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CAFÉ CON POLÍTICAS, POR FAVOR…

Una breve reflexión sobre la crisis del 2009

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Advertir sobre los riesgos y consecuencias de una crisis financiera suele ser un esfuerzo sin resultados, ya que es solamente una vez que el temporal ha pasado, cuando las recapitulaciones son aceptadas. Todo aviso es entendido como una recriminación; entretanto se trata de enfrentarse a los aspectos críticos respecto a la evolución de los valores adquiridos con el transcurso de la Historia. Es pues en los momentos de crisis cuando las sociedades muestran sus verdaderos progresos sociales y humanos.

Al plantearme esta breve reflexión, observo “casualidades” banales que llaman la atención; por ejemplo, que la crisis del ’29 -ocurrida el pasado siglo- se asemeja mucho -numéricamente- a la del 2009, salvo que a esta última cifra le sobran dos ceros para añadir leña a la similitud. Esta crisis, cuyo planteamiento pone en causa la vida económica tal como la conocemos, es mucho más global, -sucede 20 años tras la caída del Telón de Acero- pero tiene elementos, específicamente economicistas, -como los mecanismos de la especulación a ultranza- que son coincidentes con la que sucedió en 1929.

Han transcurrido ochenta años desde que Paul M. Warburg se pronunciara sobre la posibilidad de que sobreviniera un “crac” financiero que dejara a los Estados Unidos frente a una grave depresión. Del mismo modo el economista Roger Babson advirtió de que se podrían registrar grandes caídas de la Bolsa con los siguientes efectos: “las fábricas cerrarán…, los hombres perderán sus trabajos…, el círculo vicioso girará a toda velocidad y el resultado será una gran depresión en el mundo de los negocios”. Cabe decir que, al margen de los tintes proféticos, ambos fueron duramente denostados y atacados en fechas previas a la Crisis del ’29, sin embargo esta frase se mantiene aplicable en la actualidad.

A menudo se dice que la historia es cíclica, sin embargo las similitudes que se presentan tanto en los ámbitos financieros como sociales, políticos, económicos, y otros, nos llevan a pensar que los problemas no han cambiado. Dicho en otros términos, los problemas no han sido resueltos. Se han ofrecido fórmulas que cambian el aspecto general de la crisis disfrazando los conflictos subyacentes.

Lo que pasa es que el núcleo duro de las finanzas queda intacto de tal modo que las razones que explican los motivos de la crisis se presentan exógenas, externas, extrañas al ámbito financiero que, a su vez se ha estado sustentando en los movimientos especulativos en los que ha participado la sociedad en su conjunto.

Se trata de un fenómeno paradójico de complicidad social generalizada respecto a los círculos financieros. Lo que venimos a decir es que como la especulación -respondiendo a un efecto de contagio del rico hacia el pobre- se ha nutrido de la avaricia y de la vanidad del individuo, de ello resulta que éste necesita permanecer inserto en el sistema. Esta situación, en la que el propio individuo se ha colocado, le lleva a pasar de cómplice a secuestrado. John Kenneth Galbraith incide en “la engañosa asociación de dinero e inteligencia”, tomando esta frase resulta fácil construir la secuencia. Ésta consiste básicamente en el recorrido que sigue un individuo al que la inteligencia le llega a la misma velocidad que unos ingresos que no le han costado los sudores laborales habituales. La persona -debido al efecto contagio- estima que el riesgo que corre, al llevar a cabo una operación financiera, -como una compraventa inmobiliaria- suple el resultado del esfuerzo que supone laborar a diario; lo que le imbuye de una inteligencia súbita. Estas ganancias repentinas sumadas a la inmediatez del resultado son la combinación que le cautiva, esposándole moralmente con los “procesos de ingeniería financiera” a pequeña o mediana escala.

Un vecino equis, ha tomado como modelo de surgimiento económico la acción especulativa del mercado, para lo que se ha inspirado en aquel ejemplo que le queda más próximo. Esto le lleva a comprar –por ejemplo- un bien inmueble, pensando en que está realizando una inversión a pequeña escala que le permitirá ganar un dinero al vendérselo a otro individuo similar a él. De esta forma, el Sr. Equis habrá permitido que la persona a la que le compró la casa se haya beneficiado de él y por tanto encuentra normal beneficiarse a continuación -esta vez como vendedor- de otro sujeto que quizás va a seguir su misma lógica. Naturalmente este razonamiento funciona mientras que el individuo asuma que ese mismo bien podrá aumentar su valor indefinidamente. Por otra parte este ejemplo sería extrapolable a otros sectores financieros de los que el ciudadano se ha hecho cómplice.

Ahora bien, ese ejercicio de avaricia del que ha participado le ha hecho parte ya no de un círculo vicioso, sino de una espiral en la que se ve atrapado y donde la inteligencia no interviene –muy a pesar de lo que cree el Sr. Equis-. De esta forma, dicho caballero, –también puede ser una señora- queda auto-secuestrado por el sistema de libre mercado, ya que no podrá admitir su “error” fruto de la avaricia, sin obviar su parte de responsabilidad. Además el sistema financiero exigirá a los poderes públicos ser protegido –dentro del cerrado contexto de los márgenes de lo políticamente correcto- pues se considera el único seguro para mantener en funcionamiento la maquinaria político-social.

Esto lleva a que ni el ciudadano ni los estamentos oficiales puedan actuar de forma incondicionada. El sistema financiero, que es un circuito reducido de individuos, queda por tanto siempre a salvo. Ni los poderes del Estado –ejecutivo, legislativo y judicial- ni los ciudadanos tienen la posibilidad de rebelarse, protestar y cambiar la situación. Así, el problema no llega a ser analizado hasta sus últimas consecuencias y el individuo no es informado del calado real de su situación. En consecuencia la crisis se desactiva durante un tiempo, -vuelve a ser postergada- siendo las futuras generaciones las encargadas de analizar una eventual solución a un problema que no ha sido caracterizado. El inconveniente es que, para ese entonces, la memoria financiera de la generación que se encuentra nuevamente frente a esa situación de crisis está borrosa. Por otra parte, dado que siempre queda la posibilidad de echar la responsabilidad a un elemento estructural del sistema, -externo al mercado financiero- las futuras generaciones de la “clase financiera” podrán hallar una puerta para salir del “impasse” y continuar con sus actividades manteniéndose ellos a salvo.

Lo que sucede ahora es que el futuro ha llegado. Le toca a esta generación analizar la solución y decidir si prorroga el problema o lo resuelve. Queda por saber si J. Keneth Galbraith tuvo razón al afirmar que “en nuestra cultura, los mercados son un tótem” y por tanto podríamos inferir que son también un tabú, especialmente los mercados financieros y sus protagonistas principales.
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