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“Velázquez, Inocencio X y el obispado de Canarias”, nuevo descubrimiento del profesor Díaz Padrón

“Velázquez, Inocencio X y el obispado de Canarias”, nuevo descubrimiento del profesor Díaz Padrón

Por Julia Saéz-Angulo

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

El profesor Matías Díaz Padrón (El Hierro, Canarias, 1934) ha pronunciado una conferencia en Canarias, su tierra natal, después de su investigación sobre la carta que sostiene el papa Inocencio X en sus manos: “No sabemos por qué Velázquez pintó el retrato de Inocencio X, ni por qué el pontífice posó ante Velázquez.

Es una pregunta que se hizo Carl Justi en el siglo pasado y José López Rey recientemente. Es desde entonces un enigma sin respuesta. Una interrogante que no se ha dejado de hacer. Y la respuesta para nosotros desde Canarias una sorpresa a un agradecimiento del pintor al papa con lazos decisivos como sorprendentes del Obispado de Las Palmas de Gran Canaria.

Hace unos años, con ocasión a la exposición del retrato en el museo del Prado (1996), Trinidad de Antonio, conservadora jefe de pintura española, se hizo la misma pregunta en un documentado estudio del cuadro, con precisión sobre las circunstancias que facilitaron que este retrato se llevara a efecto.

Su respuesta es otra más del rosario de hipótesis que ahora resumo escalonadamente, esperando despejar un misterio que, de hecho, no lo es desde hace escaso tiempo, quizás por su publicación en compendios ajenos al arte. Si esto es interesante, no lo es menos la vinculación de la respuesta con la vida de nuestros protagonistas y con el Obispado de las Islas Canarias, entonces de las colonias más lejanas del Imperio Español.

Un retrato que nos observa

El retrato del pontífice nos observa. Esto obliga a un “in passe” para decir algo sobre él. Estamos en los años de 1649-1651 y cuando Velázquez reside en Roma. Su fama fue reconocida en la Ciudad Eterna, y para Antonio Palomino, es el mejor retrato de los pintados en aquel viaje. La incisiva mirada de este rostro rudo, frío y distante es inolvidable. Es biografía desnuda del personaje. Mira de frente. Difícilmente puede soportarse la fuerza de sus ojos grises. Desconcierta y pasamos de ser críticos activos a víctimas de una implacable observación. Es difícil resistir a la fascinación de esta mirada. Estamos ante un papa que “quiere retener a quien está ante él”. Velázquez transmitió la realidad física y moral de Inocencio X: su poder temporal más allá de su misión en la tierra. Esto define el contenido del retrato al tiempo que la ejecución plasma los esfuerzos del pintor a través de la lenta conquista del color conjunto y la técnica discontinua. Transmite la visión espectral de un rostro ungido de la luz tenue del interior.

Los perfiles se funden en ósmosis. Un rostro sin sombras entre los rojos y blancos irisados armonizando las carnaciones. La uniformidad tonal se impone. Los ojos insisten intimidando.

Hoy comprendemos los juicios de Hipólito Taine al decir: “este retrato es imposible de olvidar”. A todos los que lo miran deja una impresión estremecedora. Su realismo extremo alcanza a lograr fingir el sudor del rostro que delata la fecha estival de su ejecución.

Del motivo del retrato las fuentes más antiguas aventuran dos hipótesis. Lázaro Díaz del Valle, amigo del pintor, dice que para traerlo al rey; Antonio Palomino algunas décadas después dice: “cuando se terminó” sin más. En fechas recientes, José Camón Aznar piensa que se lo encargó a Velázquez directamente el papa, y Jonathan Brown, que Velázquez se ofreció para conseguir ayuda en su misión. Trinidad de Antonio ve la ambición de Velázquez por ampliar su “curriculum”. Se piensa en la intervención de personalidades amigos de Velázquez y allegados a Inocencio X como Monseñor Camillo Massimi y el Cardenal Camillo Astalli. Martínez de la Peña propuso además la intervención de Monseñor Giovanni, amigo del conde Oñate, que facilitó a Velázquez la entrada en los jardines del Vaticano.

Estas hipótesis están potenciadas por la suposición que ve en el pintor del rey un ambicioso cortesano. Velázquez no era muy conocido en Roma, y el papa no es gran conocedor de pintura, sí de los libros.

Yo pienso que la iniciativa del retrato fue del pintor. Pero lejos del ánimo mezquino que apuntan algunos estudiosos, condicionados por las tesis de Ortega y J. Brown, que ven un pintor al que no le gusta pintar y un cortesano acomodaticio. Trinidad de Antonio añade: “fue para conseguir honores deseados por él y conseguir el favor papal”. Parece no importa la pintura, si no conseguir mercedes: un Velázquez interesado en elevar su condición social. Esto se escribe en 1996.

De hecho, se ignoran noticias de una década antes. Es una comunicación de Quintín Aldea dedicada a M. Batllori, años antes de los juicios de J. Brown y catálogo del Museo del Prado dedicado al retrato. Aquí revela una realidad que llena este vacío de la vida del pintor: un pintor de fino espíritu, discreto y silencioso. El retrato fue “el pago de una deuda” de un hombre de honor. En este extremo de ideas y hechos está implicado el Obispado de Las Palmas de Gran Canaria. Veamos por partes.

Respuesta en un Memorial de Velázquez

La respuesta está en un memorial que dirigió Velázquez en 1626 al nuncio de Su Santidad en Madrid, la petición que sigue:

“Excmo. Y Rvdmo. Señor: Diego Velázquez, pintor de Su Majestad, dice que, atento a que es pobre y tiene mujer e hijos. Su Majestad le ha hecho merced de darle trescientos ducados de pensión cada año en moneda de Castilla sobre beneficios eclesiásticos u obispados, y siendo, como es casado no lo puede gozar sin particular dispensación para ello de Su Majestad”:

“A Vª Sª Ilma. Suplica, pues tiene en esta parte sus veces, le hago merced dispensar con él, atento que no tiene hijo varón en cabeza de ganar pueda poner la dicha pensión, que esto menos han hecho los Pontífices de beata memoria que han pasado, con otros muchos que, siendo casados, gozan hoy pensiones eclesiásticas, que en ello recibieron merced de la mano de Vª Sª Ilma”. En el reverso está la firma de mano de Velázquez: “Pintor de Su Majestad”.

La carta la firman Velázquez y Pamphili, la envían desde Madrid al Secretario de Estado del Vaticano el 11 de octubre de 1626. Debemos recordar que esto de “pobre” es algo burocrático de la época. También es importante recordar la fecha de 1626, dos años antes de pintar Los Borrachos. Adjunta a la carta va una nota con una recomendación del Conde Duque de Olivares. Pero lo más interesante de esto es que la pensión le va a ser pagada a Velázquez por el Obispado de Canarias.

El nuncio Pamphili que hace esta gestión, será aclamado papa con el nombre de Inocencio X. Esto revela el motivo del retrato y dice mucho de la personalidad del pintor del rey, tan controvertida para quienes alcanzan a ver el valor del silencio del hidalgo de España, donde la gratitud es signo del honor.

Velázquez, como se desprende de la dedicatoria y firma que lleva el Pontífice en la mano, pagó la deuda a su benefactor al llegar a Roma. Esto explica su negativa contumaz a aceptar dinero por el retrato. El papa le regaló una cadena de oro con su efigie. Velázquez la conservó hasta su muerte pues consta en su testamento.

No hay duda que el retrato del papa fue personal, pues no pasó a las colecciones oficiales del Vaticano. Inocencio X lo donó a su sobrino y está hoy en el palacio Doria Pamphili.

Debo advertir a quienes no están familiarizados con la moneda en el siglo XVII que 300 ducados es una cifra mas que estimable, son 284 maravedíes diarios, cuando una libra de carne valía 8 maravedíes. Esto, fuera de su sueldo y encargos, da idea de la holgura económica que gozó el pintor contra los tópicos generalizados. Velázquez lo cobró sin interrupción desde 1627 hasta su muerte: unos treinta y tres años.

Con sobradas razones, mi profesor y amigo, don Joaquín Pérez Villanueva, escribió que los canarios contribuyeron así al bienestar de Velázquez. Podría añadir que sin esta generosa pensión del Obispado de Canarias, este retrato no existiría.

Pienso a mis adentros que no sería nada difícil que los Pamphili correspondieran con Canarias prestando este retrato por un tiempo razonable, como lo hizo al Museo del Prado hace unos años sin las poderosas razones que hemos esgrimido en el transcurso de estas páginas. A este Obispado de Canarias debe Velázquez mucho de su bienestar y que el palacio Doria posea en sus salones el retrato más bello del barroco europeo”

 

 

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