Jaime Garzón, el único humorista que no pudo reír

Muchos fueron los personajes que interpretó Jaime Garzón: Emersón de Francisco en Zoociedad, Nestor Elí en Quac El noticiero, entre otros. Pero sin duda, el que quedó grabado en nuestra memoria es el del humilde lustrabotas que entrevistaba a diversos personajes célebres, Heriberto de la Calle. Ese viernes 13 de agosto de 1999, cuando lo iban a matar, Jaime Garzón, sabía que había llegado su hora. La diferencia que existe entre el Santiago Nasar de Crónicas de una Muerte Anunciada del gran Nóbel colombiano y el Jaime Garzón quien deseaba morirse, pero de la risa, radica en el hecho de que las amenazas constantes provenientes de todos los lados lo habían puesto al corriente. Pero él mismo se reía de su propia suerte, las amenazas parecían ser uno más de sus chistes, las tomaba en bromas y seguía divulgando las realidades de un país desde su propia perspectiva. Él mezclaba el país virtual con el país real, sus parodias televisivas no tenían límites, pero lejos de la imagen que mostraba de humorista, era un periodista muy erudito. Conocía muy bien la historia mundial, estaba al tanto de lo que ocurría en el resto del mundo; comparaba los sistemas europeos de tres siglos anteriores con el legado dejado por los conquistadores que aún se conservaba en su país. La pregunta que persiste sin respuesta es siempre la misma, ¿quién le quitó la risa al humorista? Ahora bien, el “Heriberto de la Calle” nacional, si lo tomamos por antonomasia, ¿podría tener un equivalente en otros países del mundo?... La respuesta ligera desde un punto de vista sociocultural, sería no, puesto que cada cultura está definida de acuerdo con su entorno y otras reglas que la rigen. Si retomamos un poco las nociones de base de la lingüística, podremos citar a Chomsky quien decía que el lenguaje es arbitrario. No es necesario extendernos en sus interminables y complejas teorías y gramática chomskiana, pero sí cabe resaltar el ejemplo de la noción de barco: la imagen que puede tener un niño latino difiere de la que pueda tener otro niño asiático frente a la representación de la misma palabra “barco” según el lugar donde haya nacido. Todo esto nos conduce a la noción internacional de libertad de expresión que no es concebida de la misma manera en todos los países del globo terrestre. Si tomamos un ejemplo claro, corto y conciso, citaríamos a la nación en donde se adoptó en 1948 la Declaración Universal de los Derechos humanos, cuyos treinta artículos parecen seguir guardados en algún baúl dejado a las polillas de muchas personas de mentes pequeñas. Fue en París donde quedaba en ese entonces la sede de las Naciones Unidas donde se escribió la Carta Magna para toda la Humanidad. Y es precisamente en Francia donde se sigue viendo desde hace veinte años en la televisión nacional el noticiero de las marionetas conocido como “Les Guignols de l’info”, uno de los programas de humor más exitosos del país galo. Es un teatro satírico de títeres en látex que tienen la virtud de caricaturizar el mundo político, los medios de comunicación, los deportes, el showbiz o farándula y el mundo actual en general. Octavio Paz decía: “Las palabras… es el hombre mismo. Sin ellas, es invencible. El hombre es un ser de palabras.” Quizá eso era Jaime Garzón, un simple ser de palabras que utilizaba la sátira como caparazón para decir muchas verdades, servía de voz de los que no tenían la palabra. Aunque él fuese un escritor oral, se le podría comparar con los grandes autores de la novela picaresca que nació como parodia de las idealizadoras narraciones del Renacimiento: epopeyas, libros de caballería, novela sentimental, entre otras. No olvidemos que fue precisamente el fuerte contraste con la realidad social que generó como respuesta irónica anti-novelas de carácter anti-heroico. Ellas eran protagonizadas en su mayoría por anti-caballeros -por así llamarlos- que amaban a antidamas en países como España donde mostraban lo bruto y lo sórdido de la realidad social no solamente de los hidalgos empobrecidos, los miserables desheredados, sino también los conversos marginados frente a los caballeros y los indianos enriquecidos que vivían en otra realidad que era observada solamente por encima de sus cuellos engolados. De una manera inconsciente, Jaime Garzón imitaba al Buscón de Francisco de Quevedo en su interpretación de Heriberto de la Calle. En sus casi dos años de vida del personaje del lustrabotas, quien entrevistó a cientos de personalidades de la vida pública, hizo reír a muchos con sus chistes de doble filo. Heriberto platicó con gentes de diferentes esquinas políticas, ideas y filosofías. Intentó contagiar a sus invitados de su buen humor y de su entusiasmo: Narradores deportivos, actrices, senadores, ministros, jefes de grupos insurgentes, candidatos presidenciales, ex presidentes, entre muchos otros, cuya lista sería extensa para citar. Pero ¿por qué un personaje que hacía reír a muchos no gozaba de la aceptación de todos? Quizá aquellos que trascendían la frontera del humor, aprehendían el trasfondo de sus palabras; o lo que es aún peor, se sentían amenazados con la gravedad de sus declaraciones. Tocaría preguntárselo a él cuando regrese…

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Wilson Moreno Palacios es escritor colombiano y reside en Paris. Ha publicado en Colombia en 2007, la novela “Una Miseria feliz” “Que Tiren La Primera Piedra”, su primera novela en España está disponible en formato impreso y también como E-book en http://www.bubok.com/libros/11469/QUE-TIREN-LA-PRIMERA-PIEDRA Email: [email protected] - web page: www.wilsonmoreno.skyblog.com