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Eduardo Arenillas. Censuras y respuestas

Eduardo Arenillas. Censuras y respuestas

Por Diego Arribas - Director del Museo Salvador Victoria - Abril de 2013.

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Eduardo Arenillas (Santander, 1936) pertenece a esa estirpe de artistas que han hecho de su actividad una forma de militancia combativa. Su trabajo ha transcurrido zigzagueante entre la pintura y la gestión artística, tanto en los oscuros años de la dictadura, como en el convulso período de la transición y el despertar de nuestra joven democracia.

Su conciencia social le llevó durante muchos años a compaginar el recogimiento en la intimidad de su estudio, con largas y clandestinas reuniones de artistas que reclamaban la dignificación del trabajo de este colectivo y el cambio político hacia la democracia.

Creación y gestión, arte y compromiso, son los ingredientes que han marcado el discurrir de la obra de Arenillas.

Formación

Su temprana vocación por el dibujo y la pintura orientó su formación hacia las artes plásticas. Primero en Madrid, entre 1954 y 1957, y a partir de este año en München, donde vivirá hasta 1966. Un periodo decisivo para la formación del pintor, que tendrá la ocasión de conocer directamente la pintura clásica alemana (Lukas Kranach, Grünewald, Altdorfer, Durero…) y el privilegio de verse envuelto en el torbellino de la pintura y escultura del expresionismo alemán, en especial de los movimientos “Die Brücke” (Kirchner, Heckel, Schmidt…) y “Der Blaue Reiter” (Kandinsky, Marc, Klee...). Junto a ellos, otros artistas como Käte, Kolwitz o Barlach, ejercerán un importante influjo en sus primeras obras. Aprovechará además para empaparse de todas cuantas actividades culturales le ofrece la capital bávara, consciente de que no podrá disfrutarlas en España: el cine de Eisenstein, la literatura prohibida en nuestro país y numerosas exposiciones en la “Haus der Kunst” de München, como la de “Entartete Kunst” o “arte degenerado”, término que acuñó el régimen nazi para referirse a todo el arte moderno de su época (Beckmann, Chagall, Munch, Grosz…).

Arenillas reforzará su formación pictórica con la arquitectónica, estudiando durante tres años en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura (Technische Hochschule) de Munich. Desarrollará cuatro años de prácticas de arquitectura  en diversos estudios y empresas, así como cuatro meses más en el Instituto de Historia del Arte de la Universidad de Munich. Tras visitar Londres y Milán, decide dedicar un año más a su formación, ingresando en el curso 1966/1967 en la prestigiosa Escuela Superior de Bellas Artes de Venecia.  Allí tiene ocasión de entrar en contacto con el arte veneciano y la cultura italiana en general, visitando Ravenna, Bolonia, Florencia, Roma y el Vaticano, Pompeya, Sicilia y el arte de la Magna Grecia.

Una formación cosmopolita y privilegiada en una Europa en plena ebullición cultural, que Arenillas dará por finalizada regresando a España en 1967.

El regreso a España

En Madrid de nuevo, realiza cursos de especialización en pintura mural y restauración de pintura, en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y retomará el contacto con uno de sus primeros profesores, Julio Martín Caro, con quien aprende a valorar la pintura de Bacon y De Kooning, en un momento en el que la “nueva figuración” comenzaba a abrirse paso en nuestro país.

El periodo formativo de Eduardo Arenillas tiene como colofón, en 1968, la concesión de la Beca de la Fundación Juan March de España, por sus trabajos sobre pintura mural y restauración.

El regreso a la dura realidad social y cultural de nuestro país, lejos de desanimar a Arenillas después de su periplo europeo, supone un acicate para pasar a la acción. El contacto con artistas, galeristas y críticos de arte con los que comparte inquietudes y proyectos, va a cristalizar en una intensa actividad expositiva que queda reflejada en su currículum. Muchas de esas exposiciones están inevitablemente vinculadas a la situación política. ¿Cómo no hacerlo? Nunca antes una generación de artistas, como la que abanderó la renovación de la plástica española en la década de los 70 del pasado siglo, había sido tan explícitamente militante en la denuncia de la injusticia y la falta de libertades. Arenillas se involucra desde el primer momento con el grupo que impulsa este descontento, registrando su acción más conocida en 1970, después de que la policía detuviera al crítico de arte José María Moreno Galván por haber impartido una conferencia sobre Picasso. Una delegación de artistas visitó al Director General de Bellas Artes para que lo pusieran en libertad, advirtiéndole que de no hacerlo, se encerrarían en el Museo del Prado. Ante la negativa, un centenar de artistas se encerraron en la pinacoteca madrileña, para estupor y sorpresa de conserjes y autoridades. Después de varias horas de resistencia fueron desalojados por la policía. Al día siguiente, Moreno Galván era puesto en libertad.

No será la última vez que estos artistas desafíen a la sinrazón de la censura y a las fuerzas de orden público. En 1976 detuvieron a los pintores Juan Genovés y Rafael Muyor por sus obras que  reclamaban la normalización democrática[1]. Arenillas, junto a otros artistas como Salvador Victoria, Rafael Canogar, Paco Echauz, y críticos de arte como Moreno Galván, protagonizaron un nuevo encierro en el Museo del Prado, hasta conseguir su objetivo.

Así pues, la pintura de Arenillas es fiel reflejo del compromiso de un artista con sus compañeros, con su país, con el arte y con la libertad. Por encima de todo, con la libertad. No en vano sus primeras obras se relacionaban con las de Genovés o Guinovart.

Pintura combativa

La sólida formación del pintor late bajo la superficie de sus cuadros. Son obras que nos hablan de tensiones, de rupturas, de inconformismo. Pero también de esperanza, de poesía, de confianza en el futuro. La conciencia y determinación combativa sale con rabia de sus pinceles, construyendo inquietantes composiciones cargadas de enérgica gestualidad. Destruir para construir, Arenillas traslada a la tela la lucha de la calle. Todo es uno. Arte y vida se encuentran indisociables en su obra. La austeridad cromática de su paleta es otro signo del combate. No hay lugar para el lirismo. No por ahora.

Sus composiciones son un vehículo de denuncia, sí, pero también una herramienta de comunicación. Un lugar de encuentro. Un encuentro del artista con su obra, del espectador con la obra del artista y del artista consigo mismo. Después de una larga época de represión y censura, cabe preguntarse qué parte de aquella contención ha quedado dentro de nosotros. Arenillas se pregunta sobre la manera de comunicaros hoy, aquí y ahora, y los efectos secundarios después de la tormenta. Inquietante reflexión que devuelve a la actualidad la que Moreno Galván hiciera en una de sus críticas sobre la obra del pintor: “Pero el presente también sirve para justificar el pasado. A mí me sirve, por ejemplo, ahora, la pintura de Arenillas para explicarme la razón de ser de aquella que le pareció a muchos “una antipintura”.[2]

Tan vigente como entonces, la pintura de Arenillas nos devuelve de nuevo a situaciones de inconformismo, de combate, de defensa por los derechos y libertades que tanto costó conquistar y hoy aparecen de nuevo amenazados. El mundo del arte está en deuda con muchos de estos artistas que dedicaron un generoso caudal de sus esfuerzos para mejorar nuestra sociedad. En justa correspondencia, el Museo Salvador Victoria se complace en acoger esta muestra de Eduardo Arenillas, que dedicamos a aquella generación de hombres y mujeres que hicieron posible que hoy, aquí y ahora, podamos reunirnos en torno al arte contemporáneo.



[1] Genovés fue detenido por su cuadro “El abrazo”, que representa la salida de la cárcel de los presos políticos al encuentro de familiares y amigos. La obra, actualmente en el Reina Sofía, se convirtió en un icono de la transición, reproducido en infinidad de ocasiones como bandera de la amnistía y del restablecimiento de las libertades democráticas.

[2] Moreno Galván, J.M. En el catálogo de la exposición de Eduardo Arenillas en la Galería Antonio Machado, Madrid, enero de 1972.

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