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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan..."

La sidrina y la Hueria de Urbiés

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

viernes 12 de agosto de 2016, 03:38h
La sidrina y la Hueria de Urbiés

11AGO16.- En pleno mes de agosto con la bajada térmica repentina de diez grados centígrados y la salida del calor infernal tan prolongado que te impide pensar y transforma la vida en una semitortura, de pronto te encuentras en el otoño, otro mundo que abre ante ti todas las expectativas y que potencia todas tus virtudes y en mi caso te impulsa a planear, a proyectar, a planificar…

Y es en esos momentos cuando he cogido un taxi cuyo conductor me ha hablado de sus casi inmediatas vacaciones y de un viaje a Asturias donde tiene varios amigos. Proyectaba ir con su mujer pero su mirada cobro de pronto vivacidad, alegría y chispa.

Hablamos del puerto de Pajares y de lo bien que se comía arriba y yo recordé entonces, de pronto, aquellos meses intensos conservados en la memoria como en ámbar con todo el aroma, la luz y la emoción del final de los años setenta del siglo ya pasado, cuando di la conferencia en la Universidad de Oviedo o para ser más exactos en el Campoamor sobre mi obra “La Tienda” y salí temporalmente del hechizo de la bruja para vivir unas de las semanas más bellas de mi vida.

Villamanín, Rodiezmo, las Cuevas de Valporquero, el Hostal de San Marcos en León y aquella chica tan joven, tan sensible, tan cariñosa y tan bella, estudiante de filosofía, poeta, hija y hermana de mineros, de picadores.

Los viajes en el “Alsa”, por Pajares, la playa de Gijón, Oviedo, el ir y venir, lo que cundían las pesetas, el vivir en una nube, en un mundo fantástico, intenso, precisamente en verano, con el calor que fue de lo mejor, la piscina, los paseos, Eros en su plenitud, una borrachera de flores y de rosas como aquella de los hippies de Piccadilly Circus, cuando los países árabes estaban en orden bajo sus dictaduras y los Estados Unidos no habían metido aún la pata, cuando Europa era floreciente y todo marchaba bien y sobraba el dinero y se hablaba de la Guerra Mundial como algo lejano y leíamos a Camus y a Hemingway y su “Paris era una fiesta” y confundíamos a Sartre con el champagne en Biarritz, y los pasteles en San Juan de Luz, y la sidrina que se meaba muy bien y todos tan jóvenes, tan jóvenes a la vez. Con la irresponsabilidad responsable del mayo francés, y el general De Gaulle, y el general Franco en esas largas dictaduras donde florece una burguesía increíble que narra muy bien Álvaro Pombo y que vivían pipa, con poca información, la suficiente como para poder dormir a pierna suelta por las noches, sin esperar un atentado ni que te corten el cuello, ni que seas viejo y te muevas lentamente con párkinson mientras toda una generación de amigos, de familiares, de artistas han desaparecido a una velocidad semejante a la que se puede contemplar en el despegue de un “Apollo XIV” o de un “Saturno XV”, cuando estaba la ilusión real de llegar a la Luna y a Marte y no a fin de mes.

Sí, cuando Asturias era aquella muchacha y la Hueria de Urbiés quedaba un poco más allá de aquellas curvas de asfalto mojado y acharolado por el vaho y la llovizna, entre los robles, los álamos y las flores silvestres de un verano que pensábamos iba a ser para siempre.

(*) Germán Ubillos Orsolich, Premio Nacional de Teatro; es escritor, ensayista, dramaturgo y novelista.

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