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Opinión: “El Trovador del Pueblo…”

Una final para dos campeones

Por Marcos Carrascal Castillo

martes 31 de mayo de 2016, 19:12h
Una final para dos campeones

31MAY-16.- El pasado sábado, 28 de mayo, en Milán, se disputó una heroica liza. Una gesta de las que permanecerán en las mentes de cientos de personas. A unos, el partido se antojaba una réplica de Lisboa. A otros, esta final era visualizaba como la venganza del 2014. Poco antes de las 21:00h, los televisores reflejaban el Estadio Giuseppe Meazza. Alea jacta est. El partido comenzaba… Y los nervios, también.

A mi lado, un madridista de corazón más blanco que el mármol; al otro, una rojiblanca de más arraigo indio que Toro Sentado. Circundándonos, un nutrido grupo de vikingos y de colchoneros revueltos. El esférico se puso en juego. Gritos, llamadas de atención, bramidos… Las patatas fritas, los refrigerios y las cervezas se desvanecieron, para entronizar al encuentro. Los vaticinios del resultado se evaporaron.

Los de Chamartín asustaron con algún que otro intento, siempre seguido de alaridos y de ovaciones. La final no tardó en engrasarse: Kross, Bale y Ramos —según entendidos del Calderón, en fuera de juego—, y el balón se coló entre las redes de Oblak. Entre la euforia desatada en la sala en la que me hallaba por la parroquia albugínea, yo, ácrata futbolístico, sin aderezos deportivos, auguré: “Se repite lo de Lisboa; pero al revés”.

Mi premonición casi se resuelve. A los escasos minutos del segundo tiempo, penalti favorable al Atlético, justo pese a la vociferación de los del Bernabéu. Rompieron en ánimos los seguidores de la formación colchonera. Griezmann, el idolatrado francés, sucesor del linaje de esos delanteros que da el Atlético y que, empero, luego de una brillante temporada son arrancados de la Ribera del Manzanares a fuerza de talonario, lanzó la bola. El larguero no pudo hacer estallar la felicidad que sus admiradores cobijaban. Por unos instantes, todos sus logros fenecieron. Yo sonreía maliciosamente y sostenía: “Se repite lo de Lisboa; pero al revés. Otro minuto 93´. Si no, ¡al tiempo!”

Los de Zidane amagaron con sentenciar el partido. Asimismo, los de Simeone se armaron con el fragor de la batalla para alzar la primera. Los intentos dieron su fruto, antes del 93´. Carrasco, en el 79´fracturó el auditorio. Aclamaciones y recuperaciones de ilusión frente al pasmo y la confusión. El partido volvía a su ser natural: la tensión. Mi sonrisa se ensanchaba, y murmuraba: “Al tiempo”. Los capitaneados por Gabi lanzaban sus puñales a un cansado Real Madrid. Un amable sacerdote que nos había invitado a ver el partido, blanco pese a sus negros atavíos, salmodiaba: “Se masca la tragedia”.

Y llegaron los quince minutos de prórroga. Los amigos que allí nos reuníamos nos convertimos en rivales. “¡Un óscar para Pepe!”, rugía un enfurecido joven cubierto de impolutos adornos rojos y albos. “¿Pero has visto eso? ¡Menudos sucios!”, replicaba otro con el dorsal de Ronaldo. Y un ambiente como de guerra se impuso.

La tensión tan sólo había empezado. El empate se prolongó hasta el término de los 120 minutos. Arribamos a la lotería. Uno, ¡gol! —madridistas saltaron—. Dos, ¡gol! —atléticos se abrazaban—. Tres, ¡gol! —madridistas celebraban el tanto con los ojos en el cielo—. Cuatro, ¡gol! —los atléticos aumentaron los decibelios hasta producir un tornado—. Quinto, ¡gol! —los madridistas anegaron la dependencia de optimismo—. Sexto, ¡gol! —los atléticos, con las uñas entre sus dientes, cantaban—. Séptimo, ¡gol! —el silente contacto diluvió frenesí—. Octavo, parada… parada… ¡Parada! —Juanfran, injustamente, fue enaltecido por los de la cercana undécima y demonizado por los que anteriormente lo habían exaltado—. Nueve… Cristiano… ¡Gol! ¡La undécima! ¡Real Madrid campeón!

El espectáculo era agridulce. Los rojiblancos, enmudecidos; algunos ahogando sus penas en abrazos. Miraban con envidia a sus clásicos oponentes. El vello se erizaba. Otra vez, cerca… Alguno apretaba la mandíbula para no derramar lágrimas. Otros, hundidos, dejaban caer su caño de llantos. Entre los laureados, algunos fueron a consolar, inútilmente, con gesto triunfal, a los derrotados. Otros, creaban corros para comunicar su undécimo logro a chillidos, como si nadie se hubiera enterado. Finalmente, los colores se destiñeron para recoger los residuos de la fiesta deportiva.

El no reflejarme con ninguno de los dos escudos, me permite, pese a mi rasa cultura futbolística, algo más de objetividad. Tenía que escribirse otro artículo en el reglamento de la Champions. Su carácter tendría que ser extraordinario, como las Secciones Transitorias de nuestra Constitución, para hacer que la Copa de la Champions se reproduzca por meiosis o por mitosis: una para el venturoso equipo de Ramos y de los presentes Casillas y Raúl, que aprovechó el hito para inaugurar una cuenta en la red Twitter; y otra para adornar los museos de mis vecinos rojiblancos. Una final: dos campeones. Y ya está.

Marcos Carrascal Castillo (@M_CarrascalC)

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