Cuando tenderle la mano a Merkel puede terminar con tu partido

Las expectativas que Schulz había inspirado entre la izquierda alemana se empezaron a desinflar en julio del año pasado cuando, recién llegado de Bruselas, vio cómo su partido sufría un fuerte descalabro en las elecciones de gobiernos locales. A pesar de los malos resultados, el SDP confió en que el carisma de su nuevo líder iba a ser suficiente para sacarles ventaja a los conservadores.

Antes de llegar a la política, en 1984, Schulz había sido un desertor escolar, un futbolista profesional frustrado por una lesión muscular y un alcohólico. “Fue uno de los peores momentos de mi vida. Tenía buenos amigos y una familia que me ayudó. Tuve suerte”, decía Schulz, quien también se le escuchó decir que esperaba que su ejemplo le sirviera a otros para superar la adicción.

Una vez rehabilitado, Schulz fue gerente de supermercado y librero, se casó con una arquitecta, y en los 80 dio el salto al gobierno local de su pueblo, primero como concejal y después como alcalde.

Aunque Schulz llevaba a cuestas una historia de superación atractiva, y además de su paso por el gobierno local tenía trece años de experiencia en el Parlamento europeo, su hoja de vida y su capacidad de conectarse con la gente, algo que le hace falta a los modos rígidos de su adversaria, los antecedentes de la política alemana jugaron en su contra.

Desde que los conservadores llegaron al poder en 2005 y con Merkel al mando, el partido con el que hacen equipo para gobernar nunca ha salido bien librado. Le pasó en 2009 al mismo SDP que, tras cuatro años de gobierno en conjunto con los conservadores obtuvo un decepcionante 23 % en las elecciones. Los conservadores, que andaban en búsqueda de un aliado fuerte para gobernar los reemplazaron por los liberales del FDP, pero la alianza también les pasó factura en 2013, cuando obtuvieron menos del 5 % de los votos.

Ese año, Merkel logró convencer al SDP para volver a gobernar en conjunto. El resultado, al cabo de cuatro años, fue el peor desempeño en la historia del Partido Socialdemócrata el pasado 24 de septiembre.

Tras meses de incertidumbre, y después de que una alianza entre los conservadores los liberales y los verdes se viniera abajo, Schulz volvió a aparecer en la foto a pesar de que, durante su campaña, había anunciado insistentemente que jamás formaría parte de otro gobierno liderado por la canciller.

El trato, que debe recibir el visto bueno de los militantes del Partido Socialdemócrata a través de un referéndum, pone a Schulz al frente del Ministerio de Exteriores y a otros miembros de su partido a cargo de las carteras de Trabajo, Finanzas, Familia y Justicia.

La idea es repetir el mismo modelo con el que en 2013, el 76 % de los socialdemócratas votó a favor del “sí” cuando les preguntaron si aprobaban una coalición con los conservadores, sin embargo, la promesa incumplida de no volver a gobernar de la mano de Merkel podría pasar factura.

Según un último sondeo del instituto INSA, publicado el lunes, si se repitieran las elecciones, los socialdemócratas sólo obtendrían el 17 % de los votos, muy por debajo del resultado obtenido en septiembre y la razón por la cual muchos socialdemócratas, entre ellos la nueva presidente del partido, Andrea Nahales, consideran que un nuevo gobierno de coalición significaría una sentencia de muerte para el SPD.

En el anuncio del acuerdo con los conservadores, Schulz hizo énfasis en que el nuevo gobierno se concentrará en fortalecer la Unión Europea a través del “apoyo táctico” a la “línea de Gobierno de París”, pero antes de hacerse ilusiones con unir fuerzas con Macron, Shulz deberá ponerle la cara a los 463.000 militantes de su partido y, en especial, a los 24.000 jóvenes que se afiliaron a comienzos de año con la única intención de decirle “no” a otro gobierno junto a Merkel.