formas, si nos dejaba un dinerillo para los gastos de bolsillo de Boston, Washington o Nueva York y de esa manera, nos ahorrábamos la dieta y podíamos comer y beber de nuestro trapicheo, una gilipollez que no llego a más porque nos dio miedo.

Un día Pepito y yo, vimos a dos policías en la puerta de la tienda de Tirso de Molina, y desde ese mismo instante, se acabó el trapicheo. Definitivamente, no teníamos madera de contrabandista; eso estaba claro y aquello me conllevó a un repudio -también inmediato-, hacia Clara, la portorriqueña que no entendió porque razón rompía con ella y menos mal que lo hice, pues ese mismo día de la ruptura, me tenía preparada una visita a su casa para que… ¡conociera a sus padres!...

Memi que conocía todas nuestras andanzas, nos advirtió que se había enterado que en la aduana de Madrid, habían cogido a un compañero con gafas Rayban y se lo querían cepillar así que le prometía mi paisana, que ni radio para mi coche, que me pondría una pequeñita en el parabrisa con una toallita, como hacia todo el mundo: No le dije que yo ya tenia una Blaupunkt que me había comprado en un viaje a Nueva York.

Os voy a contar porque llamábamos a Joaquín, (que era hijo del culpable de yo me llamara Quino, porque os acordáis que conté que como ya había un Joaquín en Iberia, a mi me llamaron Quino,). Lo de conejo venía porque en Washington, se echó una novia que era azafata de tierra de Alitalia, y en los dos días que pasábamos en Washington, no salían de la habitación. Desayunaban, comían, cenaban y así, los dos días. No me acuerdo que compañera dijo: “parecen conejos, todo el día dale que te pego”. Desde ese día, todos lo llamábamos el conejo.

Llevamos cuatro o cinco meses en el DC10,cuando nos vino una circular que nos comunicaba que en un corto periodo de tiempo, iba a ver una convocatoria de Sobrecargos para las flotas europeas del DC9 y Boeing 727 y que nos podríamos presentar los números de nóminas de mi promoción hacia arriba, es decir los más antiguos para el 727 y los más recientes -que era el caso de Vicente, Pepe, Murillo y el mío-, para el DC9 que en esa época, era el más pequeño, con una capacidad para alrededor de 100 pasajeros. Me acuerdo que cenando en Montreal, el tema de conversación fue el de presentarnos ya que casi todos podíamos; incluso, tres de las niñas incluida Memi. El sueldo era superior, pero el handicap era que eso suponía dejar de volar a América donde las dietas eran mas altas. Entre las ventajas, estaba el que se dormía más en casa pero también, había una responsabilidad mayor. José Mª fue el que más nos animó para que nos presentáramos pero al final, Manolo, Julio, Murillo y todas las niñas, dijeron que no merecía la pena más responsabilidades y tener que separarse pues Julio y Murillo, volaban con sus parejas. A Joaquín no le llegaba por antigüedad ni a Alonso tampoco y Memi, no estaba por la labor de dejar de volar a América así que al final, decidimos presentarnos Vicente, Pepe, Manolo, Rosa y yo y al llegar a Madrid, así lo hicimos y nos dieron los libros para que fuéramos estudiando para cuando saliera la convocatoria.

En una vuelta que hacíamos de Nueva York, José Mª, en el briefing que hacíamos antes del vuelo, nos dijo que en vez de Madrid íbamos a Málaga con un charter con médicos americanos y que íbamos con barra libre. Nos echamos las manos a la cabeza y nos dijo que había intentado por todos los medios, convencer al Jefe de Escala de que aquello era una locura, pues suponía (por experiencias de otros vuelos) que iba a haber borracheras seguras. El comandante no ayudó mucho según José Mª, así que no hubo nada que hacer. Ocho horas de vuelo con americanos que, por muy médicos que fueran, con barra libre, (ojalá que no nos pasara ná) y claro, pasó lo que tenía que pasar: que a las tres horas de vuelo, se acabaron las existencias de botellines pequeños y tuvimos que tirar de las botellas de venta a bordo, según pasaba el tiempo empezaron los problemas: vomitonas en los lavabos, voces por todos los sitios, corrillos en los pasillos, tuvimos que quitar el cine e incluso, rajaron unas de las pantallas lo que supuso que se cargaron un cuadro de Dalí. De madrugada, aguantamos el tirón como pudimos y cortamos el alcohol, pero ya el daño estaba hecho. No había forma de sentarlos, ni apagando luces para dormir. José Mª le pidió al comandante que pusiera cinturones, contándole lo que estaba pasando. Salió de cabina lo vio por el mismo y los puso con cinturones y fue peor todavía pues el guía, que era el más conflictivo del grupo, empezó a reclamar y a reivindicar que eso, no era lo pactado por la compañía y que iba a denunciar si no encendíamos las luces, porque la gente estaba enferma. A estas alturas ya no había lavabos que tuvimos que cerrar ya que las vomiteras llegaban hasta el techo.

En la aproximación a destino fue lo peor. Estábamos precintando los carros de ventas, cuando por la megafonía escuchamos la voz del guía, advirtiendo al grupo, que estábamos llegando a Málaga, una ciudad en la que no se tenían que fiar de nadie, que guardaran el dinero en la caja fuerte del hotel, que llevaran lo mínimo pues les podían robar, que España era una dictadura y que si les pasaba algo con la policía, fueran rápidamente al consulado y dando el número de teléfono del mismo. Nada de taxis, etc., y en fin, que nos pusieron como si España fuera lo peor. José Mª estaba nervioso por haber dejado el micro al guía, pero esas cosas se solían hacer cuando viajaban grupos. En un momento dado, le quitó el micro y lo llamó de todo. En ese momento entró en cabina y le contó todo al comandante, hasta la rotura del cuadro y las palabras del guía. No se lo que pasó pero dejó la aproximación, estabilizó el avión y salio de cabina, llamó a José Mª y le dijo: “tráeme al guía”. Una vez el guía estuvo delante, le dijo: dile esto: “que es una mierda, y que el comportamiento que habían tenido en el avión era inaceptable y que en España, en el código penal, estaba especificado como delito penado con cárcel, lo hecho por el guía”. El sujeto éste, se estaba poniendo blanco. Y agregó el comandante: “dile también que ha insultado al pueblo español llamándole ladrón y por ultimo, que cuando lleguemos, habrá dos autobuses esperándoles con la guardia civil y que van a ir directamente al Juzgado de guardia” Yo mismo me quedé acojonado. Todo pasó como dijo el Comandante: cuando abrimos puertas estaban los dos autobuses con una brigada de la Guardia Civil cada uno.

Estuvimos dos horas en el Aeropuerto de Málaga, pues José Mª tuvo que ir a declarar con el comandante, según José Mª, el guía se quedó en las dependencias de la Guardia Civil del Aeropuerto, y los pasajeros fueron a sus Hoteles. Eso sí: Se les había quitado la borrachera de golpe. Una vez de regreso a Madrid, el comentario fue el siguiente: menos mal que eran médicos. Si llegan ser de otro colectivo no se que hubiera pasado.

Estando en Nueva York, Joaquín (el conejo,) nos dijo que la italianini de Alitalia venía a verlo y tenía que ser Pepito, al que se le ocurrió desayunando, una idea de las suyas; nos propuso qué, como Joaquín había ido al aeropuerto a recoger a la coneja, que pidiéramos la llave de su habitación y nos escondiéramos en los armarios, debajo de la cama y que cuando vinieran, pillarlo in fraganti, cuando empezaran o cuando se metieran en la cama. Al principio nos pareció una burrada, pero una de las niñas se animó y nos animó a todos. Y así lo hicimos. Entramos en la habitación, y la verdad que como era el Hotel Biltmor creo recordar, y las habitaciones eran muy americanas, con cortinones muy grandes y un armario inmenso, hubo escondite para todos. Una vez dejada la llave en la recepción, elegimos nuestros escondites y, a esperar que vinieran. Vicente y yo, nos metimos detrás de las cortinas. Rosa y Manolo, en el armario. Murillo se rajó aludiendo que no tenía sitio pero Memi, también se acomodó en el armario.

Y llegaron los conejos, y visto y no visto; ya estaban encima de la cama y en ese momento, antes que llegaran al desnudo integral, salimos todos a la voz de tres, a darles la bienvenida. La italianini como nos conocía, no se alteró mucho pero Joaquín, se cagó en tó. Nos fuimos no sin antes, hacerles unas risas diciéndoles que les traeríamos la comida al día siguiente.

Esto nos costó tomates al horno en los bolsillos del uniforme, pasteles triturados en las gorras, no podíamos quitarnos los zapatos para dormir porque te los llenaba de comida. Y así, putadas tras putadas hasta que se hartó. La verdad es que debo reconocer que muy cara nos costó la broma….

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