Es el día de la resurrección de los muertos prometida, donde se abrirán las tumbas de los cementerios para que unos sean bendecidos por sus obras y otros maldecidos por la falta de ellas.
Es la nueva y segunda llegada de Cristo que descenderá nuevamente de los cielos – como el día de la noche buena – pero esta vez radiante y glorioso, rodeado de los ángeles, las dominaciones y las potestades para reinar bajo un cielo nuevo y una tierra nueva.
Ninguna otra religión jamás se ha manifestado con semejante claridad y grandeza, la explicación final de todas nuestras enfermedades, dolencias y limitaciones, también el fin de nuestras soledades. Frías soledades del averno, pues el calor infinito de ese sol que nunca se apaga nos calentará con su luz.
Aparecemos todos tal como somos, gusanos redimidos gracias a la misericordia divina.
Es “El Valle de Josafat”, del que hablaba siempre mi maestra Pepi, que tanto me quiso y de la que tanto aprendí, mujer sin estudios superiores pero con un corazón de oro, a la que jamás olvidaré hasta que la vuelva a encontrar y ver, en esa vida nueva bajo – como he dicho - un cielo nuevo.