Las inagotables fabulaciones del Quijote

Y es que la auténtica, la  sabia literatura impulsa al escritor a descubrir mundos y devociones que van surgiendo al ritmo de cada página, de cada capítulo. Incluso superando lo proyectado por el propio autor. Tanto en la narrativa como en la poesía, la búsqueda y la imaginación terminan formando un núcleo indisoluble y creativo, como ha sucedido a Tomás Perales Benito en su nuevo libro El legado de Dulcinea del Toboso, que acaba de publicar ediciones Vitruvio. Cabe decir que Tomás Perales Benito, nacido en la ciudad manchega de Tomelloso, cuenta ya con una obra importante y es un gran devoto del  Quijote, al que ha dedicado muchas horas de lectura.

El legado de Dulcinea del Toboso viene a confirmar lo que se indica en el título de este comentario. La obra de Cervantes, su capacidad para la fabulación  resultan inagotables, y de todo ello se vale Tomás Perales Benito para dar vida y dimensionar  dichas facultades creativas. Hasta el punto de poner en marcha una nueva novela sobre uno de los episodios de  la principal novela escrita en lengua española. Toda una prueba de confianza en sí mismo. Más o menos este es el argumento que nos propone el autor: “un escritor recibe de manos anónimas un documento redactado hace cuatro siglos por Dulcinea del Toboso para la sobrina de don Quijote”. Reminiscencias puramente cervantinas. Pero en dicho legado se contradice la versión  que todos conocemos sobre el gran amor de Alonso Quijano a la que tiene por reina de sus pensamientos.

 Se trata, en este caso, de volver a la deslumbrante aventura de la cueva de Montesinos. “Llegóse a mi”,  leemos en el capítulo XXIII de la segunda parte del Quijote, “y lo primero que hizo fue abrazarme estrechamente, y luego decirme: “Luengos tiempos ha, valeroso caballero Don Quijote, de la Mancha, que los que estamos en estas soledades encantados esperamos verte para que des noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada cueva de Montesinos, hazaña sólo guardada para ser acometida por tu invencible corazón y de tu ánimo estupendo”. Son palabras que Montesinos dirige a don Quijote, las cuales nos acercan a uno de los pasajes más bellos y alucinantes de la gran novela cervantina. Pero el autor del libro que comentamos elige otros caminos por los que va a discurrir su narración.

Y es aquí donde el libro de Tomás Perales Benito alcanza su mayor dimensión literaria y novelesca. Pura creación sobre lo ya creado de manera insuperable. Porque lo que el manuscrito que Antonia Quijano entrega a Dulcinea viene a ser como el revés de lo que ya conocíamos a través de Cervantes. En este caso, Dulcinea queda lejos de ser la doncella a la que don Quijote ha entregado su corazón, su voluntad, su deseo de enderezar y esclarecer todos los enredos del mundo. La Dulcinea que ama don Quijote nada tiene que ver con ésta que cae en manos de Montesinos, que se deja llevar por la magia de Merlín, que sólo ve en don Quijote a un pobre viejo lleno de decrepitud. Pero aún así, el autor de este libro no tiene por menos de matizar que “observar la cueva es imaginar en ella a don Quijote o no es nada, salvo un refugio”

La obra, cualquier obra literaria, viene a ser el reflejo fiel de la imaginación, la fortaleza y la cultura de su autor. Recordemos a Epícteto cuando dice que  “los hombres han de probar su valía en el contraste con la realidad”.  En esta ocasión, Tomás Perales Benito confirma lo que ya había esbozado con creces en libros anteriores, sobre todo en el titulado Hermanos por decreto, una novela ensamblada en todo aquello que configura la narrativa actual. La imaginación, el dominio del lenguaje, el conocimiento de las técnicas narrativas de hoy. Abordar un tema tan alucinante como es la aventura, en este caso apócrifa, de  don Quijote en la cueva de Montesinos, precisa de una madurez literaria que está al alcance de pocos.