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Opinión

Savia Del Sabio

Por Concha Pelayo (*)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Savia Del Sabio

Esta mañana, en mi paseo habitual por las orillas del Duero, observé cómo del tronco de un viejo álamo brotaba un hongo de proporciones gigantescas que llamó inmediatamente mi atención.

Savia Del Sabio

Nada ayuda tanto a la reflexión que el paseo en solitario, por el río, por el bosque o por cualquier camino apartado del mundanal ruido donde sólo el sonido del viento y del trinar de los pájaros interrumpe nuestro pensamiento. Pero siempre para mejorarlo, naturalmente.

Aunque ya lo sabía, pero sólo por curiosidad, me  senté a la orilla del río y consulté en mi móvil la palabra parásito. Reza así: Adj. Se dice del organismo que vive a costa de otro, alimentándose de las sustancias que éste elabora y causándole diversos perjuicios….

La definición es más larga pero la dejo ahí. El caso es que yo no podía apartar el hongo de mi cabeza y cuando llegué a casa llamé a una amiga bióloga para preguntarle que a qué se debe el gigantesco tamaño de semejante hongo. Nada menos que de unos cuarenta centímetros de diámetro, aproximadamente.

Mi amiga se mostró muy sorprendida pues siendo un hongo como parece ser, sin embargo se adosa a la corteza como un parásito para desarrollarse a expensas de otro ser vivo, en este caso, el viejo árbol.

Dedujo la bióloga, a tenor de mis explicaciones, que podría tratarse de una relación de simbiosis dado que ambos, hongo y árbol,  aún siendo de diferentes especies, sacan provecho uno del otro. En este caso, -pensé yo- poco provecho saca el árbol del hongo, pero vaya usted a saber. 

Y como el pensamiento es libre y la mente tiene gran capacidad de relación, comencé a relacionar este inocente suceso con la cosa política porque ésta también establece extrañas relaciones de simbiosis aunque se den en individuos de la misma especie. Juzguen sino el número de  políticos –parásitos- que nacen, crecen, se desarrollan y viven sin dar golpe, a expensas de sus líderes. Y unos y otros  a expensas del pueblo que somos nosotros, los contribuyentes.

Y me acordé  que cuando paseaba por el río vi sobre una isleta, Junto a las Aceñas de Olivares,  un enorme bando de patos, varios cientos, que permanecían impasibles, quietos. Nunca los había visto así, tantos y fuera del agua.

Los estuve observando un buen rato y daba la sensación de que descansaban porque no hacían el menor movimiento. De pronto, di unas fuertes palmadas y  los patos, asustados, remontaron el vuelo hacia la otra orilla.  Esta bucólica imagen  me llevó de nuevo a los políticos, a nuestros parásitos, siempre adosados al que acumula más poder, siempre nutriéndose de la savia del “sabio”, siempre al acecho, ojo avizor, para no verse desplazados.

Y siguiendo con mis elucubraciones me vino a la memoria el 23-F cuando el “tejerazo” hizo que los señores diputados, salvo honrosa excepción, escondieron la cabeza debajo de sus asientos.

¿No creen que deberíamos pensar en algo contundente para que las lapas de turno se alejaran para no volver jamás? Sería fantástico. 

 

(*) Concha Pelayo es escritora y crítica de arte. Es también miembro de la Federación Española de Escritores y Periodistas de Turismo (FEPET)

 

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